lunes, 21 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. Capitulos 12 y 13.

XII

Es aún más terrorífico que la primera vez que lo vi. Tiene el pelaje sucio, con innumerables costras de barro y sangre pegadas por todas partes; le falta parte de la oreja izquierda y tiene una fea cicatriz consecuencia de un zarpazo recorriéndole la cara, parece que finalmente su madre tuvo que emplearse a fondo. Lo único que no ha cambiado en absoluto son esos ojos negros, son como un pozo a la locura de su mente. Se acerca lentamente, se acuerda de mí, sabe que conseguí escapar y no parece dispuesto a dejar que se repita. Me llevo la mano al cuello y saco el amuleto para que lo vea y lo huela. Se detiene por un instante y luego continua su lento avance hacia mi como si nada. Es por el viento, lo tiene en contra y por eso no lo huele, pero debería verlo. Tendría que ser suficiente; incluso aunque no lo viera debería sentirlo, es algo mágico, no físico. A menos que me hayan engañado. El lobo sigue avanzando, fauces abiertas, labio superior retraído; se dispone a atacar de un momento a otro. ¡Me cago en la puta! ¡Me ha mentido! ¡El muy cabrón me ha mentido a la cara y se ha quedado tan ancho! Si salgo de esta le voy a patear su culo peludo desde aquí hasta su puta casa. Si salgo de esta. Tengo al lobo a escasos metros de mí, puedo incluso oler su aliento apestoso a sangre y carne en descomposición, los restos de su última comida.
            Salta hacia mí con las patas delanteras extendidas y abriendo las fauces. En ese momento disparo sin pensar, no se hacia donde, no me ha dado tiempo de apuntar. El lobo suelta un gemido y cae al suelo. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración  y suelto todo el aire en un suspiro de alivio, pero el lobo empieza a incorporarse de nuevo y un gruñido gutural y salvaje, de rabia, me hiela la sangre en las venas. Mientras se da la vuelta lentamente y cojeando ligeramente de la pata delantera izquierda echo a correr monte arriba intentando encontrar a Arturo. No está por ningún lado, el muy cabrón. Miro hacia atrás y lo tengo pegado a mí; me tiro al suelo en el instante en que lo veo saltar y desde el suelo veo como pasa sobre mí. Disparo dos veces más mientras el lobo aterriza a cinco metros de mí. Fallo estrepitosamente, cegado en parte por el polvo y la hojarasca que acompañaban al lobo durante el salto. Me incorporo y sigo corriendo, esta vez en zigzag, recuerdo haber visto algún documental donde los conejos conseguían escapar de los lobos corriendo de esta manera; claro que los conejos son más rápidos al sprint que los lobos y eso también influye. Yo no soy tan rápido como este monstruo ni de lejos, lo comprendo cuando noto como una de sus zarpas impacta en mi costado lanzándome por los aires varios metros. Aterrizo entre unos arbustos más altos que yo. Creo que me ha roto varias costillas, me cuesta respirar y escupo sangre; eso no es buena señal. Asoma la cabeza entre los arbustos y en ese momento, como no se me ocurre otra cosa, le escupo toda la sangre que tengo acumulada en la boca cegándolo momentáneamente; me lanza un bocado a la desesperada que consigo esquivar de milagro y le respondo con una patada en el hocico. Lanza un gañido de dolor y se retira; aprovecho para incorporarme como buenamente puedo y echo a correr. Bueno, lo intento, porque mis costillas no me dejan, así que voy renqueando monte arriba y cada vez me cuesta más respirar. Estoy jodido.
            Ahí viene de nuevo. Oigo su respiración entrecortada mientras se acerca, creo que al menos le he herido. Bien. Que se joda. Encima no se lo iba a poner fácil. Cuando lo veo venir entre los arbustos levanto el brazo y... no tengo nada. ¿Dónde coño está mi arma? Me cago en…Un momento, ya recuerdo, la tengo en la otra mano, se me cayó al golpear con los arbustos en mi caída y no se como conseguí recogerla al salir de allí. La cambio rápidamente de mano mientras veo como sus fauces se lanzan hacia mi cuello, todo ocurre a cámara lenta, me echo hacia atrás y disparo mientras caigo, veo como un chorro de sangre sale por la parte posterior de su cuello y caemos; yo contra el suelo pedregoso y el lobo encima mío. Joder como pesa, me está aplastando, esto no va a beneficiar en nada a mis costillas rotas. Intento pedir auxilio pero no consigo reunir aire suficiente para gritar. El lobo empieza a moverse, maldición ¿no te vas a morir nunca maldito engendro? Trata de incorporarse sobre sus patas delanteras, pero no le responden, creo que el disparo le ha destrozado la columna, pero solo es cuestión de tiempo que se recupere, ahora intenta girar su descomunal cabeza para acercar sus fauces a mi cara. El muy hijo de perra quiere acabar conmigo como sea, pues no le voy a dar esa satisfacción; tengo el brazo atrapado entre nuestros cuerpos y apenas puedo moverlo pero empiezo a desplazarlo muy despacio hacia fuera mientras el mueve lentamente la cabeza. Parece una carrera a cámara lenta, su cabeza contra mi brazo. La carrera de la muerte, por suerte la gano yo. Saco el brazo, lo apoyo fuertemente contra su cabezota y disparo. Una lluvia de sangre y sesos me salpica por completo el rostro, el pelo, el cuello, todo. Cada vez me cuesta más trabajo respirar; levanto el brazo y disparo al aire. Vacío el cargador y rezo por que alguien, hombre o lobo, oiga los disparos.

XIII

            No se cuanto tiempo llevo inconsciente cuando me despierto, muy lentamente, entre una especie de bruma que lo cubre todo. Mi cerebro parece gelatina y mi cuerpo un saco de boxeo, me duele todo; me duele hasta pensar. Intento incorporarme pero desisto rápidamente lanzando un gemido de de dolor. No sé donde estoy, aun no veo con nitidez, pero el sitio me resulta familiar.
- Por fin despertaches rapaz. Xa comezabamos a preocuparnos.- Vale, ya se donde estoy, esa voz de cazalla con ese tonillo de sorna soterrada son inconfundibles.
- Hola doña Basilia. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Que educado. Non te preocupes rapaz, solo levas aquí dende onte pola tarde.
- No he entendido nada, aun me duele horrores la cabeza.
- Tsch. Digo que llevas aquí desde ayer por la tarde. Tuviste suerte de que te encontrara la familia de Arturo.  Si te hubieran encontrado los otros, los cazadores, ahora estarías en un buen lío.
- ¿Qué tuve suerte dice? Me han mentido, me han utilizado como señuelo, casi me mata esa bestia, pero he tenido suerte. No me joda, señora.
- Aun estas vivo ¿no? Y además no vas a tener que responder a ninguna pregunta incomoda del estilo de que hacías en medio del monte junto al cadáver de un chaval de doce años con un disparo en la cabeza y otro en el cuello. ¿Te parece poca suerte?
- Bueno, visto así, no ha ido mal la cosa. ¿Y los Breogan? ¿Cómo están?
- Lamiéndose las heridas. Esos puñeteros aldeanos consiguieron acercarse demasiado; se untaron el cuerpo y las ropas con una mezcla que ocultaba su olor. Se dieron cuenta justo a tiempo, pero tuvieron que hacer una maniobra de distracción para darle tiempo a usted de acabar con el pequeño Clutos.
- ¿El pequeño Clutos? Ese hijoputa monstruoso casi me mata.
- Casi. Y usted lo ha matado a él. Creo que ya están en paz. Y el pobre muchacho no se merece que hable así de él, no pienso permitírselo, lo que ha ocurrido no es culpa suya.
- No, es culpa de su familia por permitirlo. Deberían haberlo matado cuando nació, si sospechaban que esto podría suceder, tendrían que haberlo hecho.
- Es fácil hablar así cuando no tiene usted que tomar esa decisión. Pero dígame, si fuera su hija, ¿sería capaz de hacerlo?
            Me vienen a la memoria imágenes de mi pequeña, tan dulce e inocente, con esos ojazos que parecen iluminar el mundo, que no quieren perderse nada, esas manitas inquietas…
- No. No podría, tiene razón. Le pido disculpas.
- No es a mí a quién debe pedírselas sino a ellos. Han perdido a uno de los suyos y varios han resultado heridos en el enfrentamiento con los cazadores. En cuanto se encuentre un poco mejor debería ir a verlos.
- Sí, es cierto. Pero aun estoy hecho polvo. Clutos me partió varias costillas y me ha dado una paliza soberana.
- ¡Bah! Tonterías. Ya me estoy ocupando de eso, creo que esta noche ya podrá levantarse y mañana estará como nuevo. Ahora tómese esto y descanse.- dice alargándome un tazón lleno hasta el borde de un liquido verdoso.
- ¿Qué es? ¿Me curaré con esto?- Aun no me fío demasiado de la bruja.
- Claro que sí, es caldo de grelos, la mejor medicina que hay por estas tierras- y suelta una carcajada que me da escalofríos.  

