domingo, 25 de marzo de 2012

Fuego y Lluvia. Capitulo 1

FUEGO Y LLUVIA

I

            Se oyen sirenas a lo lejos, dirigiéndose hacia el pueblo. Es un pueblo pequeño, tan pequeño que no tiene cuartel de bomberos ni de policía, que son los que se ahora se aproximan a toda velocidad haciendo sonar las sirenas de sus vehículos. Pequeñas casas blancas de una o dos plantas repartidas en dos calles transversales y en el cruce de ambas calles, la plaza del pueblo. De allí es de donde sale el humo. Cuando llegan los coches de la policía local y el camión de bomberos, todo el pueblo se halla congregado en la plaza, contemplando el incendio. Las llamas tienen más altura que algunos de los edificios circundantes, lo cual resulta curioso, ya que el fuego en si no es demasiado grande.
            Los agentes de policía apartan a los vecinos y comienzan a acordonar la zona, entretanto los bomberos se apresuran con las mangueras a apagar el fuego, que parece no querer ceder bajo la fuerza del agua. Una vez apagado el incendio los bomberos se acercan para intentar averiguar el motivo por el cual se originó. Cuando ven los restos se miran horrorizados y llaman con urgencia a los agentes.
            Mientras comienza a chispear, el grupo de bomberos y policías rodean los restos del incendio, uno de ellos se acerca corriendo a uno de los coches patrulla y vuelve con una manta. Se apresura a extenderla por encima de los restos del incendio. Se trata del cadáver carbonizado de un hombre. Está desnudo y a su alrededor hay abundante ramaje quemado.   
            La lluvia empieza a cobrar intensidad y los agentes de policía comienzan a hacer preguntas a los vecinos del pueblo. Aunque acaban de ser testigos de una tragedia ninguno de ellos recuerda haber visto nada, todos llegaron una vez iniciado el incendio;  y no, no saben quién puede ser el fallecido. En sus rostros no se refleja el dolor sino el alivio y en muchos casos, la alegría. Al ser preguntados por ello sonríen abiertamente y responden que es por la lluvia. Llevaba más de veinte años sin llover de esa manera en el pueblo.
            La tierra se empapa, las plantas extienden sus hojas para recibir el agua, esa agua milagrosa que ahora cae torrencialmente. Ni los más viejos del lugar recuerdan que nunca haya llovido de esa manera en el pueblo. El agua corre por las calles libre para circular, entra en jardines, en campos y en casas. Nadie parece preocupado. Los vecinos en la plaza abren los brazos y comienzan a rezar una extraña oración mientras levantan el rostro al cielo, totalmente empapados por la lluvia. Lluvia salvadora, que traerá de nuevo vida y esperanza a un pueblo moribundo desde hace demasiado tiempo.
           
            Por una de las carreteras que sale del pueblo camina despacio un hombre. Alto, ancho de espaldas, lleva la melena gris cayéndole libre sobre los hombros, tiene la barba del mismo color, muy cuidada y una cara en la que destacan por encima de todo unos ojos de un azul muy claro, casi blancos. El hombre va vestido con unos vaqueros raídos y una camiseta blanca sobre la que lleva una vieja camisa vaquera abierta y cayendo por fuera de los pantalones. Calza unas gastadas botas marrones de estilo militar y lleva a la espalda un macuto de deshilachada tela marrón del mismo estilo. Lleva ambas muñecas llenas de pulseras de cuero y de cuentas. Pero lo que más llama la atención son los tatuajes de los antebrazos; en el derecho un relámpago que parece brillar con luz propia bajo la lluvia y en el izquierdo una rueda antigua, de carro, que por efecto de las luces y sombras del atardecer parece girar continuamente. El hombre sonríe alegremente mientras se aleja del pueblo bajo la lluvia, va tarareando una cancioncilla entre dientes. Al oír un sonido en lo alto, levanta la vista y, soltando una carcajada, saluda con la mano a una enorme águila que cruza el cielo tormentoso mientras continúa caminando, alejándose del pueblo. Dirigiéndose al siguiente.  

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