sábado, 29 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 6

VI
Garellas es una pequeña aldea, como casi todas las de esta zona, a unos tres kilómetros de Soutelo. Está situada a un lado de la carretera que va hacia Forcarey. Casas de piedra y ladrillo con graneros y corrales de bloques de hormigón y tejados de uralita. No vivirán aquí más de veinte familias. No debería ser difícil encontrar a los Breogán. Paro el coche frente a una pequeña capilla de estilo románico que hay casi al final del pueblo, al lado de una carballeira, no creo que quepan en ella más de treinta personas. Estoy parado delante de la capilla, buscando con la vista a alguien a quien preguntarle por los cazadores cuando veo venir por un camino que sale del bosque a una anciana, debe tener más de ochenta años y camina encorvada bajo el peso de un enorme haz de leña que abulta más que ella. Casi no se la ve bajo tantas ramas. Cuando está llegando a mi altura me acerco a ella.
- Disculpe señora, ¿me podría usted indicar…?
- ¿Cómo dis?- Me interrumpe a grito pelado la mujer. Debe ser dura de oído. Asi que alzo un poco la voz mientras camino a su lado.
- Que digo si me podría usted…
- Filliño, como non fales mais alto non escoito nada.- Me interrumpe de nuevo la vieja. Levanto un poco más la voz.
- ¡Qué si me puede usted indicar…!- Me dirijo a ella a grito pelado. Si no me oye ya da igual, seguro que se ha enterado todo el pueblo.
- ¡Non fai falta que berres tanto, que non estou xorda!- Me interrumpe nuevamente la vieja. Me empieza a dar la impresión de que se está quedando conmigo.- Xa sei a quenes buscas, rapaz. Millor sería que marchases e os deixases en paz. Pero o teu jefe non te deixa, ¿verdad?
- ¿qué sabe usted…?
- Encontraralos ao final do camino.- Dice la anciana, señalando con la cabeza el sendero por el que ella apareció.
            Le doy las gracias y echo a andar por donde me ha indicado. Entonces me doy cuenta de que no le he dicho a quién buscaba. Me vuelvo pero la anciana ya no está, así que continúo caminando. El sendero se interna en lo profundo del bosque. Los viejo robles y castaños tapan casi en su totalidad el cielo, dejando pasar apenas un atisbo de luz solar, por lo que camino en penumbra. El olor intenso de la vegetación me embriaga, no estoy acostumbrado a tanta vegetación, es sobrecogedor. Continuamente oigo ruidos a mí alrededor, el bosque está vivo y vigilante. Llevo andando unos diez minutos cuando el camino se abre a un claro en el bosque, al fondo del cual hay una casa.
            Grandes paredes de piedra con pequeñas ventanas y contraventanas de madera por las que apenas debe de entrar luz. Un tejado muy antiguo a dos aguas, también de piedra. Según me acerco a la casa me extraña la ausencia de animales domésticos. En estas pequeñas aldeas lo habitual es que sean los perros de la casa los primeros en venir a darte la bienvenida, bien con un concierto de ladridos bien con algún mordisco más o menos amistoso. Aquí no hay nada de eso. Pero tampoco hay signos de la presencia de otros animales domésticos como  plumas de gallinas, excrementos de vacas o el peculiar aroma de los cerdos. Nada.
Cuando estoy llegando a la casa la gruesa puerta de madera de roble se abre y a través de  la oscuridad interior comienza a perfilarse una figura que se dirige hacia mí. Es un anciano que camina ayudándose de un grueso bastón de madera sin pulir. El anciano parece tener más de cien años, aun así tiene un abundante pelo blanco que le cae sobre los hombros. Me fijo en sus grandes orejas muy peludas y en su nariz aguileña que destaca en su rostro surcado de incontables arrugas. Sus ojos negros tienen un brillo vital que no concuerda con el resto. Es curioso.
- Hola, buenos días.
- Buenos días, ¿qué quería?- El anciano tiene una voz grave que parece provenir del fondo de una caverna. No parece muy amigable.
- ¿Es esta la casa de la familia Breogán?
- ¿Por qué lo pregunta?
- Verá quisiera hablar con alguien de la familia.
- Pues hable.
- ¡Ah! Entonces usted debe ser el señor Breogán.
- No. Ese es mi hijo. Yo ya soy muy viejo para gobernar la casa. Pero diga de una vez que anda buscando.
- Mire quería preguntarle si saben algo de los lobos esos que están intentando cazar.
- ¿Lobos?
- Sí, una manada de lobos que ha matado a dos personas. Me han dicho que están ustedes colaborando en las batidas de caza.
-No, eso no es cierto.
- ¿Disculpe?
- Le digo que eso no es cierto. Nosotros no hemos participado en ninguna batida de lobos. Eso es una salvajada. Nosotros no cazamos así.
- ¿Pero han salido ustedes a cazarlos o no?- El viejo está empezando a ponerme nervioso. Tiene una mirada… tal parece que el lobo fuera él.
- Sí. Bueno, yo ya no; pero el resto de la familia sí.
- Hombre, ya lo supongo.
- ¿El qué supone?- El comentario no le ha gustado.
- Pues que usted ya no caza. A su edad es lógico suponer que no pueda.
- ¿Ah, sí? ¿Es lógico suponerlo? Pues sepa usted que hasta el invierno pasado yo aún salía con el resto de la familia y seguía siendo muy bueno. Pero tuve un accidente y me escarallé la cadera, por eso me tengo que quedar aquí, cuidando de los críos mientras ellos salen a cazar. Además por desgracia mi olfato tampoco es el que era y a veces  me cuesta seguir algunos rastros.
No sé si el viejo dice la verdad o se está quedando conmigo. Con estos gallegos uno nunca puede estar seguro. Me parece increíble lo que me acaba de contar. Tengo mil preguntas que hacerle al anciano; sus palabras parecen desmentir lo que su aparentemente frágil figura me dijo al verlo. Intento apartar todo eso a un lado y centrarme en lo que me ha llevado hasta allí.
- ¿Y podría hablar con alguno de los cazadores?
- ¿Y eso?
- Pues me gustaría hacerles algunas preguntas.
- Qué pasa, ¿es usted policía?
- ¿Eh? No, no. Como le he dicho antes, solo quiero preguntarles acerca de los lobos que andan cazando.
- Pues si es solo eso, creo que yo también le puedo servir.
- ¿Y dónde están los demás, entonces?
- ¿Dónde piensa? Pues cazando, hombre.
- ¿Todos? ¿Las mujeres también?
- Si señor, son tan buenas cazadoras como los hombres de la familia. Bueno, y dígame, ¿Qué quería saber?
- Pues verá…es que no sé como…
- ¡Haber hombre!, ¡Arranque de una vez!, que no tengo todo el día.
- Está bien. ¿Por qué son tan grandes?
- ¿Quiénes?
- Los lobos.
- ¿Cómo dice?, ¿los lobos? , ¿cómo que grandes?
- Pues eso, grandes, enormes.- Hago un gesto con el brazo indicando la altura  de los animales.
- ¿Qué?, ¡pero no diga barbaridades, hombre!, ¡cuando se ha visto un lobo así de grande!- Aunque intenta disimularlo el anciano está visiblemente nervioso.
- Yo lo vi ayer tarde, si le sirve.
- ¿Qué? Pero eso es imposible, ¿Dónde lo vio?
- Cerca del molino de la Ponte Nova. Estaba echando un vistazo al lugar donde apareció el primer cadáver cuando lo vi. Es un lobo gris oscuro enorme, de casi dos metros de altura- el anciano me escucha con los ojos abiertos como platos mientras vuelvo a hacer un gesto con el brazo para indicar la altura del animal, está tan sorprendido que no consigue articular palabra, así que continúo.- Intentó atacarme, y ahora yo sería otro cadáver si no hubiera aparecido otro lobo un poco más pequeño y se hubiera enfrentado a él. Se pelearon un instante y luego el más pequeño salió en persecución del otro.
