lunes, 21 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. Capitulos 12 y 13.

XII

Es aún más terrorífico que la primera vez que lo vi. Tiene el pelaje sucio, con innumerables costras de barro y sangre pegadas por todas partes; le falta parte de la oreja izquierda y tiene una fea cicatriz consecuencia de un zarpazo recorriéndole la cara, parece que finalmente su madre tuvo que emplearse a fondo. Lo único que no ha cambiado en absoluto son esos ojos negros, son como un pozo a la locura de su mente. Se acerca lentamente, se acuerda de mí, sabe que conseguí escapar y no parece dispuesto a dejar que se repita. Me llevo la mano al cuello y saco el amuleto para que lo vea y lo huela. Se detiene por un instante y luego continua su lento avance hacia mi como si nada. Es por el viento, lo tiene en contra y por eso no lo huele, pero debería verlo. Tendría que ser suficiente; incluso aunque no lo viera debería sentirlo, es algo mágico, no físico. A menos que me hayan engañado. El lobo sigue avanzando, fauces abiertas, labio superior retraído; se dispone a atacar de un momento a otro. ¡Me cago en la puta! ¡Me ha mentido! ¡El muy cabrón me ha mentido a la cara y se ha quedado tan ancho! Si salgo de esta le voy a patear su culo peludo desde aquí hasta su puta casa. Si salgo de esta. Tengo al lobo a escasos metros de mí, puedo incluso oler su aliento apestoso a sangre y carne en descomposición, los restos de su última comida.
            Salta hacia mí con las patas delanteras extendidas y abriendo las fauces. En ese momento disparo sin pensar, no se hacia donde, no me ha dado tiempo de apuntar. El lobo suelta un gemido y cae al suelo. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración  y suelto todo el aire en un suspiro de alivio, pero el lobo empieza a incorporarse de nuevo y un gruñido gutural y salvaje, de rabia, me hiela la sangre en las venas. Mientras se da la vuelta lentamente y cojeando ligeramente de la pata delantera izquierda echo a correr monte arriba intentando encontrar a Arturo. No está por ningún lado, el muy cabrón. Miro hacia atrás y lo tengo pegado a mí; me tiro al suelo en el instante en que lo veo saltar y desde el suelo veo como pasa sobre mí. Disparo dos veces más mientras el lobo aterriza a cinco metros de mí. Fallo estrepitosamente, cegado en parte por el polvo y la hojarasca que acompañaban al lobo durante el salto. Me incorporo y sigo corriendo, esta vez en zigzag, recuerdo haber visto algún documental donde los conejos conseguían escapar de los lobos corriendo de esta manera; claro que los conejos son más rápidos al sprint que los lobos y eso también influye. Yo no soy tan rápido como este monstruo ni de lejos, lo comprendo cuando noto como una de sus zarpas impacta en mi costado lanzándome por los aires varios metros. Aterrizo entre unos arbustos más altos que yo. Creo que me ha roto varias costillas, me cuesta respirar y escupo sangre; eso no es buena señal. Asoma la cabeza entre los arbustos y en ese momento, como no se me ocurre otra cosa, le escupo toda la sangre que tengo acumulada en la boca cegándolo momentáneamente; me lanza un bocado a la desesperada que consigo esquivar de milagro y le respondo con una patada en el hocico. Lanza un gañido de dolor y se retira; aprovecho para incorporarme como buenamente puedo y echo a correr. Bueno, lo intento, porque mis costillas no me dejan, así que voy renqueando monte arriba y cada vez me cuesta más respirar. Estoy jodido.
            Ahí viene de nuevo. Oigo su respiración entrecortada mientras se acerca, creo que al menos le he herido. Bien. Que se joda. Encima no se lo iba a poner fácil. Cuando lo veo venir entre los arbustos levanto el brazo y... no tengo nada. ¿Dónde coño está mi arma? Me cago en…Un momento, ya recuerdo, la tengo en la otra mano, se me cayó al golpear con los arbustos en mi caída y no se como conseguí recogerla al salir de allí. La cambio rápidamente de mano mientras veo como sus fauces se lanzan hacia mi cuello, todo ocurre a cámara lenta, me echo hacia atrás y disparo mientras caigo, veo como un chorro de sangre sale por la parte posterior de su cuello y caemos; yo contra el suelo pedregoso y el lobo encima mío. Joder como pesa, me está aplastando, esto no va a beneficiar en nada a mis costillas rotas. Intento pedir auxilio pero no consigo reunir aire suficiente para gritar. El lobo empieza a moverse, maldición ¿no te vas a morir nunca maldito engendro? Trata de incorporarse sobre sus patas delanteras, pero no le responden, creo que el disparo le ha destrozado la columna, pero solo es cuestión de tiempo que se recupere, ahora intenta girar su descomunal cabeza para acercar sus fauces a mi cara. El muy hijo de perra quiere acabar conmigo como sea, pues no le voy a dar esa satisfacción; tengo el brazo atrapado entre nuestros cuerpos y apenas puedo moverlo pero empiezo a desplazarlo muy despacio hacia fuera mientras el mueve lentamente la cabeza. Parece una carrera a cámara lenta, su cabeza contra mi brazo. La carrera de la muerte, por suerte la gano yo. Saco el brazo, lo apoyo fuertemente contra su cabezota y disparo. Una lluvia de sangre y sesos me salpica por completo el rostro, el pelo, el cuello, todo. Cada vez me cuesta más trabajo respirar; levanto el brazo y disparo al aire. Vacío el cargador y rezo por que alguien, hombre o lobo, oiga los disparos.

XIII

            No se cuanto tiempo llevo inconsciente cuando me despierto, muy lentamente, entre una especie de bruma que lo cubre todo. Mi cerebro parece gelatina y mi cuerpo un saco de boxeo, me duele todo; me duele hasta pensar. Intento incorporarme pero desisto rápidamente lanzando un gemido de de dolor. No sé donde estoy, aun no veo con nitidez, pero el sitio me resulta familiar.
- Por fin despertaches rapaz. Xa comezabamos a preocuparnos.- Vale, ya se donde estoy, esa voz de cazalla con ese tonillo de sorna soterrada son inconfundibles.
- Hola doña Basilia. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Que educado. Non te preocupes rapaz, solo levas aquí dende onte pola tarde.
- No he entendido nada, aun me duele horrores la cabeza.
- Tsch. Digo que llevas aquí desde ayer por la tarde. Tuviste suerte de que te encontrara la familia de Arturo.  Si te hubieran encontrado los otros, los cazadores, ahora estarías en un buen lío.
- ¿Qué tuve suerte dice? Me han mentido, me han utilizado como señuelo, casi me mata esa bestia, pero he tenido suerte. No me joda, señora.
- Aun estas vivo ¿no? Y además no vas a tener que responder a ninguna pregunta incomoda del estilo de que hacías en medio del monte junto al cadáver de un chaval de doce años con un disparo en la cabeza y otro en el cuello. ¿Te parece poca suerte?
- Bueno, visto así, no ha ido mal la cosa. ¿Y los Breogan? ¿Cómo están?
- Lamiéndose las heridas. Esos puñeteros aldeanos consiguieron acercarse demasiado; se untaron el cuerpo y las ropas con una mezcla que ocultaba su olor. Se dieron cuenta justo a tiempo, pero tuvieron que hacer una maniobra de distracción para darle tiempo a usted de acabar con el pequeño Clutos.
- ¿El pequeño Clutos? Ese hijoputa monstruoso casi me mata.
- Casi. Y usted lo ha matado a él. Creo que ya están en paz. Y el pobre muchacho no se merece que hable así de él, no pienso permitírselo, lo que ha ocurrido no es culpa suya.
- No, es culpa de su familia por permitirlo. Deberían haberlo matado cuando nació, si sospechaban que esto podría suceder, tendrían que haberlo hecho.
- Es fácil hablar así cuando no tiene usted que tomar esa decisión. Pero dígame, si fuera su hija, ¿sería capaz de hacerlo?
            Me vienen a la memoria imágenes de mi pequeña, tan dulce e inocente, con esos ojazos que parecen iluminar el mundo, que no quieren perderse nada, esas manitas inquietas…
- No. No podría, tiene razón. Le pido disculpas.
- No es a mí a quién debe pedírselas sino a ellos. Han perdido a uno de los suyos y varios han resultado heridos en el enfrentamiento con los cazadores. En cuanto se encuentre un poco mejor debería ir a verlos.
- Sí, es cierto. Pero aun estoy hecho polvo. Clutos me partió varias costillas y me ha dado una paliza soberana.
- ¡Bah! Tonterías. Ya me estoy ocupando de eso, creo que esta noche ya podrá levantarse y mañana estará como nuevo. Ahora tómese esto y descanse.- dice alargándome un tazón lleno hasta el borde de un liquido verdoso.
- ¿Qué es? ¿Me curaré con esto?- Aun no me fío demasiado de la bruja.
- Claro que sí, es caldo de grelos, la mejor medicina que hay por estas tierras- y suelta una carcajada que me da escalofríos.  