            Al día siguiente estoy recuperado, prefiero no preguntarle a la bruja como lo ha hecho, así que voy a ver a Arturo y a su familia. No es fácil, pero tengo que hacerlo. Me han mentido y me han utilizado como verdugo y casi muero por culpa de sus mentiras. Quiero saber por qué. También quiero que me expliquen que cojones pasó allá arriba con los cazadores, como es posible que se acercaran tanto sin que se dieran cuenta. Y que ha pasado con Clutos. Y que va a pasar con las batidas de caza, que pasará con la gente.
            Finalmente consigo respuestas, pero ninguna satisfactoria. Me necesitaban para matar a la bestia porque sabían que ellos no serían capaces, Arturo sabía que no tendría fuerzas para repetir lo que tuvo que hacer con su hermana. El colgante sirve tan solo para identificarte como aliado de los cambiapieles, pero no es un amuleto protector, me lo dijeron solo para darme algo de confianza. Y los cazadores; los cazadores no recordaran nada, de eso se encarga la abuela Basilia, en el fondo esa mujer me da más miedo que los lobos, ¿Cómo sabía que tengo una hija pequeña? Al final no caí en preguntárselo.
            Dejo atrás Soutelo de Montes y en pocos kilómetros habré salido de Terra de Montes, una de las zonas más bellas de Galicia. Sus pueblecitos, sus gentes, sus bosques y prados, no creo que los olvide nunca. Tampoco olvidaré que es el segundo sitio donde casi pierdo la vida.
            Voy subiendo hacia el alto del Paraño, el puerto de montaña más cercano, que me llevará lejos de aquí, hacia Orense y luego a casa. Las echo de menos, a las dos. Mucho más de lo que creía.
            Suena el teléfono, un mensaje. Del señor J. Mierda, más trabajo, este hombre no entiende que los demás necesitamos desconectar del trabajo de vez en cuando. Dice algo sobre varios pueblos donde han aparecido cuerpos quemados, no entiendo el resto del mensaje, solo consigo medio entender la última palabra, tarabis, taranis, tarapis, algo así. Sea lo que sea tendrá que esperar unos días. Necesito acabar de recuperarme y ver a la familia.


FIN

lunes, 14 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. capitulo 11

XI

- ¿Qué?- Esto es demasiado, no puedo dar crédito a lo que acabo de oír.- ¿Cómo que matarlo? No puede hablar en serio.
- Totalmente en serio. Si queremos acabar con esta carnicería sinsentido tenemos que acabar con él cuanto antes.- El viejo se vuelve y emprende el regreso hacia la casa; se va desabrochando la camisa. Empiezan a caer las primeras gotas de lluvia.
- ¡Pero es su nieto!
- Lo era. No te equivoques; ahora no es más que un depredador terrible que matará todo lo que pueda hasta que alguien acabe con él. Y ese alguien debemos ser nosotros, para mantener nuestro secreto a salvo.
- Dios mío, lo dice en serio. Va a sacrificar a su sangre para que su secreto continúe siéndolo.
- Mira, a ti te parece algo horrible, para mi es un sacrificio necesario. No acabas de entenderlo, esa bestia ya no es mi nieto; si le dejara me mataría. Otros como él son los que han dado origen a las leyendas de los hombres lobo. Monstruos salvajes devoradores de hombres. Pero esas leyendas ahora son cuentos para niños y es mejor que siga así. ¿No te das cuenta? Si se supiera que existimos realmente, cundiría el pánico en la zona. Y después el odio. Nos harían la vida imposible. Tendríamos que huir continuamente para evitar que acabasen con nosotros y no podríamos cumplir con nuestro propósito. Sería una desgracia horrible para la humanidad si finalmente no estuviéramos nosotros para enfrentarnos a la oscuridad.- Estamos llegando a la casa y mi acompañante ya está totalmente desnudo.
- Pero, aún así…
- Nada de peros. Es necesario hacerlo. Cuando me transforme sube a mi espalda y agárrate con fuerza, te llevaré.
            Antes de que pueda replicar nada cambia de forma con una facilidad pasmosa y tengo ante mí a un enorme lobo gris, bastante más grande que sus parientes; se nota que es el jefe del clan. Me fijo en la multitud de cicatrices que recorren su cuerpo bajo el pelaje, no las ví cuando era humano, pero supongo que estaban ahí. El lobo se acerca a mí y se sienta, me hace un gesto con la cabeza, quiere que suba.
- Esto es totalmente absurdo- le digo al lobo- no entiendo de que voy a serviros yo en esto. Soy un tío normal, no puedo transformarme en nada y ahora mismo estoy acojonado porque estoy hablando con un lobo  que seguramente es el doble de alto que yo.
            El lobo frunce ligeramente el ceño y vuelve a mover la cabeza. Está claro que no va a aceptar un no por respuesta, así que subo a su grupa, o espalda, o lo que sea y me agarro al pelaje con todas mis fuerzas. No es suficiente. Casi me caigo cuando emprende la carrera; tiene una aceleración brutal y en carrera su velocidad es muy alta, mucho más que la de un lobo normal, más que la de cualquier animal que conozca. Tengo que agarrarme con todas mis fuerzas a su pelaje mojado por la lluvia, y me inclino sobre su lomo cuando una rama baja está a punto de arrancarme la cabeza. Empiezo a rezar para que el lobo se acuerde de que me lleva a su espalda y no me deje estampado contra una rama a mitad de camino; sin embargo antes de acabar mis oraciones llegamos a nuestro destino.           Estamos en la cima de una pequeña montaña de la denominada sierra del Candan y al fondo en un pequeño valle se pueden ver los restos de dos o tres casas; debe de ser la pequeña aldea abandonada a la que se refería mi montura, pero más que pequeña es minúscula y está totalmente rodeada por montañas. Es una jodida ratonera y dentro se encuentra el ratón más grande del mundo. Con dificultad, debido a la lluvia, lo veo moverse a lo lejos, entre las sombras de las pocas paredes que quedan en pie. Sabe que está rodeado.
- Es curioso que todo vaya a finalizar aquí.- me dice el señor Breogan, con una voz gutural, ahora está en una forma intermedia, un autentico hombre lobo.
- ¿Por qué lo dice?
- Ahí abajo, en Grovas, fue donde se iniciaron las leyendas del lobisome gallego. Hace más de siglo y medio esa pequeña y aislada aldea empezó a sufrir los ataques de un animal salvaje que mataba el ganado. Los perros de la zona huyeron de un día para otro, luego empezaron las desapariciones. Gente que salía a por leña o a por agua y no regresaba. Y además estaban los zarpazos en las puertas de las casas y en las paredes de piedra, como si algún animal intentara entrar. Comenzaron los rumores e incluso hubo quién aseguró haber visto al lobisome. Y, de pronto, igual que empezó, acabó todo. Pero ya dio igual, la aldea empezó a tener fama de maldita, de embrujada, y la gente acabó yéndose de allí.
- ¿Cómo pudo acabar de pronto? ¿Qué ocurrió realmente?- Pregunto, imaginando ya la respuesta.
- Ocurrimos nosotros. Al igual que ahora, perseguimos al monstruo y acabamos con  ella.
- ¿Lo conocían? ¿Era alguien del clan?
- Mi hermana pequeña.- Se me hace un nudo en el estomago al ver la expresión de dolor en su rostro al pronunciar las palabras.- Se volvió loca por completo; ya había matado a media docena de personas cuando por fin acabamos con ella.
- Lo lamento mucho.
- ¿Por qué? Era lo que había que hacer.
- Ya, pero su hermana peque…un momento, ¿su hermana?; cómo es eso posible, si usted es normal, quiero decir, normal para lo que son ustedes.
-Mejor no quiera saberlo, todo el clan sufrió mucho por aquello.
- De acuerdo. Otra cosa, antes de continuar; eso ocurrió hace mas de cien años según usted mismo me ha contado, así que dígame ¿qué edad tiene usted?
- Ciento ochenta y cinco años. Los cambia formas somos muy longevos. Mi padre, Leukón, está cercano a los trescientos años.
- Asombroso.
            El hombre lobo sonríe, bueno, abre la boca enseñando los dientes en algo que remotamente podría parecer una sonrisa.
            De pronto, de entre los arbustos que hay a mi derecha surge otro hombre lobo, idéntico al que tengo a mi lado, pero no tan corpulento. Habla con la misma voz gutural que el señor Breogan.
- Señor Plata. Padre.- Saluda, mirándome con extrañeza- Lo tenemos rodeado, no tiene por donde huir. Padre, ¿qué hace el aquí?- Dice señalándome con un gesto de la cabeza.- Esto es asunto nuestro.
- Déjate de tonterías. Esto es mucho más grave de lo que imaginas, Iñigo, y el señor Plata ha sido enviado para ayudarnos; así que no rechazaremos su ayuda.  
- No, no, no se confunda. Yo recibí el encargo de averiguar que le ocurrió al difunto señor Fontán y eso he estado haciendo. Nadie me dijo nada de ayudar a matar a un hombre lobo.
- Nadie te dijo nada porque no hacía falta. Creía que eras lo suficientemente inteligente para darte cuenta de que tu encargo no era solo descubrir que iba mal sino también arreglarlo. Vas a ayudarnos, pero no te preocupes, no correrás peligro.
- Rodeado de hombres lobo y atacando a otro de vuestra especie que además se sabe acorralado. Explíqueme mejor eso de que no voy a correr peligro.
- El colgante.
- ¿Qué?
- Tu colgante- dice el enorme hombre lobo que es ahora Arturo Breogan echando mano al colgante que me envió el señor J.- Es un amuleto protector; nos representa a nosotros y está forjado en plata. Esa bestia no podrá atacarte aunque quiera, y vamos a aprovecharnos de eso.
- Explíquese.
- Sabe que vamos a bajar a por él y está preparado para eso, no podemos sorprenderle. Aunque la situación del terreno le es desfavorable en su actual estado es mucho más fuerte que nosotros, si atacamos directamente nos arriesgamos a sufrir varias bajas antes de poder acabar con él. Lo que haremos será bajar lentamente, dejando que nos vea, cuando se dé cuenta de que vienes con nosotros te atacará para intentar huir, pero cuando compruebe que no puede eso lo distraerá durante unos segundos que nosotros aprovecharemos para caerle encima y acabar con él.
- No me gusta nada su plan. Joder, voy a ser un puto señuelo. Soy el cebo de la trampa, y al cebo siempre se lo comen.
- Tranquilo, te repito que el amuleto te protege; no podrá atacarte por mucho que quiera.
- Ya, ya. ¿Y eso él lo sabe?
- No hace falta que lo sepa.
- ¿Sabe una cosa? No me está ayudando nada a tranquilizarme. Me siento como una oveja atada a un palo que ve venir al lobo, nunca mejor dicho.
- Mira, si te sientes más seguro te recuerdo que llevas un arma.
- Sí, claro, como si fuera a servir de mucho. La munición no es de plata.
-¿Y? ¿No creerá usted en esas tonterías de que solo se nos puede matar con balas de plata?
- Pues…
- Es mentira. Forma parte de las leyendas. Se nos puede matar con una bala normal, pero bien dirigida. O con un arma blanca muy afilada. Debes tener en cuenta que nuestras heridas cicatrizan muy rápidamente; si no lo matas del primer disparo lo cabrearas mucho.
- Vale, eso si que me tranquiliza, muchas gracias.
- No te preocupes, no creo que llegues a utilizarla.  Muy bien, escucha, tu bajaras por aquí, tienes el viento a favor, así le será más difícil oler el colgante. El resto de la familia bajaran rodeándole, dejándose ver, y yo iré detrás tuya oculto, procurando que no me huela. Cuando llegue el momento intentaré ser yo el que se ocupe.
- ¿Cómo que lo intentará?
- Van a ser momentos de mucho barullo y confusión, nunca se sabe con certeza lo que puede pasar.
- De verdad, déjelo, no siga intentando tranquilizarme. No funciona.
- Bien, veo que por lo menos el sentido del humor no lo ha perdido. Eso es buena señal. Adelante, no lo retrasemos más.
            Nos ponemos en marcha. Mientras inicio el descenso veo como el clan ha cambiado de nuevo a forma lobuna y bajan al descubierto, para que el otro pueda verlos perfectamente. Me giro para comprobar que don Arturo viene detrás mío, pero no consigo verle, los arbustos son cada vez más altos y junto con la lluvia limitan mucho la visibilidad. Continúo bajando despacio y mientras me interno en una zona boscosa observo como los lobos han emprendido un ligero trote en el descenso; de pronto me encuentro entre sombras, el cielo cubierto por las copas de los árboles, robles y castaños principalmente, como en toda esta tierra; me detengo un momento mientras mis ojos se acostumbran a la penumbra repentina. De pronto oigo un ruido procedente del fondo del bosque, algo mas abajo, ramas partiéndose y saltando por los aires. Ya viene. Desenfundo mi arma y me preparo. Pero entonces oigo algo que no esperaba oír en este momento: disparos. Varias detonaciones a lo lejos seguidas de aullidos y gruñidos cercanos. Ese momento de distracción ha sido muy inoportuno porque cuando me recupero del sobresalto tengo al lobo ante mí.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. capitulo 10