            El viejo se deja caer sobre un banco de piedra que hay al lado de la puerta de la casa. Tiene la mirada ausente y con el bastón da pequeños golpecitos en un costado del banco.
- Entonces es cierto- Murmura el anciano- ¡Ay, Elvia!, ¡qué estás facendo!, ¿non entendes que xa non o podes axudar?
- Perdone, ¿qué decía?
- ¿Eh? No, nada, nada. Mire, tiene que marcharse.- Y, sin decir un palabra más se mete en la casa y me cierra la puerta en las narices. Mientras me doy la vuelta le oigo gritar “¡Mabel! Tengo que…!”, el resto de la conversación se pierde en el interior de la casona.
            Voy de vuelta hacia la aldea caminado por el túnel arbolado que me había llevado hasta allí, cuando oigo un sonido que me hiela la sangre. Es el aullido de un lobo. Ronco, grave, prolongado y, lo que es peor, cercano. Muy cercano. Sin poder evitarlo, echo a correr por el camino. Solo puedo pensar en que lo tengo detrás, que ha vuelto para acabar conmigo de una vez por todas. No paro hasta que estoy delante del coche. Me subo y lo pongo en marcha, pero me tiemblan tanto las manos que casi no doy introducido la llave en el contacto. Estoy al borde de un ataque de pánico. Intento tranquilizarme un poco tras el volante cuando unos golpecitos en el cristal de la ventanilla me hacen pegar un grito y un salto. Mientras intento que el corazón no se me salga del pecho miro con miedo hacia la ventanilla. Es la anciana. La puñetera vieja de antes me ha dado un susto que casi me mata.
- ¿Atopaches o que buscabas, rapaz?- Y se ríe. Su risa es como un tenedor rascando una pizarra. Entonces se calla, me mira fijamente y continua.- Xa que andas atrás dos lobos sería millor que lle fixeras caso a o teu jefe e te puxeras o que te mandou.
            Sin pensarlo meto la mano en el bolsillo y saco el colgante que me ha mandado el señor J, me quedo mirándolo un instante y me vuelvo hacia la ventanilla de nuevo para preguntarle a la anciana como puede saber lo del colgante, pero tras el cristal no hay nadie. Me pongo el colgante y salgo de allí tan rápido como puedo.
            Cuando llego a Soutelo es la hora de comer. Como es Domingo la pulpeira está en el pueblo, así que decido comer pulpo. Pegada al mesón donde suelo comer se encuentra la Taberna dos Carteiros, y al lado es donde se instala la pulpeira. Le encargo una ración para tomar en la taberna y mientras espero pido una taza de albariño. Para tomar después del pulpo el camarero me recomienda los callos “Son la especialidad de la casa”, me dice, “los hace el dueño y llevan manitas de cerdo en vez de tripa; tiene que probarlos”. Así que pido callos de segundo, y unas filloas de postre. Cuando acabo le digo al camarero que felicite al dueño por los callos, estaban exquisitos. Salgo y le devuelvo a la pulpeira el plato de madera donde sirve el pulpo, después me encamino al hotel, tengo mucho en que pensar.
            Por la tarde hago algo de tiempo dando una vuelta por el pueblo. Paseo por el parque y la plaza dedicados al Gaiteiro de Soutelo, tomo un café en un viejo y cochambroso bar que hace tiempo fue una gasolinera en la que creció y trabajó el Gaiteiro. Continuo mi paseo y llego hasta el viejo pazo que hay escondido tras unos altos muros de piedra; por lo que me han dicho no hay otro igual en toda Galicia. Es de estilo modernista, con  cuatro plantas que se erigen alrededor de grandes terrazas, escaleras exteriores y grandes ventanales; finalizando en una terraza coronada con una cúpula que haría de quinta planta. A media tarde ya me he recorrido el pueblo de cabo a rabo y no sé qué hacer; estoy harto de darle vueltas al asunto, pero no consigo sacar nada en claro.
Veo que la biblioteca está abierta, lo cual me extraña siendo Domingo, pero al acercarme compruebo que es porque en la entrada han montado una pequeña feria del libro donde puedes comprar, vender o intercambiar libros. Picado por la curiosidad y por mi alma de lector infatigable y empedernido me acerco a curiosear entre los ejemplares expuestos. Hay de todo: novelas, ensayos filosóficos, tratados de historia y libros infantiles juntos en una curiosa armonía. Libros recién comprados y otros tan viejos que parecen deshacerse entre los dedos. Leo título tras título buscando algo interesante, pero muchas de las obras están en gallego y aunque ya lo entiendo bastante bien no me atrevo a comprar ninguno. Cuando me doy cuenta llevo casi dos horas leyendo un poco de aquí y de allá bajo la mirada de disgusto de la bibliotecaria y sus continuas tosecillas de descontento, puesto que aún no he comprado nada. Me dispongo a abandonar la búsqueda infructuosa de alguna novela interesante cuando mis ojos se entretienen con el título de un antiguo volumen encuadernado en cuero “Antiguas Leyendas Celtas y Gallegas”. Sin saber muy bien por qué cojo el ejemplar y empiezo a ojearlo sin demasiado interés hasta que llego a una página con el dibujo de una criatura medio hombre medio bestia cuyo rostro se parece mucho al colgante que me envió el señor J. Al pie de página una única palabra “Lobisome”. Cierro el libro, le pago a la bibliotecaria lo que pide por él y salgo a la calle.
Me siento en un banco del parque y leo el texto que acompaña a la ilustración del lobisome. Cuando termino cierro el libro y veo que mis manos tiemblan otra vez. No me extraña. No son lobos lo que intentan cazar los vecinos del pueblo. Son lobisomes. Hombres lobo. Según las leyendas gallegas se trata de una maldición, eso no sería tan grave. Pero si hacemos caso a la mitología celta más antigua y oscura se trata de una raza de cazadores, los mejores cazadores y los más peligrosos; nunca se rinden y nunca pierden una presa. Mierda, estoy jodido. No, estamos jodidos, los aldeanos y yo. Esto puede acabar en una masacre tremenda, y no  tengo ni idea de cómo evitarlo. Saco mi arma y la miro con desesperación, si las leyendas son ciertas dispararles con ella no les hará nada, salvo cabrearles. Lo único que puede dañarles es la plata. Y yo solo tengo una pistola y la mierda de colgante que me ha mandado el señor J.
            Agarro el colgante para arrancarlo de mi cuello y en ese momento me doy cuenta. Es de plata. Y tiene la forma del rostro de un lobisome. Maldito señor J. Él lo sabía. Y me mando aquí sin decirme nada. Cabrón bastardo. Siempre me hace igual, pero hasta ahora nunca me había metido en una así. Supongo que si me ha mandado el colgante será por algo, alguna utilidad ha de tener. Mejor lo conservo.
            De vuelta a la pensión subo a mi habitación y me pego una ducha, me cambio de ropa y salgo hacia el mesón. Espero que la doctora Domínguez no tarde mucho en llegar, tengo que hablar con ella, aunque dudo que se crea lo que le voy a contar.