            Al día siguiente estoy recuperado, prefiero no preguntarle a la bruja como lo ha hecho, así que voy a ver a Arturo y a su familia. No es fácil, pero tengo que hacerlo. Me han mentido y me han utilizado como verdugo y casi muero por culpa de sus mentiras. Quiero saber por qué. También quiero que me expliquen que cojones pasó allá arriba con los cazadores, como es posible que se acercaran tanto sin que se dieran cuenta. Y que ha pasado con Clutos. Y que va a pasar con las batidas de caza, que pasará con la gente.
            Finalmente consigo respuestas, pero ninguna satisfactoria. Me necesitaban para matar a la bestia porque sabían que ellos no serían capaces, Arturo sabía que no tendría fuerzas para repetir lo que tuvo que hacer con su hermana. El colgante sirve tan solo para identificarte como aliado de los cambiapieles, pero no es un amuleto protector, me lo dijeron solo para darme algo de confianza. Y los cazadores; los cazadores no recordaran nada, de eso se encarga la abuela Basilia, en el fondo esa mujer me da más miedo que los lobos, ¿Cómo sabía que tengo una hija pequeña? Al final no caí en preguntárselo.
            Dejo atrás Soutelo de Montes y en pocos kilómetros habré salido de Terra de Montes, una de las zonas más bellas de Galicia. Sus pueblecitos, sus gentes, sus bosques y prados, no creo que los olvide nunca. Tampoco olvidaré que es el segundo sitio donde casi pierdo la vida.
            Voy subiendo hacia el alto del Paraño, el puerto de montaña más cercano, que me llevará lejos de aquí, hacia Orense y luego a casa. Las echo de menos, a las dos. Mucho más de lo que creía.
            Suena el teléfono, un mensaje. Del señor J. Mierda, más trabajo, este hombre no entiende que los demás necesitamos desconectar del trabajo de vez en cuando. Dice algo sobre varios pueblos donde han aparecido cuerpos quemados, no entiendo el resto del mensaje, solo consigo medio entender la última palabra, tarabis, taranis, tarapis, algo así. Sea lo que sea tendrá que esperar unos días. Necesito acabar de recuperarme y ver a la familia.