X

            Continuamos nuestro paseo por un por un pequeño sendero que se interna en el bosque que hay tras la casa, llevamos varios minutos en silencio y estoy empezando a ponerme nervioso; estoy pensando en dar la vuelta y largarme cuando Arturo comienza a hablar.
- Mira, no se bien por donde empezar, hay mucho que contar y tenemos poco tiempo. Lo primero que debes saber es que no somos victimas de una maldición, ni de una enfermedad. Somos lo que somos por herencia. La capacidad de transformarnos es un rasgo genético presente en nuestras células; y es de carácter dominante, muy dominante, lo heredan todos los descendientes, ya sean machos o hembras. ¿De momento me sigue?
- Sí, creo que sí. Me está diciendo que es un rasgo hereditario, como el color del pelo o de los ojos, pero en su caso lo adquieren todos los descendientes.
- Correcto.
- Pero eso va en contraposición a las leyes de la  diversidad genética; el único modo de conseguir ese rasgo dominante en el cien por cien de los casos es el apareamiento entre miembros de la misma familia.- Miro desconcertado al jefe del clan y, por su expresión, descubro que he dado en el clavo.- ¡Oh, por favor!
- No te escandalices por esta tontería. Debes tener en cuenta una cosa, no somos humanos. Nuestro código genético no es como el vuestro. En muchos aspectos somos más parecidos a los animales. Lobos, leones, muchos grandes mamíferos se aparean entre miembros de la misma familia y no ocurre nada. Lo hacen para conservar fuertes los rasgos genéticos que les dan ventaja sobre sus rivales. Pues nosotros hacemos lo mismo. Habrás observado que mi hijo mayor y su esposa son muy parecidos.- No me puedo creer lo que me esta insinuando.
- Sí, pero también es cierto que los mamiferos de los que habla se aparean con miembros de otras manadas para evitar, a la larga, un deterioro genético en la manada.
- También nosotros lo hacemos. Nos relacionamos con otros clanes para mantener nuestra sangre fuerte. Mis hijas y mi hijo Tristán, sus parejas pertenecen a otros clanes. Pero el primogénito debe mantener el linaje original; ha sido así desde el principio. 
- Un momento, ¿otros clanes?
- Por supuesto. No creerías que éramos los únicos cambiapieles del mundo. Sin ir más lejos, aquí en la península convivimos tres clanes. Y hay muchos más en el resto del mundo.
- Me estoy perdiendo. ¿Por qué se ha llamado cambiapieles? ¿No son licantropos?
- Sí y no. Veras, nos transformamos en lobos, pero también podríamos transformarnos en otros animales. Es la adaptabilidad de nuestro don al entorno.
- No acabo de entenderlo.
- Mira nosotros estamos asentados desde hace muchas generaciones en el norte de la península y  somos lobos, otro de los clanes vive habitualmente en la región de Doñana y son linces El otro vive por lo general en la región de los Pirineos y suelen ser osos.
- Venga ya. Eso no es posible.
- ¿Seguro? Nos has visto, has visto lo que hacemos y sin embargo no crees que podamos ser linces u osos. Pues deberías ver a nuestros amigos africanos o a un antiguo clan esquimal que vive en Alaska.
            Esto cada vez es más surrealista, me cuesta creer lo que me está contando. Clanes de hombres lobo o lince…o lo que sea, viviendo por todo el mundo, desde Dios sabe cuando. Y nadie parece saberlo. ¿Cómo es posible?  Las preguntas se amontonan en mi cabeza.
- Dice que su clan lleva aquí muchas generaciones.
- Sí. Antiguamente aquí había un castro celta, lo fundaron nuestros antepasados y fue el hogar de mi familia durante siglos.
- Pero, ¿Cuánto tiempo llevan existiendo los cambiapieles? ¿Y por qué nadie sabe nada?
- Llevamos sobre la faz de la tierra tanto tiempo como el hombre. Nuestras leyendas más antiguas cuentan que fuimos creados tras la expulsión de Adán y Eva del paraíso con el fin de protegerles a ellos y a sus descendientes de los males que acechan en la oscuridad. Por eso somos más poderosos de noche y podemos cambiar de forma a voluntad. Los celtas nos llamaban Guerreros de la Luna.
- Entonces conocían de su existencia.
- Sí. El pueblo celta nos respetaba y nos consideraba aliados. Eran un pueblo que veneraba a los dioses de la tierra y creían que nosotros habíamos sido enviados por ellos para luchar contra los demonios que la corrompen.
- Pero ¿cómo es posible que nadie sepa nada sobre su existencia?
- Porque cada vez somos menos. Aunque somos mucho más longevos que vosotros, nuestra tasa de mortalidad también es mucho más alta. Estamos en una batalla continua contra la oscuridad que quiere consumir la tierra. Además, sí hay gente que nos conoce. Su señor Jericó ha sido nuestro aliado desde hace más tiempo del que puedo recordar y, sin ir mas lejos, la vieja Basilia también sabe la verdad hace mucho tiempo.
- ¡Ah, sí! La vieja. Oiga, ¿de verdad es…?
- ¿Bruja? Sí. Y muy poderosa. No te dejes engañar por esa mascara de vieja loca que le gusta usar. Conoce muchos secretos antiguos y olvidados. Hechizos prohibidos y pociones perdidas. Lleva aquí casi tanto tiempo como nosotros. Procura no enfadarla.
- Bueno, bueno, nos estamos desviando del  tema. Creo que ya es hora de que me cuente quién es el responsable de todas estas muertes.
- Mi nieto Clutos.- dice mientras se le ensombrece el rostro. El dolor que siente es casi palpable. Procuro mantener la calma, necesito que me explique la razón de todo esto.- Mira, debes entender que lo que comente antes tiene mucho que ver en todo este lío.
- ¿A qué se refiere?
- A nuestro don. Es un rasgo genético, pero deben aportarlo ambos progenitores; en caso contrario somos incapaces de controlarlo y nos volvemos locos, nuestra conciencia se ve ahogada por el instinto animal primigenio. Es lo que le ha ocurrido a mi nieto.
- ¿Y como es que no se han dado cuenta antes?
- Porque la primera transformación tiene lugar al llegar a la pubertad debido al aumento de producción hormonal. En el caso de mi nieto, pensábamos que aún no había tenido lugar y cuando descubrimos la verdad ya era tarde, había escapado y comenzaron las muertes.
- ¿Pero como pudieron no darse cuenta? Es absurdo, ¿no lo vieron?, ¿no lo olieron?, ¿algo?
- Lamentablemente no. En parte la culpa es nuestra, debimos haber hecho algo hace mucho tiempo, pero no fuimos capaces. Veras, a mi hija pequeña, Elvia, la violaron hace doce años; era joven y no supo defenderse. Nosotros nos ocupamos debidamente de su violador, pero por desgracia ella nunca se ha recuperado del todo. Nos daba pena y por eso no hicimos lo que debimos en su momento.- No quiero oír lo que está a punto de decirme- Nuestra obligación era matar al mestizo, sabíamos lo que pasaría si no lo hacíamos, que no controlaría el cambio y el instinto cazador lo volvería loco. El problema está en que ahora ella le está ayudando.- Joder, me acaba de contar que toda esta carnicería, esta cadena de muertes sinsentido son obra de un crío de doce años; me estremezco al pensar en lo que será capaz de hacer un adulto. Pero ahora tengo cosas más importantes en las que pensar.
- ¿Dice que le está ayudando a matar?
- No, ella intentaba evitar que matase a nadie- finalmente se resuelve la duda de la presencia del segundo lobo- pero ocultaba su rastro continuamente para que no pudiéramos dar con ellos. Sin embargo ahora tenemos una pequeña oportunidad; la han herido, así que ahora tiene mucho más difícil ocultarse de nosotros. Olimos su sangre antes de que usted nos trajese la noticia. Ese es también el motivo de que el clan se haya dividido en varios grupos. Mis hijas están buscando a su hermana antes de que sea demasiado tarde y muera desangrada. Espero que…
            En ese momento se oye un aullido agudo, prolongado, lejano que viene de la zona del norte; es seguido de otro que proviene casi de nuestra espalda, diría que del sureste, este es mas grave y mucho mas corto.
- Bien, los han encontrado a los dos. Mi hija huyó hacia el suroeste dejando un rastro claro para que la siguiéramos mientras mi nieto corría en dirección contraria. Pero lo tienen acorralado en una pequeña aldea abandonada cerca de aquí. Vamos. Démonos prisa, está a punto de empezar a llover.
- ¿Cómo sabe todo eso?
- Me lo acaban de contar, ¿no has oído los aullidos?
- ¿Los ha entendido?
- Pues claro. ¿Cómo crees que nos comunicamos cuando cambiamos? Venga, vamos, no perdamos más tiempo.
- ¿Adonde vamos?
- A acabar con esto de una vez. Vamos a matar a mi nieto.