jueves, 27 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 5

V
Me levanto temprano, harto de dar vueltas en la cama. Apenas he dormido. Esta noche las pesadillas habituales se han visto desplazadas por unos ojos negros inyectados en sangre y unos colmillos enormes y afilados que me desgarraban la carne como si fuera mantequilla. Me pego una ducha rápida, me visto y salgo hacia el mesón para desayunar algo.
Estoy tomando un café en la barra y escuchando la cháchara intrascendente de los habituales mientras espero mi tostada con jamón. De pronto me doy cuenta de que el murmullo ha bajado de intensidad, haciéndose más confidencial. Levanto la vista del café para ver que ocurre. Se ha formado un corrillo de hombres alrededor de un paisano bajito y delgado, casi calvo que, en voz baja, da explicaciones a los demás. No consigo enterarme bien de lo que hablan así que me acerco con disimulo al grupito y afino el oído.
-… e tamén duas vacas mortas nun prado de Millerada frente a igrexa. Destripounas dende o pescozo ata as tetas.
- ¡Me cago no demo! Esto no puede seguir así. Tenemos que hacer otra batida hoy mismo.-el que habla es un hombre de unos setenta años, de más de metro noventa, flaco, con nariz aguileña y un enorme bigote debajo que le oculta por entero la boca.-Antes de que maten todas las vacas o a alguien más.
- Y los de Garellas, ¿consiguieron algo?- pregunta bastante alterado un hombretón con nariz de patata llena de venitas rojas. Lleva una copa de orujo en la mano y tiene la voz ronca como la grava.
- Nada. Llevan toda la noche de caza y nada. Perdieron el rastro. Son unos bichos muy listos esos cabrones, tal parece que borraran su rastro.
- Pues si ellos no son capaces de dar con los lobos, estamos jodidos.- dice con voz acobardada otro del grupito. Este es bastante más joven que el resto, no llegará a los cuarenta. Piel curtida por el sol, ancho de hombros, pelo rubio.
- ¿Y eso por qué?- pregunta el más alto
- Hombre, ellos son los mejores cazadores de la zona y si no son capaces ellos, pues…
- ¿Pues qué? No digas chorradas – interrumpe nariz de patata, cada vez más alterado.- Avisad a los demás y nos vemos aquí a las doce. Y si los tocapelotas de los ecologistas intentan algo se les plantan un par de ostias y asunto arreglado.
- Coño, Edelmiro, tampoco te pases - el que acaba de intervenir es Sebas, el dueño del mesón, desde detrás de la barra.
- ¿Cómo que no me pase? Hay una manada de lobos por ahí comiéndose a la gente y a nuestras vacas y todavía vienen esos gilipollas a defenderlos. Una somanta de palos es lo que se merecen, hombre.
Mientras dice esto sale por la puerta, seguido del resto del grupo y dejan a Sebas recogiendo tazas de café y varias copas de los que les gusta empezar fuerte el día. Yo continúo con mi café, aunque ya está frio. Pido otro para tomar algo caliente acompañando a la tostada. Aprovecho que el mesón está vacío para hablar con Sebas.
- Oye, ¿de qué hablabais antes?
- ¿Quién? ¿Nosotros?
- Sí, hombre, el grupillo que tenías antes aquí formado. Estabais un poco alterados ¿no?
- ¿Nosotros? ¡Qué va!
- ¡Venga ya! Algo ha tenido que pasar para que estuvierais así.
- Bueno, sí que paso algo, sí.
- Cuéntame.
- Pues que hoy han encontrado dos vacas muertas en Millerada, un pueblo cerca de aquí. Las han destripado y creemos que han sido los lobos.
- ¿Dos vacas? Joder, pues sí que tenían hambre.
- Ya ves. Si mataron dos vacas es que debe ser una manada grande.
- Ya. O un lobo muy grande.
- Sí, claro- me mira de reojo con mala cara.- Mira, la gente está bastante alterada con este asunto como para que encima venga alguien de fuera haciendo bromas.
- No lo decía en broma. Oye, otra cosa, ¿Quiénes son los de Garellas que comentabais?
- ¿Quiénes?- Aun está intentando asimilar lo del lobo grande.
- Los de Garellas.
- ¡Ah, sí! Son una familia de allí que tienen fama de ser los mejores cazadores de toda la región. Desde luego como rastreadores seguro que son los mejores.
- Sin embargo esta vez parece que no han tenido suerte, por lo que os he oído comentar.
- Pues sí. Y ya es raro ¿sabes? Cuando salen a cazar algo siempre lo consiguen, da igual el animal que sea. Claro que también es verdad que nunca han salido en una batida de lobos.
-¿Y?
- Coño, pues que el lobo es un animal muy listo. Sabe escapar, sabe esconderse, hasta saben borrar su rastro. Y si intentas acabar con los lobatos en su madriguera, cuando llegas la madre ya se los ha llevado a otro lado. Lo que te digo, son muy listos. No es como cazar a un pobre ciervo asustado o a un jabalí furioso que solo sabe atacar. El lobo es cazador, sabe cómo piensan los otros cazadores…y eso lo hace muy peligroso.
- Bueno es saberlo.
-Oye, por cierto, tendrás que buscar otro sitio donde comer hoy.
- ¿Y eso?
- Ya oíste antes. Va a haber batida.
- No sabía que tú cazabas.
- ¿Yo? No, no soy cazador. Pero hoy vamos a ir casi todos los hombres del pueblo. Tenemos que acabar pronto con esto, antes de que la zona coja mala fama y los negocios se resientan. Ya sabes que dentro de poco es la fiesta del cogumelo y tenemos miedo de que si esto no se ha solucionado no venga nadie.
- Ya, claro. Y encima con lo que le pasó al señor Fontán. Qué mala suerte el hombre.
- Pues sí. Según dijo la policía el pobre tenía un cesto lleno de boletus. Que desgracia. Como la gente se entere de que lo mataron mientras recogía setas, no va a venir ni Dios a la fiesta.
- Esperemos que no sea para tanto. Bueno Sebas, gracias por el café y la charla. Voy a seguir con lo mío.
            Mientras voy de vuelta al hotel me pregunto qué harían el grupo de cazadores si supieran cuál es su verdadera presa. Supongo que la mayoría se quedarían en sus casas, pero no todos; Edelmiro “nariz roja” seguro que no, su bravuconería y el alcohol le harían coger la escopeta igualmente y le llevarían a morir entre los dientes de esos lobos monstruosos. Creo que iré a hacerle una visita a la familia de cazadores de Garellas, quizás ellos puedan ayudarme con esto. Pero si nunca han salido en una batida no sé si sabrán mucho de lobos, ya veremos. Ya en mi habitación recojo mi arma y algo de munición y antes de salir agarro el chaquetón verde oliva porque el día ha amanecido nublado y no creo que acabe sin que llueva. Bajo a recepción con la intención de pedirle a Dulcina que me explique cómo se llega a Garellas y preguntarle que me puede decir de la familia de la que me ha hablado Sebas; pero cuando me ve sale rápidamente a mi encuentro, tiene la cara descompuesta y está muy nerviosa.
- Menos mal que le encuentro, ahora iba a subir a su cuarto a buscarle.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
- Han llamado preguntando por usted. Primero un policía y luego una doctora. ¡Ay meu Deus!
- La doctora Domínguez, y el otro habrá sido el inspector Darriba. ¿Le han dicho que querían?
- Quieren que vaya usted al campamento que hay al lado de Forcarey. Han encontrado otro muerto. ¡Ay qué desgraza!
- Mierda, ¿otro más? ¿Y dónde queda el campamento ese?
- Venga, ya le indico yo como se va.- A duras penas puede contener las lágrimas, pero consigue explicarme que el campamento se encuentra muy cerca de Forcarey, siguiendo la carretera hacia Silleda y que es un campamento de verano para chavales, por lo que ahora está cerrado. De todos modos llevo el gps del móvil así que espero no perderme. Cuando estoy saliendo por la puerta me llama de nuevo.
- Con los nervios casi se me olvida. Tenía usted correo.
- ¿Cómo dice?
- Si, que había un sobre para usted en el casillero de su habitación.- Me alarga un sobre. En el anverso vienen mi nombre y la dirección del hotel, pero no trae sello, ni remitente.
- ¿Quién se lo dio?
- Nadie, como le he dicho estaba en su casillero cuando llegué hace un rato.
Es extraño. Abro el sobre mientras me dirijo al coche. Dentro hay una nota y algo más. Una figurita tallada, parece una pequeña máscara, vagamente humanoide, con grandes orejas puntiagudas, ojos enormes y dientes afilados. Un cordón de cuero atraviesa los ojos; es un colgante. Me lo guardo en el bolsillo del pantalón y echo un vistazo a la nota mientras subo al coche. “Llévalo encima, podría hacerte falta. Sigue así, lo estás haciendo bien. J.”
Esto aclara el misterio de la procedencia de la nota. El señor J. Tan críptico como siempre. Arranco el coche y salgo hacia Forcarey. Por los altavoces suena Springsteen y vuelvo a recordar como conocí al señor J. Aquel maldito caso del asesino del espejo. La prensa no supo nunca cuánta razón tenían al ponerle ese nombre. Ni la prensa ni nadie. Aquel maldito demonio había poseído el cuerpo del conocido empresario Alfredo Martín Sepulveda. Alfredito.  Éramos amigos desde niños. Y aquella maldita aberración lo había utilizado para matar durante años. Había que detener aquello, pero yo no tenía valor para acabar con mi antiguo amigo; entonces apareció el señor J y me salvo la vida y atrapó al monstruo. Alfredo murió. O por lo menos su cuerpo, según me explicó el señor J su alma se había perdido hace años, cuando dejó entrar al demonio de los espejos. No conseguí que nadie me creyera en comisaría, me tomaron por loco. “Estrés laboral” fue el diagnóstico del psiquiatra que tuve que visitar. Estuve seis meses de baja y cuando me reincorporé la situación empeoró. Todo el mundo me trataba como si me fuera a romper. Y la investigación interna tampoco ayudó. No consiguieron esclarecer cual fue la causa de la muerte de Alfredo, pero todos me consideraban a mí responsable; aunque no llegaron a presentar cargos me relegaron a un trabajo de despacho. Así que cuando un día apareció el señor J y me ofreció trabajo no le costó mucho convencerme. Y menos después de explicarme en qué consistiría y cuanto me iba a pagar. Acepté sin dudarlo. Tenía una familia que mantener.