FIN

lunes, 14 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. capitulo 11

XI

- ¿Qué?- Esto es demasiado, no puedo dar crédito a lo que acabo de oír.- ¿Cómo que matarlo? No puede hablar en serio.
- Totalmente en serio. Si queremos acabar con esta carnicería sinsentido tenemos que acabar con él cuanto antes.- El viejo se vuelve y emprende el regreso hacia la casa; se va desabrochando la camisa. Empiezan a caer las primeras gotas de lluvia.
- ¡Pero es su nieto!
- Lo era. No te equivoques; ahora no es más que un depredador terrible que matará todo lo que pueda hasta que alguien acabe con él. Y ese alguien debemos ser nosotros, para mantener nuestro secreto a salvo.
- Dios mío, lo dice en serio. Va a sacrificar a su sangre para que su secreto continúe siéndolo.
- Mira, a ti te parece algo horrible, para mi es un sacrificio necesario. No acabas de entenderlo, esa bestia ya no es mi nieto; si le dejara me mataría. Otros como él son los que han dado origen a las leyendas de los hombres lobo. Monstruos salvajes devoradores de hombres. Pero esas leyendas ahora son cuentos para niños y es mejor que siga así. ¿No te das cuenta? Si se supiera que existimos realmente, cundiría el pánico en la zona. Y después el odio. Nos harían la vida imposible. Tendríamos que huir continuamente para evitar que acabasen con nosotros y no podríamos cumplir con nuestro propósito. Sería una desgracia horrible para la humanidad si finalmente no estuviéramos nosotros para enfrentarnos a la oscuridad.- Estamos llegando a la casa y mi acompañante ya está totalmente desnudo.
- Pero, aún así…
- Nada de peros. Es necesario hacerlo. Cuando me transforme sube a mi espalda y agárrate con fuerza, te llevaré.
            Antes de que pueda replicar nada cambia de forma con una facilidad pasmosa y tengo ante mí a un enorme lobo gris, bastante más grande que sus parientes; se nota que es el jefe del clan. Me fijo en la multitud de cicatrices que recorren su cuerpo bajo el pelaje, no las ví cuando era humano, pero supongo que estaban ahí. El lobo se acerca a mí y se sienta, me hace un gesto con la cabeza, quiere que suba.
- Esto es totalmente absurdo- le digo al lobo- no entiendo de que voy a serviros yo en esto. Soy un tío normal, no puedo transformarme en nada y ahora mismo estoy acojonado porque estoy hablando con un lobo  que seguramente es el doble de alto que yo.
            El lobo frunce ligeramente el ceño y vuelve a mover la cabeza. Está claro que no va a aceptar un no por respuesta, así que subo a su grupa, o espalda, o lo que sea y me agarro al pelaje con todas mis fuerzas. No es suficiente. Casi me caigo cuando emprende la carrera; tiene una aceleración brutal y en carrera su velocidad es muy alta, mucho más que la de un lobo normal, más que la de cualquier animal que conozca. Tengo que agarrarme con todas mis fuerzas a su pelaje mojado por la lluvia, y me inclino sobre su lomo cuando una rama baja está a punto de arrancarme la cabeza. Empiezo a rezar para que el lobo se acuerde de que me lleva a su espalda y no me deje estampado contra una rama a mitad de camino; sin embargo antes de acabar mis oraciones llegamos a nuestro destino.           Estamos en la cima de una pequeña montaña de la denominada sierra del Candan y al fondo en un pequeño valle se pueden ver los restos de dos o tres casas; debe de ser la pequeña aldea abandonada a la que se refería mi montura, pero más que pequeña es minúscula y está totalmente rodeada por montañas. Es una jodida ratonera y dentro se encuentra el ratón más grande del mundo. Con dificultad, debido a la lluvia, lo veo moverse a lo lejos, entre las sombras de las pocas paredes que quedan en pie. Sabe que está rodeado.
- Es curioso que todo vaya a finalizar aquí.- me dice el señor Breogan, con una voz gutural, ahora está en una forma intermedia, un autentico hombre lobo.
- ¿Por qué lo dice?
- Ahí abajo, en Grovas, fue donde se iniciaron las leyendas del lobisome gallego. Hace más de siglo y medio esa pequeña y aislada aldea empezó a sufrir los ataques de un animal salvaje que mataba el ganado. Los perros de la zona huyeron de un día para otro, luego empezaron las desapariciones. Gente que salía a por leña o a por agua y no regresaba. Y además estaban los zarpazos en las puertas de las casas y en las paredes de piedra, como si algún animal intentara entrar. Comenzaron los rumores e incluso hubo quién aseguró haber visto al lobisome. Y, de pronto, igual que empezó, acabó todo. Pero ya dio igual, la aldea empezó a tener fama de maldita, de embrujada, y la gente acabó yéndose de allí.
- ¿Cómo pudo acabar de pronto? ¿Qué ocurrió realmente?- Pregunto, imaginando ya la respuesta.
- Ocurrimos nosotros. Al igual que ahora, perseguimos al monstruo y acabamos con  ella.
- ¿Lo conocían? ¿Era alguien del clan?
- Mi hermana pequeña.- Se me hace un nudo en el estomago al ver la expresión de dolor en su rostro al pronunciar las palabras.- Se volvió loca por completo; ya había matado a media docena de personas cuando por fin acabamos con ella.
- Lo lamento mucho.
- ¿Por qué? Era lo que había que hacer.
- Ya, pero su hermana peque…un momento, ¿su hermana?; cómo es eso posible, si usted es normal, quiero decir, normal para lo que son ustedes.
-Mejor no quiera saberlo, todo el clan sufrió mucho por aquello.
- De acuerdo. Otra cosa, antes de continuar; eso ocurrió hace mas de cien años según usted mismo me ha contado, así que dígame ¿qué edad tiene usted?
- Ciento ochenta y cinco años. Los cambia formas somos muy longevos. Mi padre, Leukón, está cercano a los trescientos años.
- Asombroso.
            El hombre lobo sonríe, bueno, abre la boca enseñando los dientes en algo que remotamente podría parecer una sonrisa.
            De pronto, de entre los arbustos que hay a mi derecha surge otro hombre lobo, idéntico al que tengo a mi lado, pero no tan corpulento. Habla con la misma voz gutural que el señor Breogan.
- Señor Plata. Padre.- Saluda, mirándome con extrañeza- Lo tenemos rodeado, no tiene por donde huir. Padre, ¿qué hace el aquí?- Dice señalándome con un gesto de la cabeza.- Esto es asunto nuestro.
- Déjate de tonterías. Esto es mucho más grave de lo que imaginas, Iñigo, y el señor Plata ha sido enviado para ayudarnos; así que no rechazaremos su ayuda.  
- No, no, no se confunda. Yo recibí el encargo de averiguar que le ocurrió al difunto señor Fontán y eso he estado haciendo. Nadie me dijo nada de ayudar a matar a un hombre lobo.
- Nadie te dijo nada porque no hacía falta. Creía que eras lo suficientemente inteligente para darte cuenta de que tu encargo no era solo descubrir que iba mal sino también arreglarlo. Vas a ayudarnos, pero no te preocupes, no correrás peligro.
- Rodeado de hombres lobo y atacando a otro de vuestra especie que además se sabe acorralado. Explíqueme mejor eso de que no voy a correr peligro.
- El colgante.
- ¿Qué?
- Tu colgante- dice el enorme hombre lobo que es ahora Arturo Breogan echando mano al colgante que me envió el señor J.- Es un amuleto protector; nos representa a nosotros y está forjado en plata. Esa bestia no podrá atacarte aunque quiera, y vamos a aprovecharnos de eso.
- Explíquese.
- Sabe que vamos a bajar a por él y está preparado para eso, no podemos sorprenderle. Aunque la situación del terreno le es desfavorable en su actual estado es mucho más fuerte que nosotros, si atacamos directamente nos arriesgamos a sufrir varias bajas antes de poder acabar con él. Lo que haremos será bajar lentamente, dejando que nos vea, cuando se dé cuenta de que vienes con nosotros te atacará para intentar huir, pero cuando compruebe que no puede eso lo distraerá durante unos segundos que nosotros aprovecharemos para caerle encima y acabar con él.
- No me gusta nada su plan. Joder, voy a ser un puto señuelo. Soy el cebo de la trampa, y al cebo siempre se lo comen.
- Tranquilo, te repito que el amuleto te protege; no podrá atacarte por mucho que quiera.
- Ya, ya. ¿Y eso él lo sabe?
- No hace falta que lo sepa.
- ¿Sabe una cosa? No me está ayudando nada a tranquilizarme. Me siento como una oveja atada a un palo que ve venir al lobo, nunca mejor dicho.
- Mira, si te sientes más seguro te recuerdo que llevas un arma.
- Sí, claro, como si fuera a servir de mucho. La munición no es de plata.
-¿Y? ¿No creerá usted en esas tonterías de que solo se nos puede matar con balas de plata?
- Pues…
- Es mentira. Forma parte de las leyendas. Se nos puede matar con una bala normal, pero bien dirigida. O con un arma blanca muy afilada. Debes tener en cuenta que nuestras heridas cicatrizan muy rápidamente; si no lo matas del primer disparo lo cabrearas mucho.
- Vale, eso si que me tranquiliza, muchas gracias.
- No te preocupes, no creo que llegues a utilizarla.  Muy bien, escucha, tu bajaras por aquí, tienes el viento a favor, así le será más difícil oler el colgante. El resto de la familia bajaran rodeándole, dejándose ver, y yo iré detrás tuya oculto, procurando que no me huela. Cuando llegue el momento intentaré ser yo el que se ocupe.
- ¿Cómo que lo intentará?
- Van a ser momentos de mucho barullo y confusión, nunca se sabe con certeza lo que puede pasar.
- De verdad, déjelo, no siga intentando tranquilizarme. No funciona.
- Bien, veo que por lo menos el sentido del humor no lo ha perdido. Eso es buena señal. Adelante, no lo retrasemos más.
            Nos ponemos en marcha. Mientras inicio el descenso veo como el clan ha cambiado de nuevo a forma lobuna y bajan al descubierto, para que el otro pueda verlos perfectamente. Me giro para comprobar que don Arturo viene detrás mío, pero no consigo verle, los arbustos son cada vez más altos y junto con la lluvia limitan mucho la visibilidad. Continúo bajando despacio y mientras me interno en una zona boscosa observo como los lobos han emprendido un ligero trote en el descenso; de pronto me encuentro entre sombras, el cielo cubierto por las copas de los árboles, robles y castaños principalmente, como en toda esta tierra; me detengo un momento mientras mis ojos se acostumbran a la penumbra repentina. De pronto oigo un ruido procedente del fondo del bosque, algo mas abajo, ramas partiéndose y saltando por los aires. Ya viene. Desenfundo mi arma y me preparo. Pero entonces oigo algo que no esperaba oír en este momento: disparos. Varias detonaciones a lo lejos seguidas de aullidos y gruñidos cercanos. Ese momento de distracción ha sido muy inoportuno porque cuando me recupero del sobresalto tengo al lobo ante mí.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. capitulo 10