martes, 8 de noviembre de 2011

Os Lobos de Montes. Capitulo 9

IX

            Delante de la casa hay un grupo de gente reunida, escuchando las noticias que les trae el muchacho, Cesaro. Hombres, mujeres y niños escuchan con atención. Cuando acaba de hablar, un hombretón enorme, de unos sesenta años, alto y fibroso como un roble, con una gran melena gris toda alborotada, al igual que la barba empieza a repartir órdenes y todos se ponen en marcha a la carrera. Entonces me ven. Se quedan quietos, como paralizados y retroceden despacio hacia la casa. El hombretón se adelanta y viene hacia mí. Parece preocupado.
- Buenos días señor…Plata. Ha elegido un nombre curioso. Le estábamos esperando, aunque me temo que las noticias que nos ha traído no son nada buenas.- Me estrecha la mano con tanta fuerza que creo que me la ha roto.
- Buenos días.
- Perdone, no me he presentado. Soy Arturo Breogan y esta es mi familia.- me dice mientras hace un gesto con el brazo hacia los demás. Cuento trece adultos y cinco niños de distintas edades.- Esa mocetona de ahí es mi mujer Moira- la “mocetona” en cuestión es una pelirroja de edad indefinida, una madurita interesante, de mirada sensual y cuerpo de monitora de fitness.- Creo que a mi padre ya lo conoce- continua, girándose hacia el  extraño anciano de ayer- se llama Leukón y los que están a su lado son Iñigo, mi hijo mayor, y Elba- el hijo es una versión más joven del padre, mismo cuerpo, mismo rostro e idéntica melena, algo más oscura y no tan desordenada, también lleva la barba más cuidada; en cuanto a la mujer, decir que es impresionante es quedarse corto. Es alta, muy alta, y ancha de espaldas; lleva una falda larga hasta los tobillos con una abertura lateral desde el muslo y un chaleco abierto por encima de una camisola blanca con las mangas remangadas que dejan entrever unos brazos muy musculosos; la larga melena pelirroja la lleva recogida en una trenza que le llega hasta la cintura. El señor Breogan prosigue con las presentaciones- Aquel es mi hijo pequeño Tristán y detrás está su mujer Kara- El joven pelirrojo tendrá unos treinta años y es algo más delgado que su hermano mayor, pero no mucho. Tras el hay una pequeña mujercita rubia de pechos generosos y anchas caderas que sostiene en brazos a una niña pequeña.- La pequeñaja es Mabel, la más jovencita de todos mis nietos. Y estas de aquí son mis hijas Nicer y Alda con sus maridos Brais y Caro. Las dos mujeres son versiones jóvenes de la madre, altas, pelirrojas y muy sensuales. En cuanto a los hombres, los dos parecen cortados por el mismo patrón, fuertes, estatura media, pelo negro muy corto y ojos de un azul intenso; parecen hermanos.
- Y ya por último- prosigue el señor Breogan tras una breve pausa- le presento a mis nietos. El mayor, Arturo, y su hermana Nunn, luego están Ginebra, Cinnia, Mabel, creo que ya conoce a Cesaro- señala con la mano al muchacho que me ha traído aquí- y esos jovencitos son sus hermanos Lubbo y Moira. Tendrá que disculpar a mi hija Elvia y a mi nieto Clutos pero están ausentes- mientras dice esto sus ojos se ensombrecen y me fijo en que los demás bajan la mirada.    
            Tras las presentaciones tengo una pregunta rondando la cabeza, empiezo a tener una ligera sospecha de a qué podría referirse y no me gusta nada la idea.
- Encantado de conocerles, tiene usted una gran familia señor Breogan, pero dígame ¿Por qué me ha comentado antes que las noticias que traía no eran buenas? Debería por lo menos suponer un alivio saber que han herido a uno de los lobos.
- Al contrario, amigo mío. Y llámame Arturo, por aquí nadie me llama señor. Pero creo que para que lo entiendas bien, primero debemos mostrarte otra cosa. Debes conocer la verdad, de lo contrario no creo que puedas ayudarnos.
- ¿Ayudarles a qué?- Estoy desconcertado, no entiendo a donde quiere llegar.
- Luego. Ahora observa; Arturo, haz el favor.- Dice dirigiéndose a su nieto, mientras le hace un gesto con la mano.
            El muchacho se acerca a nosotros mientras se despoja de la camiseta y, a continuación, de los pantalones. Se queda desnudo delante nuestro y entonces empiezan las convulsiones. Y mientras se confirman mis sospechas tiene lugar el cambio; le crece pelo por todo el cuerpo, sus manos se transforman en garras, su boca se ensancha y se estira transformándose en un enorme hocico mientras sus orejas se desplazan hacia arriba y se van volviendo puntiagudas, todo ello mientras aumenta considerablemente de tamaño. Cuando termina tengo ante mí a otro enorme lobo, este con el pelaje rojizo, pero el mismo aspecto amenazador que los otros que he visto hasta el momento. De repente se levanta y se pone a dos patas, solo que no son patas, son piernas; es un hombre lobo, un lobisome. Sin pensarlo un instante hecho mano a mi arma, pero antes siquiera de poder apuntar tengo las fauces del animal a escasos centímetros de mi cara y un gruñido sordo sube por su garganta.   
 - ¡Arturo, basta! No lo asustes más. Debes disculparlo, señor Plata, pero comprende que no nos gusta que nos apunten con un arma.
            El lobisome da un paso atrás y, sin quitarme un ojo de encima, se transforma en lobo y se sienta tranquilamente delante de mí.
- Entonces son ustedes. Han sido ustedes desde el principio. Todo el mundo confiando en que ustedes darían caza a los lobos, y eran ustedes. Malditos sean. Tendría que acabar con todos ahora mismo.
- Si te tranquilizas un poco, trataré de explicarte el asunto; a fin de cuentas por eso estás aquí. De entrada déjame que te asegure que estás entre amigos, no tenemos intención de hacerte el menor daño.
- ¿No? ¡Y, claro, tampoco tenían intención de hacerle daño al señor Fontan, o al ingeniero, Quintero, o a los verdes que han atacado esta noche mientras dormían! ¡Son unos asesinos! Y no se atreva a negarlo.- Lo que estoy haciendo es una locura, gritándole así, pero ya no puedo contener por más tiempo toda la frustración y la rabia. Aprieto los puños y por un instante estoy tentado de plantarle un gancho en los morros, pero un gruñido a la altura de mis pelotas me hace cambiar de idea.     
- Cálmate, por favor. Has venido a investigar lo que ocurre aquí a petición del señor Jericó, ¿me equivoco?
- ¿Cómo sabe usted eso?- Esto es de locos, ¿de que conocen al señor J?
- Bueno, para empezar ese colgante que llevas, la mascara del lobisome, tiene su olor y es típico en él utilizar este tipo de truquitos. Y también es típico de él mandar a sus ayudantes a la boca del lobo, y perdona por la broma, sin darles ninguna información acerca de lo que se van a encontrar. Le gusta que aprendan a desenvolverse por sí mismos. Verás, nosotros también somos asociados del señor Jericó, por así decirlo. Es un viejo conocido de la familia.
- Mierda. Pero ustedes son…
- Sí, lo somos. Todos nosotros.
- Y no fueron los que…?
- No, ninguno de los que estamos aquí. Pero ese es el problema. Es uno de los nuestros, por eso vamos a necesitar tu ayuda.
- No le comprendo.
- Acompáñame, señor Plata. Demos un paseo mientras te lo explico todo.- Me agarra con suavidad del brazo y nos dirigimos al bosquecillo que hay tras la casa. Cuando estamos frente a la entrada se detiene.
- Discúlpame un momento.- Se gira un momento mirando al resto de la familia hace un ligero asentimiento con la cabeza y entonces todos se ponen en movimiento al unísono. El viejo, Leukon, guía a los niños al interior de la casa y, una vez dentro, cierra la puerta. Mientras tanto los adultos se desnudan, guardan sus ropas en unas pequeñas mochilas y las cargan sobre sus espaldas mientras se transforman y entonces salen corriendo, se dividen en grupos de tres y se separan.
- ¿Adonde van? ¿Qué ocurre?- No me gusta nada lo que acabo de ver, divididos en grupos pueden causar aun más daño.
- No te preocupes amigo, salen a cazar.
- ¿Cómo?
- Mira, van a localizar el rastro del asesino, luego lo perseguirán e intentaran acabar con él. No te preocupes, no tienen intención de hacer daño a nadie.
- Pero, pero, los aldeanos si podrían hacerles daño a ellos si los ven.
- Tú lo has dicho. Si los ven. Tenemos un olfato muy fino, podemos oleros a kilómetros de distancia, sería muy difícil que pudieran acercarse lo suficiente como para ver a alguno de nosotros. Además somos rápidos, mi hijo Iñigo y su grupo ya están rastreando la zona de la matanza de esta noche en La Madalena y Tristán y Brais están llegando a Folgoso para seguir el rastro que encontramos ayer.
- Increíble. ¿Pero como lo sabe?
- Porque los huelo. Además, cuando nos transformamos tenemos una especie de conexión animal entre nosotros.
- ¿Conexión animal?
- Bueno, no se como explicarlo; es como si nuestros espíritus pudieran unirse, así podemos saber donde están y que hacen los otros miembros del clan. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 8