Cuando vuelvo a la realidad estoy llegando al campamento.  Aparco al lado de uno de los coches de la policía y cruzo un estrecho puente sobre el rio Lerez, el campamento está del otro lado. Me dirijo a la entrada, donde se encuentra la zona de deportes, aquí se puede jugar al baloncesto, futbito e incluso hay una zona para practicar escalada, es esta última la que se encuentra acordonada y donde está trabajando la doctora Domínguez. Al fondo hay varios edificios de piedra que será donde están situadas las camas, las duchas, los comedores y demás, así como una gran piscina donde se encuentra el inspector Dominguez junto con algunos agentes; veo que también hay una zona para acampada. Me dirijo hacia la doctora, está agachada sobre algo que parecen los restos de un cuerpo, recogiendo muestras y tomando fotos. Al cabo de unos minutos se incorpora y, al verme, me hace gestos para que me acerque. Un agente de la policía local, más blanco que una vela y con pinta de haber vomitado hasta la comida de ayer, me levanta la cinta policial para que pase.
- Venga, venga. Esto le va a gustar.- Me dice la forense con sorna.- Ha aparecido otro cuerpo devorado. Eche un vistazo.
Parece que la doctora encuentra muy divertido observar cómo se le revuelve el estómago al personal cuando ven el cuerpo.  Camino lentamente hacia ella y con cada paso voy advirtiendo nuevos detalles del estado del cadáver. Es horrible. Pecho y abdomen han sido desgarrados y, por lo que veo, han devorado la totalidad delos órganos internos. Brazos y piernas son poco más que huesos rotos con jirones de musculo y piel aún adheridos. Y le falta la cabeza. Intento con todas mis fuerzas contener las arcadas y no vomitar allí mismo. A duras penas lo consigo.
- ¿Se encuentra Bien?- Pregunta la doctora con gesto de preocupación. Ha debido notar, por el color verde de mi cara, que me pasa algo. Está disfrutando de mala manera, la condenada.
- Sí. Perfectamente. ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Usted qué cree? Otro muerto. Avisaron esta mañana, temprano. Al parecer alguien vio un coche que parecía abandonado en el cruce para Forcarey y cuando vio la sangre fue corriendo dar parte a la policía. Tenía que haber visto como estaba el coche, pero ya se lo han llevado al laboratorio; tenía el capó hundido, las dos ruedas delanteras reventadas y le faltaba la puerta del conductor, además el asiento estaba encharcado de sangre.
- ¿Cómo que faltaba la puerta del conductor?
- Pues eso, que no estaba. La habían arrancado y apareció entre unos arbustos a diez metros del coche, estaba destrozada.
-¿El coche era el del cadáver?
- Supongo que sí. Los agentes se limitaron a seguir el rastro de sangre. Acababa aquí. Parece que esta vez tenía hambre. Apenas ha dejado nada. Y la cabeza tampoco ha aparecido
- Y dígame doctora, ¿Qué cree que ha sido? ¿Un lobo?
- Espero que no. Porque si fue un lobo debe ser gigantesco.- Si supiera lo cierto que es eso que acaba de decir.- Además un lobo no podría hacer esos destrozos en el coche.
- Mire, ¿ve esa herida?- me señala el abdomen de la víctima- Por lo que he comprobado hasta ahora esa herida es resultado de un mordisco.
- Vale. ¿Y?- De momento es mejor que me haga el tonto, haber si consigo sacar algo en claro de todo esto.
- ¿Pero no lo entiende? Un único mordisco, joder. Y ahora dígame si ha visto usted alguna vez un lobo tan grande como para hacer esto.
No puedo decírselo. No lo creería. Cambio de tema.
- ¿Y saben ya de quién se trata? Porque sin cabeza…
- Ya. Pero hemos tenido suerte y hemos encontrado la cartera en un bolsillo de lo que queda de los pantalones. Es Abraham Quintero, un ingeniero que trabaja en el polígono industrial de Soutelo, y además vive allí cerca. Seguro que ha pasado por delante de su casa cuando venía hacia aquí. Es una casa blanca de planta baja con una finca enorme alrededor, como a un kilómetro y medio de Soutelo.  
- Ahora no caigo, pero lo comprobaré. ¿Sabe ya algo sobre la hora de la muerte?
- Poco, la verdad, porque apenas ha quedado nada con lo que trabajar. Pero sí le puedo decir que el ataque se produjo hace doce horas como máximo.
- A última hora de la tarde de ayer.
- Exacto. Mire, en cuanto pueda trabajar con los restos en el laboratorio tendré una hora más exacta.
- Perfecto. ¿Me hará el favor de avisarme cuando sepa algo?
- No hay problema. Pero mire, mejor le veo esta noche en Soutelo, en el mesón, y le pongo al corriente de todo mientras tapeamos.
- De acuerdo.- Esto sí que no me lo esperaba.- Espero que tenga novedades que contarme. Si me disculpa, voy a saludar al inspector.
Me encamino hacia la piscina pensando en el estado del cadáver y en mi encuentro de ayer por la tarde. Podría haber sido yo. Entonces me acuerdo de los arañazos en los árboles. La zona donde se encuentra el cuerpo está despejada, no hay árboles a menos de diez metros. De todos modos busco con la mirada entre las ramas de los más cercanos. Y ahí están, las dos series de arañazos, en un par de árboles cercanos a la zona de escalada. También veo algo más.
- ¡Inspector!- Mi llamada repentina le sorprende y da un respingo. También se han sorprendido la doctora y el resto de agentes, todos me miran. El inspector Domínguez se recompone y se dirige hacia mí con cara de cabreo. El resto vuelven a lo suyo entre cuchicheos.
- Buenos días. Oiga, una cosa es que le ofrezcamos nuestra colaboración y otra es que nos falte al respeto de esta manera. ¿Usted cree que esa es manera de llamar a un oficial de la policía? Le voy a decir una cosa…
-Inspector, cállese un momento. No pretendía faltarle al respeto. Sólo quiero que vea una cosa.- Señalo hacia los árboles.
- ¿Que quiere enseñarme? Yo no veo nada.
-Arriba inspector, entre las ramas. Fíjese bien.
- No sé a qué se…¡Manda carallo!- Ahora ya la ha visto.- ¡Albertito!¡Agente Portos!¡Pero corra, coño!- El agente Portos es alto y flaco como una flauta, le sobra uniforme por todos lados y con los gritos del inspector corre trastabilleando hasta llegar a nuestra altura.
- Señor.- Se pone firme temblando, está colorado por la carrera y la vergüenza.
- ¡Ni señor ni leches! ¿Dónde coño habéis estado buscando la cabeza? ¿Y cómo la habéis estado buscando? Haga el favor de llamar a la central y que manden a alguien con una escalera para bajarla de ahí arriba.- El inspector dispara las palabras sin hacer pausas mientras adelanta la cabeza hacia su subalterno, que retrocede acobardado, debe tener miedo de que el viejo mastín le lance una dentellada.
- Sí señor.- El agente levanta la mirada hacía la cabeza y se pone más blanco que una vela; se da la vuelta y sale corriendo hacia unos arbustos para vomitar.
- Pero, ¿Cómo sabía usted que estaba ahí?- pregunta el inspector.
- No lo sabía, la he visto por casualidad.
- Carallo con la casualidad.   
-Pues sí. Mire inspector, quería preguntarle acerca de una familia de Garellas que me han comentado son los mejores cazadores de por aquí. ¿Los conoce?
-¿A los de Garellas?
- Sí, inspector. De Garellas. Cazadores.- Esta manera de ser de los gallegos, respondiendo con otra pregunta me pone nervioso.
- Sí, ya se a quienes se refiere; la familia Breogán. Buena gente, aunque un poco reservados. ¿Y qué quiere de ellos?
- Bueno, he oído que habían salido de caza sin mucho éxito, intentando abatir a los lobos que han hecho esto. Quisiera charlar con ellos sobre el asunto.
- Pues que tenga suerte, como le he dicho, son bastante reservados. No se relacionan apenas con los vecinos, así que no creo que le digan a usted nada.
- Bueno, no crea, puedo ser muy persuasivo si hace falta.
- No, con esta gente no hay persuasión que valga. Va a darse el paseo para nada.
- Ya veremos. Hasta luego inspector, que tenga un buen día.
- Igualmente.
            El inspector se da la vuelta y se dirige hacia sus hombres con paso decidido. Me temo que les va a caer una bronca de cuidado. Paso de nuevo junto a la doctora y me despido con la mano, ella me contesta con un gesto, recordándome la cita de esta noche. Subo al coche y me pongo en marcha hacia Garellas.
No sé si el inspector se habrá tragado lo de la casualidad, pero no tengo ganas de quedarme todo el día en comisaría explicándole lo que buscaba realmente. No iba a creerme. No se lo creería nadie. ¿Quién iba a creer que ese destrozo lo hizo un lobo gigante? Quizás la doctora, pero lo dudo, aunque tenga la evidencia delante, resulta difícil de creer. Casi no  me lo creo ni yo, y eso que casi me mata. Pero si es un lobo, ¿cómo coño hace para subir a esa altura y saltar de un árbol a otro? Hay algo en todo esto que no encaja, y de momento no tengo idea de que puede ser. Espero que la gente que voy a visitar, la familia Breogan, me ayuden a aclarar un poco todo este lío.