X

            Continuamos nuestro paseo por un por un pequeño sendero que se interna en el bosque que hay tras la casa, llevamos varios minutos en silencio y estoy empezando a ponerme nervioso; estoy pensando en dar la vuelta y largarme cuando Arturo comienza a hablar.
- Mira, no se bien por donde empezar, hay mucho que contar y tenemos poco tiempo. Lo primero que debes saber es que no somos victimas de una maldición, ni de una enfermedad. Somos lo que somos por herencia. La capacidad de transformarnos es un rasgo genético presente en nuestras células; y es de carácter dominante, muy dominante, lo heredan todos los descendientes, ya sean machos o hembras. ¿De momento me sigue?
- Sí, creo que sí. Me está diciendo que es un rasgo hereditario, como el color del pelo o de los ojos, pero en su caso lo adquieren todos los descendientes.
- Correcto.
- Pero eso va en contraposición a las leyes de la  diversidad genética; el único modo de conseguir ese rasgo dominante en el cien por cien de los casos es el apareamiento entre miembros de la misma familia.- Miro desconcertado al jefe del clan y, por su expresión, descubro que he dado en el clavo.- ¡Oh, por favor!
- No te escandalices por esta tontería. Debes tener en cuenta una cosa, no somos humanos. Nuestro código genético no es como el vuestro. En muchos aspectos somos más parecidos a los animales. Lobos, leones, muchos grandes mamíferos se aparean entre miembros de la misma familia y no ocurre nada. Lo hacen para conservar fuertes los rasgos genéticos que les dan ventaja sobre sus rivales. Pues nosotros hacemos lo mismo. Habrás observado que mi hijo mayor y su esposa son muy parecidos.- No me puedo creer lo que me esta insinuando.
- Sí, pero también es cierto que los mamiferos de los que habla se aparean con miembros de otras manadas para evitar, a la larga, un deterioro genético en la manada.
- También nosotros lo hacemos. Nos relacionamos con otros clanes para mantener nuestra sangre fuerte. Mis hijas y mi hijo Tristán, sus parejas pertenecen a otros clanes. Pero el primogénito debe mantener el linaje original; ha sido así desde el principio. 
- Un momento, ¿otros clanes?
- Por supuesto. No creerías que éramos los únicos cambiapieles del mundo. Sin ir más lejos, aquí en la península convivimos tres clanes. Y hay muchos más en el resto del mundo.
- Me estoy perdiendo. ¿Por qué se ha llamado cambiapieles? ¿No son licantropos?
- Sí y no. Veras, nos transformamos en lobos, pero también podríamos transformarnos en otros animales. Es la adaptabilidad de nuestro don al entorno.
- No acabo de entenderlo.
- Mira nosotros estamos asentados desde hace muchas generaciones en el norte de la península y  somos lobos, otro de los clanes vive habitualmente en la región de Doñana y son linces El otro vive por lo general en la región de los Pirineos y suelen ser osos.
- Venga ya. Eso no es posible.
- ¿Seguro? Nos has visto, has visto lo que hacemos y sin embargo no crees que podamos ser linces u osos. Pues deberías ver a nuestros amigos africanos o a un antiguo clan esquimal que vive en Alaska.
            Esto cada vez es más surrealista, me cuesta creer lo que me está contando. Clanes de hombres lobo o lince…o lo que sea, viviendo por todo el mundo, desde Dios sabe cuando. Y nadie parece saberlo. ¿Cómo es posible?  Las preguntas se amontonan en mi cabeza.
- Dice que su clan lleva aquí muchas generaciones.
- Sí. Antiguamente aquí había un castro celta, lo fundaron nuestros antepasados y fue el hogar de mi familia durante siglos.
- Pero, ¿Cuánto tiempo llevan existiendo los cambiapieles? ¿Y por qué nadie sabe nada?
- Llevamos sobre la faz de la tierra tanto tiempo como el hombre. Nuestras leyendas más antiguas cuentan que fuimos creados tras la expulsión de Adán y Eva del paraíso con el fin de protegerles a ellos y a sus descendientes de los males que acechan en la oscuridad. Por eso somos más poderosos de noche y podemos cambiar de forma a voluntad. Los celtas nos llamaban Guerreros de la Luna.
- Entonces conocían de su existencia.
- Sí. El pueblo celta nos respetaba y nos consideraba aliados. Eran un pueblo que veneraba a los dioses de la tierra y creían que nosotros habíamos sido enviados por ellos para luchar contra los demonios que la corrompen.
- Pero ¿cómo es posible que nadie sepa nada sobre su existencia?
- Porque cada vez somos menos. Aunque somos mucho más longevos que vosotros, nuestra tasa de mortalidad también es mucho más alta. Estamos en una batalla continua contra la oscuridad que quiere consumir la tierra. Además, sí hay gente que nos conoce. Su señor Jericó ha sido nuestro aliado desde hace más tiempo del que puedo recordar y, sin ir mas lejos, la vieja Basilia también sabe la verdad hace mucho tiempo.
- ¡Ah, sí! La vieja. Oiga, ¿de verdad es…?
- ¿Bruja? Sí. Y muy poderosa. No te dejes engañar por esa mascara de vieja loca que le gusta usar. Conoce muchos secretos antiguos y olvidados. Hechizos prohibidos y pociones perdidas. Lleva aquí casi tanto tiempo como nosotros. Procura no enfadarla.
- Bueno, bueno, nos estamos desviando del  tema. Creo que ya es hora de que me cuente quién es el responsable de todas estas muertes.
- Mi nieto Clutos.- dice mientras se le ensombrece el rostro. El dolor que siente es casi palpable. Procuro mantener la calma, necesito que me explique la razón de todo esto.- Mira, debes entender que lo que comente antes tiene mucho que ver en todo este lío.
- ¿A qué se refiere?
- A nuestro don. Es un rasgo genético, pero deben aportarlo ambos progenitores; en caso contrario somos incapaces de controlarlo y nos volvemos locos, nuestra conciencia se ve ahogada por el instinto animal primigenio. Es lo que le ha ocurrido a mi nieto.
- ¿Y como es que no se han dado cuenta antes?
- Porque la primera transformación tiene lugar al llegar a la pubertad debido al aumento de producción hormonal. En el caso de mi nieto, pensábamos que aún no había tenido lugar y cuando descubrimos la verdad ya era tarde, había escapado y comenzaron las muertes.
- ¿Pero como pudieron no darse cuenta? Es absurdo, ¿no lo vieron?, ¿no lo olieron?, ¿algo?
- Lamentablemente no. En parte la culpa es nuestra, debimos haber hecho algo hace mucho tiempo, pero no fuimos capaces. Veras, a mi hija pequeña, Elvia, la violaron hace doce años; era joven y no supo defenderse. Nosotros nos ocupamos debidamente de su violador, pero por desgracia ella nunca se ha recuperado del todo. Nos daba pena y por eso no hicimos lo que debimos en su momento.- No quiero oír lo que está a punto de decirme- Nuestra obligación era matar al mestizo, sabíamos lo que pasaría si no lo hacíamos, que no controlaría el cambio y el instinto cazador lo volvería loco. El problema está en que ahora ella le está ayudando.- Joder, me acaba de contar que toda esta carnicería, esta cadena de muertes sinsentido son obra de un crío de doce años; me estremezco al pensar en lo que será capaz de hacer un adulto. Pero ahora tengo cosas más importantes en las que pensar.
- ¿Dice que le está ayudando a matar?
- No, ella intentaba evitar que matase a nadie- finalmente se resuelve la duda de la presencia del segundo lobo- pero ocultaba su rastro continuamente para que no pudiéramos dar con ellos. Sin embargo ahora tenemos una pequeña oportunidad; la han herido, así que ahora tiene mucho más difícil ocultarse de nosotros. Olimos su sangre antes de que usted nos trajese la noticia. Ese es también el motivo de que el clan se haya dividido en varios grupos. Mis hijas están buscando a su hermana antes de que sea demasiado tarde y muera desangrada. Espero que…
            En ese momento se oye un aullido agudo, prolongado, lejano que viene de la zona del norte; es seguido de otro que proviene casi de nuestra espalda, diría que del sureste, este es mas grave y mucho mas corto.
- Bien, los han encontrado a los dos. Mi hija huyó hacia el suroeste dejando un rastro claro para que la siguiéramos mientras mi nieto corría en dirección contraria. Pero lo tienen acorralado en una pequeña aldea abandonada cerca de aquí. Vamos. Démonos prisa, está a punto de empezar a llover.
- ¿Cómo sabe todo eso?
- Me lo acaban de contar, ¿no has oído los aullidos?
- ¿Los ha entendido?
- Pues claro. ¿Cómo crees que nos comunicamos cuando cambiamos? Venga, vamos, no perdamos más tiempo.
- ¿Adonde vamos?
- A acabar con esto de una vez. Vamos a matar a mi nieto.