VIII
            Me paso la noche en casa de la doctora intentando contactar con el señor J, le llamo desde el móvil, desde el fijo de la casa, le mando varios mails, pero no hay manera. No está localizable. Esto también es muy típico de él, desaparecer en el peor momento; “tienes que enfrentarte tú solo a los problemas que se te presenten, si no nunca vas a aprender nada” me suele decir. Pues este marrón no sé cómo lo voy a resolver. Mientras Elia se revuelve inquieta entre sueños por las pesadillas, continúo dándole vueltas a todo el asunto. Hay algo que no termina de encajar en todo este asunto, pero aún no consigo verlo. Lobos gigantes, hombres lobo; está claro que unos y otros tienen que ser lo mismo. Siempre se ha supuesto que los hombres lobo tenían forma humanoide, pero no tiene por qué ser así. Pero, ¿por qué de pronto hay tantos?, ¿de dónde han salido? Hay algo que se me escapa, pero ¿el qué? Más me vale averiguarlo pronto, antes de que toda la Tierra de Montes quede cubierta de cadáveres destrozados.
            Aún no ha amanecido del todo cuando Elia se levanta empapada en sudor; murmura algo que no consigo entender y se mete en el baño. Un instante después oigo el ruido de la ducha. Le vendrá bien, pero el agua no va a acabar con las pesadillas; nada lo hace. Mientras se ducha me meto en la cocina para prepararle un café, pero no encuentro la cafetera, busco en las estanterías de la cocina y al abrir una puerta me encuentro con un montón de leña apilada para la chimenea. Al verla me acuerdo de la anciana de ayer por la mañana. ¿Cómo sabía la anciana a quién buscaba yo?, ¿Y cómo sabía lo que me había mandado el señor J? Le grito a Elia a través de la puerta del baño que tengo que salir a ver a alguien y que ya la llamaré luego. Salgo a toda leche sin esperar a ver si me ha oído. Tengo que encontrar a la anciana, tengo que encontrar a los lobos y tengo que evitar una carnicería. Lo primero es fácil, lo demás no sé cómo coño voy a conseguirlo. Tiro para Garellas mientras hago un último intento de contactar con el señor J por el móvil. Nada. A la mierda. Otra vez a improvisar sobre la marcha.
            Llego al pueblo y vuelvo a aparcar frente a la pequeña capilla. Mientras me apeo del coche me pregunto cómo voy a localizar a la anciana; aunque el pueblo es pequeño no sé cuál es su casa, ni siquiera sé si vive aquí, no sé ni su nombre. Me dirijo hacia la casa más cercana para preguntar por ella cuando la veo salir de un cobertizo y entrar en una pequeña casa cercana. Vamos allá. La casa es de piedra, como casi todas aquí, con diminutas ventanas de madera con unas contraventanas también de madera en las que no queda rastro de pintura, comida por la lluvia y el viento. La casa está cubierta casi por entero de una fina capa de musgo verde que llega hasta el tejado; este es de piedras planas y entre unas y otras asoman hierbas y los tallos de pequeñas plantas. Increíble. No han debido limpiarlo en muchos años. En una esquina del tejado asoma una pequeña chimenea también de piedra, por la que sube hacia las alturas una delgada columna de humo.
            Llamo a la puerta y espero. Como no contesta nadie, vuelvo a llamar. Al cabo de unos minutos de espera insisto con los golpes en la puerta, un poco más fuertes esta vez.
- ¡Pase!- Es la voz de la anciana.
            Abro la puerta y me adentro en la penumbra del interior. Cuando mis ojos se acostumbran a la escasa luz veo que me encuentro en la cocina. Pequeña no, diminuta. Una mesa de madera basta, sin pulir, ocupa el centro del cuarto, con sólo dos sillas, una a cada extremo. Bajo la ventana hay un fregadero de piedra pulida y, a su lado, una vieja cocina de leña donde hay una enorme olla calentando; no sé qué está cocinando la anciana pero huele fenomenal. La pared opuesta al fregadero la ocupa un pequeño mueble de estanterías lleno hasta los topes de cacharros de cocina, comida, tarros con especias y otros con productos que prefiero no conocer. Al fondo hay una puerta que veo que da al dormitorio. Y no hay más, eso es todo; para que luego nos quejemos de los pisos de treinta y cinco metros cuadrados.
- ¿Comiches algo?- Me pregunta la anciana, colocando en la mesa dos tazones llenos hasta el borde de caldo de grelos. Eso era lo que olía tan bien en la olla. Mis tripas empiezan a rugir.- Xa vexo que non. Séntate e come algo.- Y saca del horno de leña una hogaza de pan recién hecho, humeando aun. El olor a pan lo inunda todo.
- Se lo agradezco, pero no me…
- ¡Qué te sentes e comas, cona!, ¿no te han enseñado que es de mala educación rechazar la comida quien te la ofrece en su casa?- me dice mientras me señala con un enorme cucharon de madera que emplea para remover el caldo.
- De acuerdo entonces, muchas gracias.- Me siento a la mesa nervioso por probar el caldo y el pan, ambos huelen estupendamente.- ¡Madre mía! Está buenísimo, que rico.
- Come despacio, no te vayas a quemar. Cuando acabes ya hablaremos de lo que te vuelve a traer por aquí. Me imagino que tu jefe no te habló de mí, de lo contrario no estarías aquí.
            La cuchara se queda a mitad de trayecto hacia mi boca. Estoy sorprendido. Tanto que no sé qué responder, así que continuo comiendo todo lo deprisa que puedo. Cuando termino la anciana retira mi tazón y el suyo y los deja en el fregadero y se sienta frente a mí.
- Vamos, rapaz, empeza. Non tes todo o día.- Y mientras dice esto, se saca una bolsita de tabaco de un bolsillo del viejo delantal que lleva puesto y una cajita de papel de liar del otro.
- ¿Cómo sabía usted a quién buscaba yo ayer?
- ¿Esa es la gran pregunta que querías hacerme? No, no, no, piénsalo bien, seguro que tienes preguntas mejores que esa.- Abre una puertecilla metálica de la vieja cocina de leña y saca una pequeña ramita ardiendo, se enciende el cigarro con ella y la vuelve a dejar donde estaba.
- ¿Quién es usted? ¿Y cómo conoce a mi jefe?- Ahora me vienen de golpe a la cabeza unas cuantas preguntas, pero estas dos las más importantes.
- Eso está mejor, pero tranquilo, de una en una, que aun tienes tiempo. He tenido muchos nombres a lo largo de mi vida, pero puedes llamarme señora Basilia si quieres. Y soy bruja, o eso es lo que opina la gente de por aquí, no sin algo de razón. Y ahora vamos contigo, ¿Cómo te llamas?
            En ese momento recuerdo un comentario del señor J hace algún tiempo “las palabras tienen poder, tanto para bien como para mal. Y conocer los nombres de las cosas, sus verdaderos nombres, te dará poder sobre ellas. Lo mismo ocurre con las personas, conocer sus verdaderos nombres puede darte poder sobre ellos. Y si alguien conoce tu verdadero nombre tendrá poder sobre ti, así que no lo des a la ligera. Cuando te pregunten ten siempre uno a mano, el más adecuado a tus necesidades en ese momento”, “¿Y cómo voy a saber cuál es el más adecuado en cada momento?”, “Ya aprenderás. Un nombre adecuado también puede darte mucho poder”.