lunes, 24 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 4

IV
Es un lobo. Pelaje gris oscuro, casi negro, erizado y sucio, hocico manchado de sangre, enseñándome los dientes mientras gruñe. Pero lo peor de todo es su tamaño. Debe ser tan grande como un buey. Si no fuera porque lo tengo delante diría que es del todo imposible que exista un lobo de semejante tamaño. Pero es real. Y me va a matar. En lo único que puedo pensar ahora es en mi arma, guardada dentro de la maleta en el hotel. Joder.
Hay que reconocer que es un animal impresionante, por debajo del pelaje se perciben unos músculos poderosos que están en tensión, a la espera de saltar sobre mí. El hocico es enorme y en el destacan unos colmillos grandes como navajas. Pero lo que realmente me infunde terror son los ojos, negros, inyectados en sangre, crueles y locos de ira. Cuando me mira fijamente y comienza a avanzar despacio hacia mí sé que voy a morir. Esos ojos tienen ganas de matar, de despedazar; y cuanto más, mejor. El animal huele mi miedo y sonríe. Sé que es imposible, pero está sonriendo. 
Sigue avanzando mientras yo retrocedo. Es la danza de la muerte. Sin darme cuenta me he metido en el rio. El agua me da por las rodillas. Veo como flexiona las patas y se tensan todos sus músculos. Llegó el momento. Va a abalanzarse sobre mí. Solo espero que sea rápido.
Pero antes de que el lobo pueda saltar me llevo la segunda sorpresa del día. Oigo otro gruñido que procede del otro lado del río y antes de poder darme la vuelta veo la silueta de otro lobo enorme saltando por encima de mí y aterriza interponiéndose entre ambos. Este segundo lobo es algo más pequeño y de pelaje marronaceo.
De inmediato se lanza a por mí atacante y ambos se enzarzan en una pelea de mordiscos y zarpazos hasta que, en un determinado momento, el lobo gris consigue alcanzar al otro de lleno en la cabeza con un potente zarpazo, lanzándolo contra el tronco de un árbol y aprovecha ese momento de ventaja para perderse corriendo en el bosque. El lobo marrón se levanta dolorido y olisquea el aire, se vuelve hacia mí un instante y sale corriendo tras él no sin antes lanzarme un gruñido bajo, gutural, de advertencia.
Estoy alucinado. No puedo creer lo que acaba de suceder. Pero ha sido real. Poco a poco me voy recuperando y me doy cuenta de que estoy de rodillas en el agua. Me incorporo y salgo del río. Me tiembla todo el cuerpo. Nunca me ha apetecido tanto un pitillo como ahora.
Camino de vuelta a la carretera y continúo caminando de vuelta al pueblo. No consigo parar de temblar. Ese animal, esa bestia descomunal ha estado a punto de matarme y otra bestia igual me ha salvado la vida. No lo entiendo, no sé qué es lo que ha pasado realmente en el molino. Cuando llego a la pensión subo directamente a mi habitación, me quito la ropa y me meto en la ducha. Bajo el chorro de agua pienso en mi mujer y en mi hija y rompo a llorar.
Mientras me seco intento ponerme en contacto con el señor J, pero no responde al teléfono. Le maldigo de mil maneras distintas, me visto y bajo al bar del hotel. Está anocheciendo y los parroquianos inician su rutina alcohólica diaria. Me siento en una mesa al lado del ventanal y pido un whisky solo. Nunca bebo cuando trabajo, pero hoy lo necesito.