martes, 8 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. Capitulo 9

IX

            Delante de la casa hay un grupo de gente reunida, escuchando las noticias que les trae el muchacho, Cesaro. Hombres, mujeres y niños escuchan con atención. Cuando acaba de hablar, un hombretón enorme, de unos sesenta años, alto y fibroso como un roble, con una gran melena gris toda alborotada, al igual que la barba empieza a repartir órdenes y todos se ponen en marcha a la carrera. Entonces me ven. Se quedan quietos, como paralizados y retroceden despacio hacia la casa. El hombretón se adelanta y viene hacia mí. Parece preocupado.
- Buenos días señor…Plata. Ha elegido un nombre curioso. Le estábamos esperando, aunque me temo que las noticias que nos ha traído no son nada buenas.- Me estrecha la mano con tanta fuerza que creo que me la ha roto.
- Buenos días.
- Perdone, no me he presentado. Soy Arturo Breogan y esta es mi familia.- me dice mientras hace un gesto con el brazo hacia los demás. Cuento trece adultos y cinco niños de distintas edades.- Esa mocetona de ahí es mi mujer Moira- la “mocetona” en cuestión es una pelirroja de edad indefinida, una madurita interesante, de mirada sensual y cuerpo de monitora de fitness.- Creo que a mi padre ya lo conoce- continua, girándose hacia el  extraño anciano de ayer- se llama Leukón y los que están a su lado son Iñigo, mi hijo mayor, y Elba- el hijo es una versión más joven del padre, mismo cuerpo, mismo rostro e idéntica melena, algo más oscura y no tan desordenada, también lleva la barba más cuidada; en cuanto a la mujer, decir que es impresionante es quedarse corto. Es alta, muy alta, y ancha de espaldas; lleva una falda larga hasta los tobillos con una abertura lateral desde el muslo y un chaleco abierto por encima de una camisola blanca con las mangas remangadas que dejan entrever unos brazos muy musculosos; la larga melena pelirroja la lleva recogida en una trenza que le llega hasta la cintura. El señor Breogan prosigue con las presentaciones- Aquel es mi hijo pequeño Tristán y detrás está su mujer Kara- El joven pelirrojo tendrá unos treinta años y es algo más delgado que su hermano mayor, pero no mucho. Tras el hay una pequeña mujercita rubia de pechos generosos y anchas caderas que sostiene en brazos a una niña pequeña.- La pequeñaja es Mabel, la más jovencita de todos mis nietos. Y estas de aquí son mis hijas Nicer y Alda con sus maridos Brais y Caro. Las dos mujeres son versiones jóvenes de la madre, altas, pelirrojas y muy sensuales. En cuanto a los hombres, los dos parecen cortados por el mismo patrón, fuertes, estatura media, pelo negro muy corto y ojos de un azul intenso; parecen hermanos.
- Y ya por último- prosigue el señor Breogan tras una breve pausa- le presento a mis nietos. El mayor, Arturo, y su hermana Nunn, luego están Ginebra, Cinnia, Mabel, creo que ya conoce a Cesaro- señala con la mano al muchacho que me ha traído aquí- y esos jovencitos son sus hermanos Lubbo y Moira. Tendrá que disculpar a mi hija Elvia y a mi nieto Clutos pero están ausentes- mientras dice esto sus ojos se ensombrecen y me fijo en que los demás bajan la mirada.    
            Tras las presentaciones tengo una pregunta rondando la cabeza, empiezo a tener una ligera sospecha de a qué podría referirse y no me gusta nada la idea.
- Encantado de conocerles, tiene usted una gran familia señor Breogan, pero dígame ¿Por qué me ha comentado antes que las noticias que traía no eran buenas? Debería por lo menos suponer un alivio saber que han herido a uno de los lobos.
- Al contrario, amigo mío. Y llámame Arturo, por aquí nadie me llama señor. Pero creo que para que lo entiendas bien, primero debemos mostrarte otra cosa. Debes conocer la verdad, de lo contrario no creo que puedas ayudarnos.
- ¿Ayudarles a qué?- Estoy desconcertado, no entiendo a donde quiere llegar.
- Luego. Ahora observa; Arturo, haz el favor.- Dice dirigiéndose a su nieto, mientras le hace un gesto con la mano.
            El muchacho se acerca a nosotros mientras se despoja de la camiseta y, a continuación, de los pantalones. Se queda desnudo delante nuestro y entonces empiezan las convulsiones. Y mientras se confirman mis sospechas tiene lugar el cambio; le crece pelo por todo el cuerpo, sus manos se transforman en garras, su boca se ensancha y se estira transformándose en un enorme hocico mientras sus orejas se desplazan hacia arriba y se van volviendo puntiagudas, todo ello mientras aumenta considerablemente de tamaño. Cuando termina tengo ante mí a otro enorme lobo, este con el pelaje rojizo, pero el mismo aspecto amenazador que los otros que he visto hasta el momento. De repente se levanta y se pone a dos patas, solo que no son patas, son piernas; es un hombre lobo, un lobisome. Sin pensarlo un instante hecho mano a mi arma, pero antes siquiera de poder apuntar tengo las fauces del animal a escasos centímetros de mi cara y un gruñido sordo sube por su garganta.   
 - ¡Arturo, basta! No lo asustes más. Debes disculparlo, señor Plata, pero comprende que no nos gusta que nos apunten con un arma.
            El lobisome da un paso atrás y, sin quitarme un ojo de encima, se transforma en lobo y se sienta tranquilamente delante de mí.
- Entonces son ustedes. Han sido ustedes desde el principio. Todo el mundo confiando en que ustedes darían caza a los lobos, y eran ustedes. Malditos sean. Tendría que acabar con todos ahora mismo.
- Si te tranquilizas un poco, trataré de explicarte el asunto; a fin de cuentas por eso estás aquí. De entrada déjame que te asegure que estás entre amigos, no tenemos intención de hacerte el menor daño.
- ¿No? ¡Y, claro, tampoco tenían intención de hacerle daño al señor Fontan, o al ingeniero, Quintero, o a los verdes que han atacado esta noche mientras dormían! ¡Son unos asesinos! Y no se atreva a negarlo.- Lo que estoy haciendo es una locura, gritándole así, pero ya no puedo contener por más tiempo toda la frustración y la rabia. Aprieto los puños y por un instante estoy tentado de plantarle un gancho en los morros, pero un gruñido a la altura de mis pelotas me hace cambiar de idea.     
- Cálmate, por favor. Has venido a investigar lo que ocurre aquí a petición del señor Jericó, ¿me equivoco?
- ¿Cómo sabe usted eso?- Esto es de locos, ¿de que conocen al señor J?
- Bueno, para empezar ese colgante que llevas, la mascara del lobisome, tiene su olor y es típico en él utilizar este tipo de truquitos. Y también es típico de él mandar a sus ayudantes a la boca del lobo, y perdona por la broma, sin darles ninguna información acerca de lo que se van a encontrar. Le gusta que aprendan a desenvolverse por sí mismos. Verás, nosotros también somos asociados del señor Jericó, por así decirlo. Es un viejo conocido de la familia.
- Mierda. Pero ustedes son…
- Sí, lo somos. Todos nosotros.
- Y no fueron los que…?
- No, ninguno de los que estamos aquí. Pero ese es el problema. Es uno de los nuestros, por eso vamos a necesitar tu ayuda.
- No le comprendo.
- Acompáñame, señor Plata. Demos un paseo mientras te lo explico todo.- Me agarra con suavidad del brazo y nos dirigimos al bosquecillo que hay tras la casa. Cuando estamos frente a la entrada se detiene.
- Discúlpame un momento.- Se gira un momento mirando al resto de la familia hace un ligero asentimiento con la cabeza y entonces todos se ponen en movimiento al unísono. El viejo, Leukon, guía a los niños al interior de la casa y, una vez dentro, cierra la puerta. Mientras tanto los adultos se desnudan, guardan sus ropas en unas pequeñas mochilas y las cargan sobre sus espaldas mientras se transforman y entonces salen corriendo, se dividen en grupos de tres y se separan.
- ¿Adonde van? ¿Qué ocurre?- No me gusta nada lo que acabo de ver, divididos en grupos pueden causar aun más daño.
- No te preocupes amigo, salen a cazar.
- ¿Cómo?
- Mira, van a localizar el rastro del asesino, luego lo perseguirán e intentaran acabar con él. No te preocupes, no tienen intención de hacer daño a nadie.
- Pero, pero, los aldeanos si podrían hacerles daño a ellos si los ven.
- Tú lo has dicho. Si los ven. Tenemos un olfato muy fino, podemos oleros a kilómetros de distancia, sería muy difícil que pudieran acercarse lo suficiente como para ver a alguno de nosotros. Además somos rápidos, mi hijo Iñigo y su grupo ya están rastreando la zona de la matanza de esta noche en La Madalena y Tristán y Brais están llegando a Folgoso para seguir el rastro que encontramos ayer.
- Increíble. ¿Pero como lo sabe?
- Porque los huelo. Además, cuando nos transformamos tenemos una especie de conexión animal entre nosotros.
- ¿Conexión animal?
- Bueno, no se como explicarlo; es como si nuestros espíritus pudieran unirse, así podemos saber donde están y que hacen los otros miembros del clan. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 8