- Puede llamarme señor Plata, si quiere.- Respondo. No sé de dónde ha salido, pero al decirlo me doy cuenta de que es el adecuado.
- Bien dicho. Vas aprendiendo, despacio, pero aprendes.
- ¿Qué es eso de que es bruja?
- ¿Te lo tengo que explicar?, ¿de verdad? Preparo pociones, ungüentos, hechizos y otras cosas. La gente me llama meiga con desprecio, pero luego vienen a verme a escondidas para pedir ayuda. Siempre ha sido así con las meigas.
- Ya. ¿Y de qué conoce a mi jefe?
- ¿Y tú de que lo conoces? ¿Lo conoces realmente?, ¿sabes quién es?
- ¿Cómo que si lo conozco realmente?, ¿Qué quiere decir?
- Tu jefe también ha tenido muchos nombres, como yo. Tú le llamas señor J, o señor Jericó que es como le gusta referirse a si mismo en los últimos tiempos; quizás porque estuvo allí cuando la ciudad cayó. Pero no es su verdadero nombre. Deberías preguntárselo, aunque no te lo dirá; ya nadie lo recuerda, probablemente ni él. Pero pregúntale por sus otros nombres, que te diga alguno. Y así empezaras a entender para quién trabajas y cuál es tu cometido.
- Ya sé cuál es mi trabajo.
- Si, lo sabes. Pero no sabes cuál es su cometido, por qué haces lo que haces y por qué eres tú el que lo hace.
- Mire, si está intentando liarme no lo va a conseguir. Y tengo más preguntas que hacerle. Sobre los lobos.
- Lo sé. Pero las respuestas no soy yo quién debe dártelas. Abre la puerta.
- ¿Cómo dice?- Cada vez entiendo menos a la anciana, ¿me está echando?
- Que abras la puerta, rapaz. No querrás que se quede esperando en la puerta, ¿no?
- ¿Quién?- Definitivamente la vieja está como un cencerro, voy a darle mi opinión al respecto cuando, como no, llaman a la puerta. Debo haber puesto cara de tonto, porque la anciana sonríe con el cigarrillo en la comisura de la boca.
- Ya va. ¿Abres de una vez o te vas a quedar ahí todo el día con esa cara?- Me dice con cierto tonillo socarrón.- Creía que eras más espabilado. Aún no tienes ni idea de lo que pasa, ¿verdad?- Me levanto de un salto y abro la puerta. La anciana me está empezando a irritar un poco. Vieja sabelotodo. “Soy Bruja”. Ja. Una loca es lo que es.
            En el umbral se encuentra un hombre joven, no creo que llegue a los veinte. Debe medir cerca de dos metros de alto y casi lo mismo de ancho, tiene una melena negra que le cae alborotada hasta los hombros. Con un suave movimiento entra y se coloca al lado de la cocina, lo más alejado de mí que puede; tiene unos movimientos muy agiles para su envergadura.
- Este jovencito es Cesaro Breogan. Usted conoció ayer a su bisabuelo. Le he dicho a su familia que querría usted verlos, así que han enviado al muchacho para que le acompañe. ¿Qué me traes hoy filliño?
- Un par de conejos, abuela Basilia. Los cazó ayer el pequeño, los demás andamos ocupados, ya sabe, y no hemos podido ocuparnos de las verduras.
- No te preocupes. Ya verás cómo pronto se arregla todo. Dile a tu abuelo que trate bien al señor Plata, que es amigo del señor Jericó, el ya sabrá quién le digo.
- ¿Señor Plata?, ¿Se llama señor Plata?- dice el muchacho frunciendo el ceño. No le gusta.
- No te preocupes Arturo, no quiere haceros daño, es solo para protegerse. Señor Plata, acompañe a Arturo y pórtese bien.
- ¿Pero cómo sabía usted?...
- Ya se lo dije antes. Meiga. Ahora deje de hacer preguntas tontas y acompañe al muchacho. Su familia le ayudará a entender el follón en el que le han metido. Y dese prisa, que no tiene todo el día.
            Empieza a resultarme molesto ese comentario sobre que no tengo todo el día, lo ha repetido varias veces y no entiendo por qué, quiero preguntárselo pero ya me ha cerrado la puerta en las narices. Camino junto al muchacho, Arturo, en absoluto silencio. No le caigo bien y no hace nada por disimularlo, ceño fruncido, mirada hosca y cada vez que intento acercarme para charlar se aleja un par de pasos con rapidez. Va a ser un paseo muy entretenido hasta su casa.
            De pronto suena el móvil; es raro, creía que aquí no había cobertura. Es el inspector Darriba.
- Buenos días inspector, ¿qué ocurre?
- Déjese de buenos días, ¿Dónde carallo está? Le he llamado a la pensión no se cuantas veces, y nadie sabe nada de usted desde anoche, ¿Dónde ha estado?- Algo grave ha ocurrido, el inspector suena angustiado.
- Tranquilicese, inspector, estoy en Garellas. He venido a hablar con la familia Breogan.
- ¿Con los cazadores?, ¿para qué?
- Cosas mías inspector, quiero hacerles algunas preguntas. Dígame, ¿Qué ha ocurrido?
- Ha vuelto a suceder. Pero esta vez ha sido una carnicería.
- ¿Qué quiere decir, inspector?
- Esta madrugada han atacado a los ecologistas que estaban acampados en La Madalena, junto al circuito de Karts; muy cerca de donde apareció el primer cuerpo. Hay seis muertos y más de diez heridos graves, tres no creo que lleguen a esta noche.
- ¿Cómo que han atacado? ¿Cuántos eran?
- Dos. Y según cuentan los testigos, son muy grandes.
- Mierda, joder. ¿Han avisado a la doctora?
- Sí, viene de camino, aunque dice que no se encuentra bien. Ayer quedó con usted en Soutelo, por casualidad no sabrá que le pasa ¿no?
- No tengo ni idea inspector.- Miento como un bellaco, pero no puedo contarle aun lo de la manada de anoche, y menos con Cesaro escuchando, no quiero que se acojone.- Mire, en cuanto acabe aquí tiro para Soutelo y me reúno con ustedes, no creo que tarde mucho.
- De acuerdo, intente darse prisa. Por cierto, también hay una buena noticia, esta vez han conseguido herir a uno de ellos. Un paisano oyó los gritos y salió corriendo con su escopeta, fue él quien alcanzó a uno de los lobos en el costado. Lástima que no lo matara.
            Corto la llamada y me quedo mirando el móvil, no se que hacer. Una matanza. Una puta matanza. Tenía que haber echo algo anoche, cuando vimos a la manada de lobos, no, de lobisomes. Pero tenía miedo, y aun lo tengo. ¿Cómo voy a detenerlos?
- ¿Ocurre algo?- El chaval ha visto mi cara de preocupación y por fin ha abierto la boca.
            No se si contárselo o no, pero al final lo hago. El es uno de los cazadores, podrá asumirlo sin asustarse demasiado. Le cuento la carnicería que acaba de suceder esta noche, los cadáveres y los heridos. Me ahorro el detalle de los lobisomes, no quiero que me tome por loco. Cuando acabo me sorprende su reacción.  
- ¡No puede ser! Tenemos que darnos prisa, tengo que avisar al abuelo.- Y echa a correr. Es muy rápido; le pierdo de vista enseguida entre la arboleda que bordea el camino. Continuo corriendo hasta llegar al claro donde se encuentra la casona de piedra, estoy sin aliento; es demasiado temprano para hacerme correr así, bueno, para hacerme correr así siempre es demasiado temprano. 