domingo, 23 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 3


III

            Tardo una hora en encontrar la dichosa aldea donde tiene su casa Delmito. Estos gallegos llaman aldea a cualquier cosa. La Devesa son dos casas viejas, casi en ruinas, antiguas tabernas de pueblo una a cada lado de la carretera, y en la que yo busco no hay nadie. En la otra me comentan que están todos en Pontevedra, en el Hospital Xeral, visitando  a Delmito que está allí ingresado por un infarto. Me comenta su vecino, además, que sigue en estado de shock. Maldita suerte la mía; no creo que pueda obtener información por esta vía.
            Vuelvo a la pensión y consigo hablar con la dueña. Se llama Dulcina y es una mujer de unos sesenta años, muy alegre y dicharachera y la persona más amable que me he encontrado hasta el momento. Tras unos minutos de charla intrascendente le comento que quiero visitar el molino que hay por aquí cerca.
- Ah, debe usted referirse al molino de la Ponte Nova, ¿verdad?
- Sí, así es. ¿Está muy lejos?
- No, que va. Desde aquí serán unos veinte minutos andando. Según salga del pueblo coja usted la carretera vieja y en cuanto cruce el río lo verá a mano derecha. Pero no es buena idea acercarse por allí estos días.
- ¿Por qué lo dice?
- Bueno, ya sabrá lo del hombre que mataron los lobos ¿verdad? Pues fue allí. Por eso haría bien en no ir por allí, o por lo menos no ir solo. Porque aún no los cazaron.
- No sabía que los del pueblo habían salido a cazarlos.
- Bueno, los de aquí salieron, claro que salieron; pero aún no consiguieron nada. Haber si tienen suerte pronto.
- Supongo que sí, de todos modos, ¿eso es legal?, ¿los de la Xunta y los ecologistas no dicen nada?
- Pues claro que dicen. Los ecologistas no paran de armar follón. Pero murió un hombre aquí al lado y la gente esta asustada. Es nuestro problema y nosotros debemos arreglarlo, ¿no cree usted?
- Hombre yo creo que sería más sensato dejarlo en manos de la Consellería o de la Policía.
- ¿Sí? ¿Usted cree? Pues está muy equivocado. La policía ya ha cerrado el caso y no van a hacer nada y los de la Consellería son unos inútiles, así que ya me dirá usted que van a hacer en estos montes que no conocen. Mire, el fin de semana próximo es la fiesta del cogumelo y la gente tiene miedo de salir a coger las setas y sin setas no va a haber fiesta. A mí ya me anularon dos reservas que tenía para todo el fin de semana, así que imagine usted que panorama. No, lo arreglaremos los de aquí, ya lo verá.
- Está bien. No quiero discutir. Pero prométame que me avisará si se entera de alguna novedad.
- Muy bien. Se lo prometo.
- Estupendo. Pues ahora, aprovechando que ha dejado de llover, me voy a dar un paseo hasta ese molino y así hago un poco de ejercicio.
- ¿Pero va a ir usted solo?
- Pues sí.
- ¡Ay miña naiciña querida! Tenga usted cuidado.
- Descuide.

Me dirijo hacia el molino dando un paseo. No tengo prisa y por fin parece que la lluvia ha decidido concedernos una tregua, así que quiero disfrutar un poco del paisaje. Y no soy el único, ya que me cruzo con varios vecinos del lugar durante el trayecto; caminan a un ritmo vivo y varios incluso van en chándal, así que imagino que esta vieja carretera medio abandonada debe ser “la ruta del colesterol” del pueblo. Tardo una media hora en llegar al viejo puente de piedra desde donde se puede ver lo que queda del antiguo molino de agua, que ha sido restaurado y transformado en un pequeño hotel rural. Apenas queda rastro de la estructura original del molino. Cruzo el puente y cojo el  camino que lleva hasta la entrada del hotel, pero está cerrado. Da la impresión de llevar bastante tiempo así. Rodeo el hotel hasta llegar a la parte posterior del edificio, al lado del rio. Es aquí donde mejor se pueden apreciar las paredes del viejo molino y da la  impresión de que también han conservado parte de su interior incorporándola a alguno de los salones del hotel.
Cruzo el río por encima de unas rocas y me encuentro con la cinta policial que delimita el escenario donde se encontró el cuerpo. Es extraño que aún no la hayan retirado, pero me viene muy bien ya que no tengo que perder tiempo buscando el sitio exacto.
Lo primero que me llama la atención es el lugar en sí, un camino despejado, muy cercano al molino y visible desde la carretera. No creo que sea la elección ideal de un depredador para atacar a su presa. Inspecciono un poco los alrededores para intentar averiguar de dónde vinieron tanto el atacante como la víctima, pero no encuentro rastro alguno. No es de extrañar, han pasado varios días y la lluvia habrá borrado cualquier huella que pudiera quedar por la zona.
Llevo cerca de dos horas dando vueltas en círculos concéntricos cada vez más amplios buscando algo, lo que sea, cualquier pequeño indicio que me ayude a aclarar un poco que pasó realmente aquí; pero no encuentro nada, así que vuelvo al punto de partida. Me siento en una roca a la orilla del río tratando aclarar un poco las ideas con el murmullo del agua saltando entre las rocas a mi espalda. A mi lado está tirada, rota, una enorme rama de roble. La lluvia de estos días ha debido de hacer estragos entre la vegetación de estos bosques. Sin embargo la rama es demasiado gruesa como para que la lluvia haya podido con ella, y tampoco parece que esté podrida, es curioso. La examino con más detenimiento, pero solo observo unos arañazos en su corteza. Algún animal la habrá utilizado para afilarse las uñas. La zona por donde se ha roto y desprendido del tronco está intacta y efectivamente no hay rastro de podredumbre. No sé qué puede haber hecho que se rompiera. Levanto la vista buscando de donde ha caído la rama y decido subir al roble para verlo de cerca. Espero no matarme mientras trepo tronco arriba.
            Tardo bastante más de lo esperado pero consigo llegar arriba de una pieza. Agarrado con todas mis fuerzas al tronco del árbol inspecciono los restos de la rama pero no veo nada que me indique que no hayan sido el viento y la lluvia los responsables de su rotura y posterior caída. Mientras inicio el descenso me fijo en otro viejo roble, a unos cinco metros de este, que presenta también una serie de arañazos en su tronco más o menos a la misma altura que me encuentro yo ahora. Entonces los veo. En el arbol al que estoy agarrado, a medio metro por encima de mi cabeza, dos series de cuatro profundos arañazos en la corteza del tronco, una a cada lado del mismo, como si el animal que lo hubiera hecho estuviera agarrado al tronco como estoy yo ahora. Bajo todo lo rápido que puedo sin matarme y me dirijo al otro árbol. Las dos mismas series de arañazos. Esto no lo ha hecho un lobo. Más parece obra de un oso, por mucho que diga la forense que en esta zona no hay, pero no tampoco me cuadra. Echo un vistazo alrededor y veo los mismos arañazos en varios árboles así que sigo el rastro de árboles arañados mientras me interno más en el bosque que hay tras el molino donde el rastro desaparece de pronto. Tras unos minutos de búsqueda encuentro un rastro de matorrales rotos, arrancados y huellas de zapatos que se dirigen hacia el molino. Las sigo en sentido contrario pero desaparecen tras unos pocos metros y no consigo dar con ellas de nuevo.
Frustrado y confundido voy dándole vueltas al asunto mientras vuelvo al molino. No paro de preguntarme qué clase de animal puede saltar así de árbol en árbol y que tamaño debe tener para dejar esas marcas en los árboles. Voy pensando en gorilas y osos saltarines cuando oigo un ruido a mi espalda. Es un gruñido bajo, grave y escalofriante que hace que se me erice el pelo de la nuca. Me doy la vuelta muy despacio para ver de donde proviene el gruñido y me quedo clavado en el sitio, incapaz de dar crédito a lo que ven mis ojos.

viernes, 21 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capítulos 1 y 2


I.