VIII
            Me paso la noche en casa de la doctora intentando contactar con el señor J, le llamo desde el móvil, desde el fijo de la casa, le mando varios mails, pero no hay manera. No está localizable. Esto también es muy típico de él, desaparecer en el peor momento; “tienes que enfrentarte tú solo a los problemas que se te presenten, si no nunca vas a aprender nada” me suele decir. Pues este marrón no sé cómo lo voy a resolver. Mientras Elia se revuelve inquieta entre sueños por las pesadillas, continúo dándole vueltas a todo el asunto. Hay algo que no termina de encajar en todo este asunto, pero aún no consigo verlo. Lobos gigantes, hombres lobo; está claro que unos y otros tienen que ser lo mismo. Siempre se ha supuesto que los hombres lobo tenían forma humanoide, pero no tiene por qué ser así. Pero, ¿por qué de pronto hay tantos?, ¿de dónde han salido? Hay algo que se me escapa, pero ¿el qué? Más me vale averiguarlo pronto, antes de que toda la Tierra de Montes quede cubierta de cadáveres destrozados.
            Aún no ha amanecido del todo cuando Elia se levanta empapada en sudor; murmura algo que no consigo entender y se mete en el baño. Un instante después oigo el ruido de la ducha. Le vendrá bien, pero el agua no va a acabar con las pesadillas; nada lo hace. Mientras se ducha me meto en la cocina para prepararle un café, pero no encuentro la cafetera, busco en las estanterías de la cocina y al abrir una puerta me encuentro con un montón de leña apilada para la chimenea. Al verla me acuerdo de la anciana de ayer por la mañana. ¿Cómo sabía la anciana a quién buscaba yo?, ¿Y cómo sabía lo que me había mandado el señor J? Le grito a Elia a través de la puerta del baño que tengo que salir a ver a alguien y que ya la llamaré luego. Salgo a toda leche sin esperar a ver si me ha oído. Tengo que encontrar a la anciana, tengo que encontrar a los lobos y tengo que evitar una carnicería. Lo primero es fácil, lo demás no sé cómo coño voy a conseguirlo. Tiro para Garellas mientras hago un último intento de contactar con el señor J por el móvil. Nada. A la mierda. Otra vez a improvisar sobre la marcha.
            Llego al pueblo y vuelvo a aparcar frente a la pequeña capilla. Mientras me apeo del coche me pregunto cómo voy a localizar a la anciana; aunque el pueblo es pequeño no sé cuál es su casa, ni siquiera sé si vive aquí, no sé ni su nombre. Me dirijo hacia la casa más cercana para preguntar por ella cuando la veo salir de un cobertizo y entrar en una pequeña casa cercana. Vamos allá. La casa es de piedra, como casi todas aquí, con diminutas ventanas de madera con unas contraventanas también de madera en las que no queda rastro de pintura, comida por la lluvia y el viento. La casa está cubierta casi por entero de una fina capa de musgo verde que llega hasta el tejado; este es de piedras planas y entre unas y otras asoman hierbas y los tallos de pequeñas plantas. Increíble. No han debido limpiarlo en muchos años. En una esquina del tejado asoma una pequeña chimenea también de piedra, por la que sube hacia las alturas una delgada columna de humo.
            Llamo a la puerta y espero. Como no contesta nadie, vuelvo a llamar. Al cabo de unos minutos de espera insisto con los golpes en la puerta, un poco más fuertes esta vez.
- ¡Pase!- Es la voz de la anciana.
            Abro la puerta y me adentro en la penumbra del interior. Cuando mis ojos se acostumbran a la escasa luz veo que me encuentro en la cocina. Pequeña no, diminuta. Una mesa de madera basta, sin pulir, ocupa el centro del cuarto, con sólo dos sillas, una a cada extremo. Bajo la ventana hay un fregadero de piedra pulida y, a su lado, una vieja cocina de leña donde hay una enorme olla calentando; no sé qué está cocinando la anciana pero huele fenomenal. La pared opuesta al fregadero la ocupa un pequeño mueble de estanterías lleno hasta los topes de cacharros de cocina, comida, tarros con especias y otros con productos que prefiero no conocer. Al fondo hay una puerta que veo que da al dormitorio. Y no hay más, eso es todo; para que luego nos quejemos de los pisos de treinta y cinco metros cuadrados.
- ¿Comiches algo?- Me pregunta la anciana, colocando en la mesa dos tazones llenos hasta el borde de caldo de grelos. Eso era lo que olía tan bien en la olla. Mis tripas empiezan a rugir.- Xa vexo que non. Séntate e come algo.- Y saca del horno de leña una hogaza de pan recién hecho, humeando aun. El olor a pan lo inunda todo.
- Se lo agradezco, pero no me…
- ¡Qué te sentes e comas, cona!, ¿no te han enseñado que es de mala educación rechazar la comida quien te la ofrece en su casa?- me dice mientras me señala con un enorme cucharon de madera que emplea para remover el caldo.
- De acuerdo entonces, muchas gracias.- Me siento a la mesa nervioso por probar el caldo y el pan, ambos huelen estupendamente.- ¡Madre mía! Está buenísimo, que rico.
- Come despacio, no te vayas a quemar. Cuando acabes ya hablaremos de lo que te vuelve a traer por aquí. Me imagino que tu jefe no te habló de mí, de lo contrario no estarías aquí.
            La cuchara se queda a mitad de trayecto hacia mi boca. Estoy sorprendido. Tanto que no sé qué responder, así que continuo comiendo todo lo deprisa que puedo. Cuando termino la anciana retira mi tazón y el suyo y los deja en el fregadero y se sienta frente a mí.
- Vamos, rapaz, empeza. Non tes todo o día.- Y mientras dice esto, se saca una bolsita de tabaco de un bolsillo del viejo delantal que lleva puesto y una cajita de papel de liar del otro.
- ¿Cómo sabía usted a quién buscaba yo ayer?
- ¿Esa es la gran pregunta que querías hacerme? No, no, no, piénsalo bien, seguro que tienes preguntas mejores que esa.- Abre una puertecilla metálica de la vieja cocina de leña y saca una pequeña ramita ardiendo, se enciende el cigarro con ella y la vuelve a dejar donde estaba.
- ¿Quién es usted? ¿Y cómo conoce a mi jefe?- Ahora me vienen de golpe a la cabeza unas cuantas preguntas, pero estas dos las más importantes.
- Eso está mejor, pero tranquilo, de una en una, que aun tienes tiempo. He tenido muchos nombres a lo largo de mi vida, pero puedes llamarme señora Basilia si quieres. Y soy bruja, o eso es lo que opina la gente de por aquí, no sin algo de razón. Y ahora vamos contigo, ¿Cómo te llamas?
            En ese momento recuerdo un comentario del señor J hace algún tiempo “las palabras tienen poder, tanto para bien como para mal. Y conocer los nombres de las cosas, sus verdaderos nombres, te dará poder sobre ellas. Lo mismo ocurre con las personas, conocer sus verdaderos nombres puede darte poder sobre ellos. Y si alguien conoce tu verdadero nombre tendrá poder sobre ti, así que no lo des a la ligera. Cuando te pregunten ten siempre uno a mano, el más adecuado a tus necesidades en ese momento”, “¿Y cómo voy a saber cuál es el más adecuado en cada momento?”, “Ya aprenderás. Un nombre adecuado también puede darte mucho poder”.
- Puede llamarme señor Plata, si quiere.- Respondo. No sé de dónde ha salido, pero al decirlo me doy cuenta de que es el adecuado.
- Bien dicho. Vas aprendiendo, despacio, pero aprendes.
- ¿Qué es eso de que es bruja?
- ¿Te lo tengo que explicar?, ¿de verdad? Preparo pociones, ungüentos, hechizos y otras cosas. La gente me llama meiga con desprecio, pero luego vienen a verme a escondidas para pedir ayuda. Siempre ha sido así con las meigas.
- Ya. ¿Y de qué conoce a mi jefe?
- ¿Y tú de que lo conoces? ¿Lo conoces realmente?, ¿sabes quién es?
- ¿Cómo que si lo conozco realmente?, ¿Qué quiere decir?
- Tu jefe también ha tenido muchos nombres, como yo. Tú le llamas señor J, o señor Jericó que es como le gusta referirse a si mismo en los últimos tiempos; quizás porque estuvo allí cuando la ciudad cayó. Pero no es su verdadero nombre. Deberías preguntárselo, aunque no te lo dirá; ya nadie lo recuerda, probablemente ni él. Pero pregúntale por sus otros nombres, que te diga alguno. Y así empezaras a entender para quién trabajas y cuál es tu cometido.
- Ya sé cuál es mi trabajo.
- Si, lo sabes. Pero no sabes cuál es su cometido, por qué haces lo que haces y por qué eres tú el que lo hace.
- Mire, si está intentando liarme no lo va a conseguir. Y tengo más preguntas que hacerle. Sobre los lobos.
- Lo sé. Pero las respuestas no soy yo quién debe dártelas. Abre la puerta.
- ¿Cómo dice?- Cada vez entiendo menos a la anciana, ¿me está echando?
- Que abras la puerta, rapaz. No querrás que se quede esperando en la puerta, ¿no?
- ¿Quién?- Definitivamente la vieja está como un cencerro, voy a darle mi opinión al respecto cuando, como no, llaman a la puerta. Debo haber puesto cara de tonto, porque la anciana sonríe con el cigarrillo en la comisura de la boca.
- Ya va. ¿Abres de una vez o te vas a quedar ahí todo el día con esa cara?- Me dice con cierto tonillo socarrón.- Creía que eras más espabilado. Aún no tienes ni idea de lo que pasa, ¿verdad?- Me levanto de un salto y abro la puerta. La anciana me está empezando a irritar un poco. Vieja sabelotodo. “Soy Bruja”. Ja. Una loca es lo que es.
            En el umbral se encuentra un hombre joven, no creo que llegue a los veinte. Debe medir cerca de dos metros de alto y casi lo mismo de ancho, tiene una melena negra que le cae alborotada hasta los hombros. Con un suave movimiento entra y se coloca al lado de la cocina, lo más alejado de mí que puede; tiene unos movimientos muy agiles para su envergadura.
- Este jovencito es Cesaro Breogan. Usted conoció ayer a su bisabuelo. Le he dicho a su familia que querría usted verlos, así que han enviado al muchacho para que le acompañe. ¿Qué me traes hoy filliño?
- Un par de conejos, abuela Basilia. Los cazó ayer el pequeño, los demás andamos ocupados, ya sabe, y no hemos podido ocuparnos de las verduras.
- No te preocupes. Ya verás cómo pronto se arregla todo. Dile a tu abuelo que trate bien al señor Plata, que es amigo del señor Jericó, el ya sabrá quién le digo.
- ¿Señor Plata?, ¿Se llama señor Plata?- dice el muchacho frunciendo el ceño. No le gusta.
- No te preocupes Arturo, no quiere haceros daño, es solo para protegerse. Señor Plata, acompañe a Arturo y pórtese bien.
- ¿Pero cómo sabía usted?...
- Ya se lo dije antes. Meiga. Ahora deje de hacer preguntas tontas y acompañe al muchacho. Su familia le ayudará a entender el follón en el que le han metido. Y dese prisa, que no tiene todo el día.
            Empieza a resultarme molesto ese comentario sobre que no tengo todo el día, lo ha repetido varias veces y no entiendo por qué, quiero preguntárselo pero ya me ha cerrado la puerta en las narices. Camino junto al muchacho, Arturo, en absoluto silencio. No le caigo bien y no hace nada por disimularlo, ceño fruncido, mirada hosca y cada vez que intento acercarme para charlar se aleja un par de pasos con rapidez. Va a ser un paseo muy entretenido hasta su casa.
            De pronto suena el móvil; es raro, creía que aquí no había cobertura. Es el inspector Darriba.
- Buenos días inspector, ¿qué ocurre?
- Déjese de buenos días, ¿Dónde carallo está? Le he llamado a la pensión no se cuantas veces, y nadie sabe nada de usted desde anoche, ¿Dónde ha estado?- Algo grave ha ocurrido, el inspector suena angustiado.
- Tranquilicese, inspector, estoy en Garellas. He venido a hablar con la familia Breogan.
- ¿Con los cazadores?, ¿para qué?
- Cosas mías inspector, quiero hacerles algunas preguntas. Dígame, ¿Qué ha ocurrido?
- Ha vuelto a suceder. Pero esta vez ha sido una carnicería.
- ¿Qué quiere decir, inspector?
- Esta madrugada han atacado a los ecologistas que estaban acampados en La Madalena, junto al circuito de Karts; muy cerca de donde apareció el primer cuerpo. Hay seis muertos y más de diez heridos graves, tres no creo que lleguen a esta noche.
- ¿Cómo que han atacado? ¿Cuántos eran?
- Dos. Y según cuentan los testigos, son muy grandes.
- Mierda, joder. ¿Han avisado a la doctora?
- Sí, viene de camino, aunque dice que no se encuentra bien. Ayer quedó con usted en Soutelo, por casualidad no sabrá que le pasa ¿no?
- No tengo ni idea inspector.- Miento como un bellaco, pero no puedo contarle aun lo de la manada de anoche, y menos con Cesaro escuchando, no quiero que se acojone.- Mire, en cuanto acabe aquí tiro para Soutelo y me reúno con ustedes, no creo que tarde mucho.
- De acuerdo, intente darse prisa. Por cierto, también hay una buena noticia, esta vez han conseguido herir a uno de ellos. Un paisano oyó los gritos y salió corriendo con su escopeta, fue él quien alcanzó a uno de los lobos en el costado. Lástima que no lo matara.
            Corto la llamada y me quedo mirando el móvil, no se que hacer. Una matanza. Una puta matanza. Tenía que haber echo algo anoche, cuando vimos a la manada de lobos, no, de lobisomes. Pero tenía miedo, y aun lo tengo. ¿Cómo voy a detenerlos?
- ¿Ocurre algo?- El chaval ha visto mi cara de preocupación y por fin ha abierto la boca.
            No se si contárselo o no, pero al final lo hago. El es uno de los cazadores, podrá asumirlo sin asustarse demasiado. Le cuento la carnicería que acaba de suceder esta noche, los cadáveres y los heridos. Me ahorro el detalle de los lobisomes, no quiero que me tome por loco. Cuando acabo me sorprende su reacción.  
- ¡No puede ser! Tenemos que darnos prisa, tengo que avisar al abuelo.- Y echa a correr. Es muy rápido; le pierdo de vista enseguida entre la arboleda que bordea el camino. Continuo corriendo hasta llegar al claro donde se encuentra la casona de piedra, estoy sin aliento; es demasiado temprano para hacerme correr así, bueno, para hacerme correr así siempre es demasiado temprano. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 7