martes, 1 de noviembre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 7

VII
La noche está lluviosa de nuevo cuando entro en el mesón; pido un vino del país en la barra para quitarme el frio del cuerpo y me dirijo a las mesas; al fondo del local veo a la forense haciéndome gestos con la mano.
- Llegue pronto y cogí esta mesa que está un poco más retirada y es más tranquila.- Me dice mientras la saludo cortésmente y me siento frente a ella.
- Bien, buena idea.
- Sí, así estaremos tranquilos mientras me cuentas unas cuantas cosas.
- ¿Cómo dices?
- Venga, deja de hacerte el tonto ahora. Tienes muchas cosas que explicar, así que ya puedes ir empezando. Por ejemplo, ¿cómo sabias donde estaba la cabeza?
- ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
- De esta mañana, joder. ¿Cómo sabías que la cabeza estaba entre las ramas de aquel árbol?, se la señalas al inspector Darriba y te largas, ¿tú sabes lo sospechoso que es eso?- Tiene razón y no me he parado a pensarlo. Tengo que explicárselo todo.
- Mira, no sabía que la cabeza estaría allí, como le dije al inspector, fue una casualidad.
- Venga ya.
- En serio, estaba buscando otra cosa y la vi por casualidad. Mira, tengo que…
- ¿Pero de verdad pretendes que me crea que la viste por casualidad? ¿Pero me tomas por idiota o qué?- Está levantando la voz más de lo que debería, la gente de otras mesas empieza a mirarnos.
- Mira, tranquilízate un poco y déjame que te lo explique todo, para eso he venido.
- Muy bien, pues empieza.
- Vale. Pero antes quiero preguntarte una cosa, ¿Cuándo recogisteis la cabeza os fijasteis en los arañazos que había en el árbol?
- ¡Sí! ¿Pero cómo…?
- Eso es lo que estaba buscando cuando vi la cabeza. Porque ya los he visto antes.- Y entonces se lo cuento. Todo. Mi paseo hasta la Ponte Nova, los arañazos en los árboles, mi encuentro con los lobo, la pelea que tuvieron, todo incluyendo la visita a la casa de los cazadores y mi hallazgo de esta tarde en la biblioteca.
- ¿pero tú estás de cachondeo o es que te has vuelto loco? El inspector Darriba seguramente tenga intención de interrogarte acerca de tu “hallazgo” de esta mañana y tú me sales con estas, estas…chorradas, joder. Lobos gigantes, definitivamente estás mal de la cabeza.
- Sabía que no me ibas a creer, yo tampoco me lo creería si estuviera en tu lugar. Pero tienes que creerme. Los tuve delante de mis narices, maldita sea, el cadáver de esta mañana podría haber sido yo. Necesito que me creas, porque como no consiga detener esto, puede terminar en una carnicería.
- ¿Pero cómo quieres que te crea? Me estas pidiendo que crea en una leyenda, en una fantasía. No puedo.
- Mira entiendo perfectamente tu reacción, yo antes también pensaba así, creía que todo eran fantasías y leyendas. Pero no te puedes ni imaginar la de cosas que he visto en los últimos tiempos. Y debo darte una mala noticia. Es real. Casi todo es real. Las leyendas populares suelen estar basadas en algo y ese algo, de un modo u otro, suele ser real. Créeme, mi trabajo es este, resolver los problemas que causan este tipo de criaturas.
- No, no…no puedo creerlo.
- No quieres creerlo. Doctora, piensa en las pruebas: las heridas en los cuerpos, ese mordisco inmenso en el cuerpo de esta mañana, los arañazos en los árboles, todo cuadra. Nada más puede hacer esto. Es un hombre lobo, un lobisome.

- ¡No!- de nuevo levanta demasiado la voz, todo el mesón se vuelve hacia nosotros sorprendido, la doctora se da cuenta y baja el volumen- ¡No!, soy médico, joder, un científico. ¿Cómo pretendes que crea en supersticiones absurdas? No puedo.
- Pues más vale que encuentres la manera de creer antes de que se te empiecen a acumular los cadáveres.
            Sin decir una palabra más la doctora se levanta y se va. La gente de las mesas más cercanas me mira con disimulo; pensarán que ha sido una cita que ha acabado mal. Mejor. Me acabo el vino, pago la cuenta y salgo a la calle, voy camino del hotel bajo la lluvia cuando veo a la doctora en una cabina intentando llamar por teléfono. Doy unos golpecitos en el cristal de la cabina.
- ¿Va todo bien?, ¿necesita ayuda?
- No, no, es solo el coche que no arranca y encima me he quedado sin batería en el móvil.
- Bueno, si ya se le han enfriado un poco los ánimos, puedo llevarla a su casa.
- No se moleste, ya estoy llamando a un taxi.- Me contesta. Si las miradas matasen ahora mismo me caería redondo al suelo. Definitivamente aún está de mal humor.
- ¡No es ninguna molestia mujer!- Ignoro por completo su cabreo, como si en el mesón no hubiera pasado nada.- Tengo el coche aquí mismo. Vamos.
            Nos metemos en el coche, arranco y tras poner la calefacción me incorporo al escaso tráfico nocturno.
- Doctora, yo estoy encantado de llevarla a su casa, pero tendrá que darme alguna pista, porque como adivino soy malísimo.
- Perdone, estaba distraída.- Se ha sonrojado. Me rio para intentar relajar un poco el ambiente y parece que funciona, ella también sonríe.- Tengo una casita en Cerdedo.
- Ajá. Y esto está por…
- Siga la carretera hacia Pontevedra y llegaremos en un ratito, está a unos diez kilómetros de aquí.
- Muy bien. Y dígame, doctora…
- Elia. Me llamo Elia, no doctora.
- De acuerdo, Elia. Bonito nombre. Y dime, ¿Cómo has acabado trabajando aquí?
- Bueno, cuando aprobé las oposiciones al cuerpo forense busqué plaza en algún sitio tranquilo y como  mi familia es toda de esta zona y tenemos casa aquí, pues me vine.
- Pero tú no eres de aquí ¿no? Tampoco tienes acento.- La doctora, Elia, me corrijo mentalmente, se sonroja un poco cuando le recuerdo la pullita que me soltó ella hace poco por lo del acento.
- No; yo nací y me crié en Barcelona, aquí tenemos la vieja casa del pueblo, aunque solo venimos en vacaciones, pero a mí me ha venido muy bien ahora que trabajo aquí.
- Desde luego. Te ahorras un dinerillo de un alquiler o una hipoteca.
- Pues sí. Y tal como está la cosa es un chollo poder ahorrarte unos euros. Hasta los médicos estamos notando la crisis. Además...¡Cuidado!
            Ocurre todo muy rápido. El grito de Elia no me pilla por sorpresa porque ya he visto lo que ocurre en la carretera delante nuestro, aun así piso el freno a fondo y pego un volantazo para no llevarme por delante a alguno de los enormes lobos de la manada que cruza al trote la carretera. Es una manada grande. Cuento diez lobos antes de que se pierdan en la noche. Todo ha sucedido en no más de dos segundos. Me giro hacia Elia; está pálida, con los ojos desorbitados y la mirada fija en el punto por donde han desaparecido los lobos. No reacciona.
- Elia, ¿estás bien?
- Yo…yo,…sí, creo…creo que sí.
- ¿Estas segura?
- No…Sí, sí. Eso eran…eran…pero, pero…no puede ser…no podían ser…
- Sí pueden ser. He intentado decírtelo antes. Son reales.
- Pero tan grandes…es imposible. No puede ser.
- Sí, muy grandes. Pero ahora necesito que reacciones. ¿Me crees ya?
- No lo sé. Es imposible.
- Maldita sea, reacciona de una vez. Necesito que me creas de una maldita vez, ¿no te das cuenta de lo que supone esto?
- ¿Qué? ¿A qué te refieres?
- Joder, espabila doctora. Por si era poco problema un lobo gigante, ahora tenemos una manada entera. Son como mínimo diez. Ya has visto lo que puede hacer uno, imagina lo que hará una manada. Esto puede acabar muy mal como no hagamos algo. Me cago en la leche, ya estaba acojonado cuando creía que solo eran uno o dos, ahora con tantos no sé qué coño vamos a poder hacer. ¿Queda mucho para llegar a tu casa?
-¿Eh? No, no, unos cinco minutos.
- Bien. Tengo que llamar a una persona; y por nuestro bien espero que pueda hablar con él. 