            Llueve. No para de llover. Llevo aquí dos días y no ha dejado de llover ni un segundo. Pero a la gente parece no importarle; estoy sentado en una mesa de la cafetería de la pensión y a través de la cristalera veo en la calle que la gente hace su vida sin importarles la lluvia. El pueblo en cuestión se llama Soutelo de Montes. Casas de piedra con tejados de tejas rojas o de pizarra negra a ambos lados de la carretera que va de Orense a Pontevedra; hay algunos bares, restaurantes y tiendas. Igual a tantos otros. Sin embargo Soutelo es muy conocido en toda Galicia ya que aquí nació el artista más grande que ha parido esta singular tierra. Avelino Cachafeiro, el Gaiteiro de Soutelo. Pero no es su música lo que  me ha traído hasta este pequeño rincón del interior de Galicia.
            Dos días y aun no tengo nada. Ya me advirtieron sobre eso. Que me costaría conseguir información. La gente de aquí es reservada. Y, para ser sinceros, el tema tampoco es agradable. Lo único que he averiguado hasta el momento es que el cadáver del señor Fontán apareció parcialmente despedazado cerca de aquí, después de que saliera a buscar cogumelos; parecía haber sido atacado por algún animal salvaje.
            A la policía local le ha tocado el gordo, pero en el mal sentido. Se sospecha que haya podido ser un lobo, o una manada, y los vecinos andan bastante exaltados por el tema; se oyen rumores de batidas de caza para acabar con todos los que encuentren, así que la Consellería do Medio Rural de la Xunta de Galicia, por medio de la Dirección Xeral de Conservación da Naturaleza está metiendo también las narices en el asunto. Y para acabar de rematar el asunto, varios grupos ecologistas han decidido organizar movilizaciones en defensa del lobo aquí, en el pueblo. Aún me pregunto que coño pinto yo en todo esto.
            Espero que mañana cambie mi suerte y pueda sacar por fin algo en claro. Por la mañana tengo cita con el inspector Darriba, de la policía local y con la forense.
            Empieza a oscurecer; creo que me voy a armar de valor y saldré a la calle para ir a cenar algo. Más abajo en la calle hay un mesón llamado “Pan de Soutelo” donde ponen unas tapas bastante decentes y además tienen un albariño casero cojonudo, aunque lo que le ha dado la fama son sus sensacionales bocadillos de jamón y su pan, de ahí el nombre.

II.