VII
La noche está lluviosa de nuevo cuando entro en el mesón; pido un vino del país en la barra para quitarme el frio del cuerpo y me dirijo a las mesas; al fondo del local veo a la forense haciéndome gestos con la mano.
- Llegue pronto y cogí esta mesa que está un poco más retirada y es más tranquila.- Me dice mientras la saludo cortésmente y me siento frente a ella.
- Bien, buena idea.
- Sí, así estaremos tranquilos mientras me cuentas unas cuantas cosas.
- ¿Cómo dices?
- Venga, deja de hacerte el tonto ahora. Tienes muchas cosas que explicar, así que ya puedes ir empezando. Por ejemplo, ¿cómo sabias donde estaba la cabeza?
- ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
- De esta mañana, joder. ¿Cómo sabías que la cabeza estaba entre las ramas de aquel árbol?, se la señalas al inspector Darriba y te largas, ¿tú sabes lo sospechoso que es eso?- Tiene razón y no me he parado a pensarlo. Tengo que explicárselo todo.
- Mira, no sabía que la cabeza estaría allí, como le dije al inspector, fue una casualidad.
- Venga ya.
- En serio, estaba buscando otra cosa y la vi por casualidad. Mira, tengo que…
- ¿Pero de verdad pretendes que me crea que la viste por casualidad? ¿Pero me tomas por idiota o qué?- Está levantando la voz más de lo que debería, la gente de otras mesas empieza a mirarnos.
- Mira, tranquilízate un poco y déjame que te lo explique todo, para eso he venido.
- Muy bien, pues empieza.
- Vale. Pero antes quiero preguntarte una cosa, ¿Cuándo recogisteis la cabeza os fijasteis en los arañazos que había en el árbol?
- ¡Sí! ¿Pero cómo…?
- Eso es lo que estaba buscando cuando vi la cabeza. Porque ya los he visto antes.- Y entonces se lo cuento. Todo. Mi paseo hasta la Ponte Nova, los arañazos en los árboles, mi encuentro con los lobo, la pelea que tuvieron, todo incluyendo la visita a la casa de los cazadores y mi hallazgo de esta tarde en la biblioteca.
- ¿pero tú estás de cachondeo o es que te has vuelto loco? El inspector Darriba seguramente tenga intención de interrogarte acerca de tu “hallazgo” de esta mañana y tú me sales con estas, estas…chorradas, joder. Lobos gigantes, definitivamente estás mal de la cabeza.
- Sabía que no me ibas a creer, yo tampoco me lo creería si estuviera en tu lugar. Pero tienes que creerme. Los tuve delante de mis narices, maldita sea, el cadáver de esta mañana podría haber sido yo. Necesito que me creas, porque como no consiga detener esto, puede terminar en una carnicería.
- ¿Pero cómo quieres que te crea? Me estas pidiendo que crea en una leyenda, en una fantasía. No puedo.
- Mira entiendo perfectamente tu reacción, yo antes también pensaba así, creía que todo eran fantasías y leyendas. Pero no te puedes ni imaginar la de cosas que he visto en los últimos tiempos. Y debo darte una mala noticia. Es real. Casi todo es real. Las leyendas populares suelen estar basadas en algo y ese algo, de un modo u otro, suele ser real. Créeme, mi trabajo es este, resolver los problemas que causan este tipo de criaturas.
- No, no…no puedo creerlo.
- No quieres creerlo. Doctora, piensa en las pruebas: las heridas en los cuerpos, ese mordisco inmenso en el cuerpo de esta mañana, los arañazos en los árboles, todo cuadra. Nada más puede hacer esto. Es un hombre lobo, un lobisome.