            Sigue lloviendo. De todos modos el trayecto en coche hasta Forcarey se me hace corto porque el paisaje es asombroso; todo verde hasta donde alcanza la vista, prados y carballeiras de un verde exuberante y casitas diseminadas aquí y allá. Cuando llego al pueblo me dirijo directamente al ayuntamiento, donde también se encuentran las dependencias de la policía local. El oficial de la entrada me indica el camino hasta el despacho del inspector. Llamo a la puerta y una voz me indica que pase. El despacho no es precisamente grande. Mobiliario estándar de oficina, un par de archivadores pegados a una pared y una ventana en la de enfrente, una pantalla de ordenador con su teclado y su ratón encima de la mesa y un montón de papeles y carpetas ocupando todo el espacio disponible y una foto del Rey en la pared de detrás de la mesa. El inspector Darriba es un hombre grande, alrededor del metro noventa y con un abdomen que indica que sus tiempos de atleta quedaron atrás hace mucho. Me tiende la mano y me da la bienvenida con una voz ronca típica del que empieza el día con un lingotazo de algo fuerte.
- Bueno, bueno. Así que quería usted saber algo sobre el caso del señor Fontán. ¿Y eso?
- ¿Perdón?
- Si hombre, que a qué debemos este interés, ¿era conocido suyo o algo?
- No. Yo no lo conocía. Y mi interés no es personal. Me han enviado aquí para averiguar que le pasó.
- Ajá. Pues su patrón debe ser alguien importante. Ayer, antes de hablar con usted por teléfono, el capitán me llamó a su despacho; al parecer alguien de arriba quiere que le ayudemos a usted en todo lo que podamos. Nunca había visto al capitán tan nervioso. Entre usted y yo, es un poco tocahuevos el capitán, pero es buena persona. Así que dígame, ¿quién manda en usted?
- Me temo que eso es confidencial. Disculpe pero ¿me está interrogando? Porque no le veo ningún sentido a esto.
- ¿Cómo? No, por Dios, no. Es curiosidad. Verá, no acabo de ver claro el que le manden a usted a averiguar que le ocurrió al difunto señor Fontán cuando ya ha quedado claro que fue atacado por un animal salvaje. Un encuentro desafortunado.
- Ya, bueno, pero aun así comprenderá usted que tengo que ganarme mi sueldo. A mí me han pedido que venga e investigue así que yo vengo e investigo. No quiero molestar ni meterme en su trabajo, pero algo tengo que hacer. Y espero que pueda usted ayudarme en algo porque de momento no tengo nada.
- Ya, ya.- El inspector empieza a mostrarse inquieto, no le agrada saber que yo voy a seguir rondando por allí.- Mire tengo a los de la Xunta por un lado y a los ecologistas por otro dando por saco. Lo último que necesito es que venga usted también a meter las narices donde no le llaman.
- Bueno inspector, por eso no se preocupe, ni sabrá que estoy aquí. Y bien, ¿puede darme algo? ¿Algo que no haya salido en la prensa?
- ¿Cómo? No, no. Mire a la prensa ya le dimos todos los detalles. A fin de cuentas, aunque fue algo desagradable, el caso no tiene nada de particular.
- Si, eso ha quedado claro. Dígame inspector ¿ocurren muchas muertes por ataque animal en esta zona? Se dice que hay lobos y jabalíes por aquí, así que debe ser frecuente.
- Pues que yo recuerde no mucho. Heridas producidas por animales sí, además esta es zona ganadera, ya sabe. Pero muertes no, que yo recuerde, por lo menos en los últimos diez años.
- ¿Y no le parece extraño?
- ¿El qué?
- Pues que no haya habido ningún fallecido por ataque animal en los últimos diez años y ahora, de repente… 
- ¿A usted sí? Mire ya le he dicho que es frecuente que haya heridos, no solo por el ganado, también en las cacerías. Los jabalíes son animales peligrosos y todavía más si se sienten acorralados o están heridos. Y de los lobos mejor ni hablamos. Tarde o temprano tenía que ocurrir algo así. No le de más vueltas ¿entiende?- Esta claro que por ahí no voy a conseguir nada más, lo intento por otro lado.
- Sí, ya veo. Mire, otra cosa que quería preguntarle, ¿podría indicarme donde queda el lugar en el que encontraron el cuerpo? Me gustaría ir a echar un vistazo, ya sabe.
- Sí, hombre, como no. Me dijo que estaba usted alojado en la pensión de Soutelo, ¿no es así?
- Pues sí.
- Bien, entonces le queda cerca. Mire, a la salida del pueblo en dirección Pontevedra tiene usted que tirar por la carretera vieja, “las siete revueltas” le llaman, porque tiene muchas curvas en un tramo muy corto.- El inspector se mostraba algo más relajado ante la posibilidad de librarse de mi.- Bueno, pues cuando cruce un viejo puente de piedra, la Ponte Nova, verá un molino a mano derecha. Bien, pues en el río al lado del molino es donde encontraron el cadáver. ¿Lo entendió? No es difícil.
- Sí, creo que lo tengo claro. Más o menos.
- Y si no le pregunta a cualquiera del pueblo, todos conocen el sitio.
- Estupendo. Oiga y no sabrá usted donde vive la persona que encontró el cadáver.
- ¿Quién? ¿Delmito? ¿Para que quiere hablar con él?
- Solo quiero que me cuente lo que vio. Según la prensa estaba en estado de shock al lado del cadáver y repetía la misma palabra una y otra vez…
- Lobo- concluyó por mí el comisario-. El muy jodido. Por su culpa tengo todo este follón encima.
- ¿Podría decirme donde vive?
- Si, claro. En La Devesa. Le queda de camino cuando vuelva a Soutelo. Es una Aldea pequeña que está después del desvío para Garellas, otro pueblecito de la zona, está a unos tres kilómetros de Soutelo. Pero no sé si lo encontrará ahí; tengo entendido que lo llevaron a Pontevedra, al Hospital Xeral. De todos modos si habla con él procure tener cuidado y no alterarlo mucho, es un hombre de salud delicada, ya ha tenido dos infartos hace unos años. ¿Me hará ese favor?
- Por supuesto, no se preocupe. Bueno, inspector, gracias por su ayuda. Y ahora si me disculpa tengo que ir a ver a su forense.
- Bien, bien. Salúdela de mi parte. Y no se meta en líos, ¿de acuerdo?
            Salgo del minúsculo despacho con la impresión de que sigo igual que antes de entrar. Lo único que me ha quedado claro es que al inspector Darriba no le hace demasiada gracia tenerme por aquí husmeando, ni pizca de gracia. Aunque lo disimula bastante bien.  Espero tener más suerte con la doctora Domínguez, la forense. Me dirijo a su despacho. Se encuentra en el sótano y es prácticamente idéntico al del inspector, pero más ordenado.
La puerta del despacho esta abierta, así que asomo la cabeza dentro.
- Buenos días, ¿la doctora Domínguez?
- Lo siento, hoy no es día de consulta. Vuelva mañana, por favor-. Ni siquiera aparta la mirada de la pantalla del ordenador. La forense ronda los cuarenta, menuda, delgada, pelo corto, moreno y ojos color miel. No es lo que me esperaba. Para nada.
- No, mire, yo quería hablar con usted por otro motivo. Es por el señor Fontán.
- ¿Cómo? ¿Quién es usted?
- Hablamos por teléfono ayer, ¿se acuerda? Estoy investigando las causas de la muerte del señor Fontán.
- Ah, ya. Perdone, es la costumbre. Así que las causas de la muerte. Pues mire, según parece murió por el ataque de algún animal salvaje.
- Sí, eso ya lo he oído. Pero esperaba que usted pudiera darme una información mas concreta.
- Ah, ¿quiere algo mas concreto? Pues mire, la víctima falleció a consecuencia de las heridas producidas en cuello y tórax. Tenía el cuello desgarrado y el tórax destrozado de un zarpazo. Además tenía un brazo seccionado, bueno, más bien arrancado a la altura del hombro. ¿Le parece mejor así?- Esta tratando de impresionarme, de intimidarme, pero no voy a caer tan fácilmente. Estoy acostumbrado a los datos desagradables. Mi estomago aguanta lo que le echen.
- Mucho mejor.- Tranquilidad total, estomago de acero.- Entonces, ¿cree que fue un lobo?
- ¿Esta de coña? Mire, por el tamaño de las heridas tendría que ser un lobo más grande que un buey, o una manada de lobos enormes. No, parece más bien cosa de un oso, lo cual es muy extraño.
- ¿Por qué? 
- Porque no hay osos por esta zona. ¿Pero de donde viene usted? De aquí no es, está claro, no tiene acento.
- Vengo de Madrid. Y según tengo entendido las últimas poblaciones de osos de la península se encuentran en Asturias -. Gracias documentales de la 2.
- Muy bien, señorito de la capital. Debo reconocer que yo tuve que preguntarle a un amigo zoólogo. Y las últimas poblaciones son mas bien unos pocos ejemplares sueltos. Pero hace ya mucho tiempo que no hay osos en Galicia.
- ¿Y no podría ser de un circo?
- No. Ya lo hemos investigado. En esta época del año están todos por el sur. Por el clima, ya sabe.
- Ya. ¿Y de un particular?- Me está impresionando, por fin alguien que parece hacer bien su trabajo y que no le importa compartir la información.
- Tampoco. Nadie tiene un oso que nosotros sepamos en un radio de doscientos kilómetros. Y antes de que lo pregunte, nadie ha echado de menos un oso en los últimos días.
- Vale, nada de osos entonces.
- Nada de osos.
- Y si no fue un oso, ¿qué pudo ser?
- No tengo ni idea. Yo he concluido con mi parte de la investigación y he presentado el informe pertinente al inspector Darriba, informando de que no hay datos suficientes para saber que animal fue el responsable del ataque. Ahora ya es cosa de la policía o de la gente de la Xunta encontrar al animal.
- Pero si no fue un oso, ni un lobo, ¿qué otro animal puede haber echo esto? ¿Un jabalí?
- ¿Qué? No. Oiga, no tiene usted ni idea de animales salvajes, ¿verdad? - Ahí me ha pillado, era absurdo negarlo.
- Estoy aprendiendo sobre la marcha, y aprendo rápido, no se preocupe. ¿Por qué lo dice?
- Bien, mire, para empezar un jabalí tiene pezuñas, no zarpas, con lo cual no podría haberle producido estas heridas en el tórax.- Me enseña las fotos, en una de ellas pueden verse  cuatro heridas longitudinales que van desde el hombro izquierdo hasta el flanco derecho, por debajo de las costillas. Otra es una imagen del cuello, desgarrado, le han arrancado parte de la garganta y pueden verse las vértebras.- Y como supondrá, un jabalí no suele hacer esto, son principalmente vegetarianos.
- Y para acabar de rematarlo -continua la doctora con cara de fastidio- las muestras de pelo que encontramos no han servido de nada.
- Perdón, ¿cómo dice?, ¿Qué muestras?
- Verá, encontramos un pequeño mechón de pelo en una de las manos del cadáver. Pensamos que se lo habría arrancado al animal al defenderse del ataque, así que las mandamos al laboratorio. Pero no ha servido de nada. Los resultados llegaron hace un rato y parece que la muestra sufrió algún tipo de contaminación y es inservible.
- ¿Cómo que contaminación?, ¿qué quiere decir?
- Mire no se que ha pasado, pero la muestra estaba contaminada. Había trazas de ADN canino, pero también de ADN humano. Inservible. Algún novato del laboratorio habrá contaminado la muestra.
- No puede ser.
- ¡Oh, sí! Ya le digo yo que sí.
- Pero ¿Cómo…?
- No lo se. Tenemos poco personal y mucho trabajo…
- Venga ya, ¿entonces no tiene nada?
- Mucho me temo que no.
            Esto es frustrante. Me despido de la doctora y salgo de allí. Esperaba que ella me hubiera podido ayudar, que hubiera arrojado algo de luz sobre el asunto, como se suele decir. Y nada. De momento todo el mundo me dice que ha sido un accidente, un caso de mala suerte.  Pero, para empezar no saben que clase de animal ha sido el que mató al señor Fontán. Y además, si se tratara solo de eso yo no estaría aquí haciendo preguntas. No, tiene que haber algo más. Y seguro que no me va a gustar. Nunca me gusta. Pero ese es mi trabajo ahora.
            Es la hora de comer así que entro en un restaurante de la calle principal, cerca del ayuntamiento, que se llamaba Victoria. Uno de los agentes de la entrada me ha dicho que pida richada, que aunque tardarán un poco en hacerla merece la pena. Pido también un revuelto de boletus de primero para que la espera no sea tan larga. Cuando me traen la richada y la pruebo no puedo sino darle la razón al agente; es un guiso de carne de ternera exquisito, con unos cachelos tiernos que se deshacen en la boca, lo acompaño de un tinto del país que sirve para resaltar aún más el sabor dela carne. Después de comer, mientras tomo un café intento ponerme en contacto con el señor J., mi jefe. No lo consigo, no le gustan demasiado los móviles. Bueno, no le gusta la tecnología en general. Pago la cuenta, sorprendentemente barata para todo lo que he comido, y voy hacia el coche. Tengo intención de ir a visitar al tal Delmito, si logro encontrar su casa; y luego, si aún me da tiempo iré a esa Ponte Nova a echar un vistazo. 

Os lobos de Montes. Comentario previo

Esta historia transcurre en mi tierra, en Galicia. Concretamente en una zona llamada Terra de Montes situada a caballo entre las provincias de Orense y Pontevedra. Todos lo lugares referidos en el relato son reales, tanto pueblos como bares, restaurantes y demás, así como otras localizaciones geográficas. Los personajes son producto de mi imaginación, aunque algunos están basados en gente que conozco. Si alguien de por allí lee el cuento, se ve reflejado en alguno de los personajes y no le gusta que me lo diga y ya veré como puedo cambiarlo.
Por lo demás espero que os guste leerlo tanto como a mí escribirlo, pero espero que no tardeis tanto en leerlo como yo he tardado en escribirlo (es que me disperso mucho, y ahora más con la niña, y ha habido un par de veces que me quedé atascado y no sabía como seguir).
El relato lo iré subiendo poco a poco, para no saturar esto ya con la primera entrada.