- ¡No!- de nuevo levanta demasiado la voz, todo el mesón se vuelve hacia nosotros sorprendido, la doctora se da cuenta y baja el volumen- ¡No!, soy médico, joder, un científico. ¿Cómo pretendes que crea en supersticiones absurdas? No puedo.
- Pues más vale que encuentres la manera de creer antes de que se te empiecen a acumular los cadáveres.
            Sin decir una palabra más la doctora se levanta y se va. La gente de las mesas más cercanas me mira con disimulo; pensarán que ha sido una cita que ha acabado mal. Mejor. Me acabo el vino, pago la cuenta y salgo a la calle, voy camino del hotel bajo la lluvia cuando veo a la doctora en una cabina intentando llamar por teléfono. Doy unos golpecitos en el cristal de la cabina.
- ¿Va todo bien?, ¿necesita ayuda?
- No, no, es solo el coche que no arranca y encima me he quedado sin batería en el móvil.
- Bueno, si ya se le han enfriado un poco los ánimos, puedo llevarla a su casa.
- No se moleste, ya estoy llamando a un taxi.- Me contesta. Si las miradas matasen ahora mismo me caería redondo al suelo. Definitivamente aún está de mal humor.
- ¡No es ninguna molestia mujer!- Ignoro por completo su cabreo, como si en el mesón no hubiera pasado nada.- Tengo el coche aquí mismo. Vamos.
            Nos metemos en el coche, arranco y tras poner la calefacción me incorporo al escaso tráfico nocturno.
- Doctora, yo estoy encantado de llevarla a su casa, pero tendrá que darme alguna pista, porque como adivino soy malísimo.
- Perdone, estaba distraída.- Se ha sonrojado. Me rio para intentar relajar un poco el ambiente y parece que funciona, ella también sonríe.- Tengo una casita en Cerdedo.
- Ajá. Y esto está por…
- Siga la carretera hacia Pontevedra y llegaremos en un ratito, está a unos diez kilómetros de aquí.
- Muy bien. Y dígame, doctora…
- Elia. Me llamo Elia, no doctora.
- De acuerdo, Elia. Bonito nombre. Y dime, ¿Cómo has acabado trabajando aquí?
- Bueno, cuando aprobé las oposiciones al cuerpo forense busqué plaza en algún sitio tranquilo y como  mi familia es toda de esta zona y tenemos casa aquí, pues me vine.
- Pero tú no eres de aquí ¿no? Tampoco tienes acento.- La doctora, Elia, me corrijo mentalmente, se sonroja un poco cuando le recuerdo la pullita que me soltó ella hace poco por lo del acento.
- No; yo nací y me crié en Barcelona, aquí tenemos la vieja casa del pueblo, aunque solo venimos en vacaciones, pero a mí me ha venido muy bien ahora que trabajo aquí.
- Desde luego. Te ahorras un dinerillo de un alquiler o una hipoteca.
- Pues sí. Y tal como está la cosa es un chollo poder ahorrarte unos euros. Hasta los médicos estamos notando la crisis. Además...¡Cuidado!
            Ocurre todo muy rápido. El grito de Elia no me pilla por sorpresa porque ya he visto lo que ocurre en la carretera delante nuestro, aun así piso el freno a fondo y pego un volantazo para no llevarme por delante a alguno de los enormes lobos de la manada que cruza al trote la carretera. Es una manada grande. Cuento diez lobos antes de que se pierdan en la noche. Todo ha sucedido en no más de dos segundos. Me giro hacia Elia; está pálida, con los ojos desorbitados y la mirada fija en el punto por donde han desaparecido los lobos. No reacciona.
- Elia, ¿estás bien?
- Yo…yo,…sí, creo…creo que sí.
- ¿Estas segura?
- No…Sí, sí. Eso eran…eran…pero, pero…no puede ser…no podían ser…
- Sí pueden ser. He intentado decírtelo antes. Son reales.
- Pero tan grandes…es imposible. No puede ser.
- Sí, muy grandes. Pero ahora necesito que reacciones. ¿Me crees ya?
- No lo sé. Es imposible.
- Maldita sea, reacciona de una vez. Necesito que me creas de una maldita vez, ¿no te das cuenta de lo que supone esto?
- ¿Qué? ¿A qué te refieres?
- Joder, espabila doctora. Por si era poco problema un lobo gigante, ahora tenemos una manada entera. Son como mínimo diez. Ya has visto lo que puede hacer uno, imagina lo que hará una manada. Esto puede acabar muy mal como no hagamos algo. Me cago en la leche, ya estaba acojonado cuando creía que solo eran uno o dos, ahora con tantos no sé qué coño vamos a poder hacer. ¿Queda mucho para llegar a tu casa?
-¿Eh? No, no, unos cinco minutos.
- Bien. Tengo que llamar a una persona; y por nuestro bien espero que pueda hablar con él.