sábado, 29 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 6

VI
Garellas es una pequeña aldea, como casi todas las de esta zona, a unos tres kilómetros de Soutelo. Está situada a un lado de la carretera que va hacia Forcarey. Casas de piedra y ladrillo con graneros y corrales de bloques de hormigón y tejados de uralita. No vivirán aquí más de veinte familias. No debería ser difícil encontrar a los Breogán. Paro el coche frente a una pequeña capilla de estilo románico que hay casi al final del pueblo, al lado de una carballeira, no creo que quepan en ella más de treinta personas. Estoy parado delante de la capilla, buscando con la vista a alguien a quien preguntarle por los cazadores cuando veo venir por un camino que sale del bosque a una anciana, debe tener más de ochenta años y camina encorvada bajo el peso de un enorme haz de leña que abulta más que ella. Casi no se la ve bajo tantas ramas. Cuando está llegando a mi altura me acerco a ella.
- Disculpe señora, ¿me podría usted indicar…?
- ¿Cómo dis?- Me interrumpe a grito pelado la mujer. Debe ser dura de oído. Asi que alzo un poco la voz mientras camino a su lado.
- Que digo si me podría usted…
- Filliño, como non fales mais alto non escoito nada.- Me interrumpe de nuevo la vieja. Levanto un poco más la voz.
- ¡Qué si me puede usted indicar…!- Me dirijo a ella a grito pelado. Si no me oye ya da igual, seguro que se ha enterado todo el pueblo.
- ¡Non fai falta que berres tanto, que non estou xorda!- Me interrumpe nuevamente la vieja. Me empieza a dar la impresión de que se está quedando conmigo.- Xa sei a quenes buscas, rapaz. Millor sería que marchases e os deixases en paz. Pero o teu jefe non te deixa, ¿verdad?
- ¿qué sabe usted…?
- Encontraralos ao final do camino.- Dice la anciana, señalando con la cabeza el sendero por el que ella apareció.
            Le doy las gracias y echo a andar por donde me ha indicado. Entonces me doy cuenta de que no le he dicho a quién buscaba. Me vuelvo pero la anciana ya no está, así que continúo caminando. El sendero se interna en lo profundo del bosque. Los viejo robles y castaños tapan casi en su totalidad el cielo, dejando pasar apenas un atisbo de luz solar, por lo que camino en penumbra. El olor intenso de la vegetación me embriaga, no estoy acostumbrado a tanta vegetación, es sobrecogedor. Continuamente oigo ruidos a mí alrededor, el bosque está vivo y vigilante. Llevo andando unos diez minutos cuando el camino se abre a un claro en el bosque, al fondo del cual hay una casa.
            Grandes paredes de piedra con pequeñas ventanas y contraventanas de madera por las que apenas debe de entrar luz. Un tejado muy antiguo a dos aguas, también de piedra. Según me acerco a la casa me extraña la ausencia de animales domésticos. En estas pequeñas aldeas lo habitual es que sean los perros de la casa los primeros en venir a darte la bienvenida, bien con un concierto de ladridos bien con algún mordisco más o menos amistoso. Aquí no hay nada de eso. Pero tampoco hay signos de la presencia de otros animales domésticos como  plumas de gallinas, excrementos de vacas o el peculiar aroma de los cerdos. Nada.
Cuando estoy llegando a la casa la gruesa puerta de madera de roble se abre y a través de  la oscuridad interior comienza a perfilarse una figura que se dirige hacia mí. Es un anciano que camina ayudándose de un grueso bastón de madera sin pulir. El anciano parece tener más de cien años, aun así tiene un abundante pelo blanco que le cae sobre los hombros. Me fijo en sus grandes orejas muy peludas y en su nariz aguileña que destaca en su rostro surcado de incontables arrugas. Sus ojos negros tienen un brillo vital que no concuerda con el resto. Es curioso.
- Hola, buenos días.
- Buenos días, ¿qué quería?- El anciano tiene una voz grave que parece provenir del fondo de una caverna. No parece muy amigable.
- ¿Es esta la casa de la familia Breogán?
- ¿Por qué lo pregunta?
- Verá quisiera hablar con alguien de la familia.
- Pues hable.
- ¡Ah! Entonces usted debe ser el señor Breogán.
- No. Ese es mi hijo. Yo ya soy muy viejo para gobernar la casa. Pero diga de una vez que anda buscando.
- Mire quería preguntarle si saben algo de los lobos esos que están intentando cazar.
- ¿Lobos?
- Sí, una manada de lobos que ha matado a dos personas. Me han dicho que están ustedes colaborando en las batidas de caza.
-No, eso no es cierto.
- ¿Disculpe?
- Le digo que eso no es cierto. Nosotros no hemos participado en ninguna batida de lobos. Eso es una salvajada. Nosotros no cazamos así.
- ¿Pero han salido ustedes a cazarlos o no?- El viejo está empezando a ponerme nervioso. Tiene una mirada… tal parece que el lobo fuera él.
- Sí. Bueno, yo ya no; pero el resto de la familia sí.
- Hombre, ya lo supongo.
- ¿El qué supone?- El comentario no le ha gustado.
- Pues que usted ya no caza. A su edad es lógico suponer que no pueda.
- ¿Ah, sí? ¿Es lógico suponerlo? Pues sepa usted que hasta el invierno pasado yo aún salía con el resto de la familia y seguía siendo muy bueno. Pero tuve un accidente y me escarallé la cadera, por eso me tengo que quedar aquí, cuidando de los críos mientras ellos salen a cazar. Además por desgracia mi olfato tampoco es el que era y a veces  me cuesta seguir algunos rastros.
No sé si el viejo dice la verdad o se está quedando conmigo. Con estos gallegos uno nunca puede estar seguro. Me parece increíble lo que me acaba de contar. Tengo mil preguntas que hacerle al anciano; sus palabras parecen desmentir lo que su aparentemente frágil figura me dijo al verlo. Intento apartar todo eso a un lado y centrarme en lo que me ha llevado hasta allí.
- ¿Y podría hablar con alguno de los cazadores?
- ¿Y eso?
- Pues me gustaría hacerles algunas preguntas.
- Qué pasa, ¿es usted policía?
- ¿Eh? No, no. Como le he dicho antes, solo quiero preguntarles acerca de los lobos que andan cazando.
- Pues si es solo eso, creo que yo también le puedo servir.
- ¿Y dónde están los demás, entonces?
- ¿Dónde piensa? Pues cazando, hombre.
- ¿Todos? ¿Las mujeres también?
- Si señor, son tan buenas cazadoras como los hombres de la familia. Bueno, y dígame, ¿Qué quería saber?
- Pues verá…es que no sé como…
- ¡Haber hombre!, ¡Arranque de una vez!, que no tengo todo el día.
- Está bien. ¿Por qué son tan grandes?
- ¿Quiénes?
- Los lobos.
- ¿Cómo dice?, ¿los lobos? , ¿cómo que grandes?
- Pues eso, grandes, enormes.- Hago un gesto con el brazo indicando la altura  de los animales.
- ¿Qué?, ¡pero no diga barbaridades, hombre!, ¡cuando se ha visto un lobo así de grande!- Aunque intenta disimularlo el anciano está visiblemente nervioso.
- Yo lo vi ayer tarde, si le sirve.
- ¿Qué? Pero eso es imposible, ¿Dónde lo vio?
- Cerca del molino de la Ponte Nova. Estaba echando un vistazo al lugar donde apareció el primer cadáver cuando lo vi. Es un lobo gris oscuro enorme, de casi dos metros de altura- el anciano me escucha con los ojos abiertos como platos mientras vuelvo a hacer un gesto con el brazo para indicar la altura del animal, está tan sorprendido que no consigue articular palabra, así que continúo.- Intentó atacarme, y ahora yo sería otro cadáver si no hubiera aparecido otro lobo un poco más pequeño y se hubiera enfrentado a él. Se pelearon un instante y luego el más pequeño salió en persecución del otro.
            El viejo se deja caer sobre un banco de piedra que hay al lado de la puerta de la casa. Tiene la mirada ausente y con el bastón da pequeños golpecitos en un costado del banco.
- Entonces es cierto- Murmura el anciano- ¡Ay, Elvia!, ¡qué estás facendo!, ¿non entendes que xa non o podes axudar?
- Perdone, ¿qué decía?
- ¿Eh? No, nada, nada. Mire, tiene que marcharse.- Y, sin decir un palabra más se mete en la casa y me cierra la puerta en las narices. Mientras me doy la vuelta le oigo gritar “¡Mabel! Tengo que…!”, el resto de la conversación se pierde en el interior de la casona.
            Voy de vuelta hacia la aldea caminado por el túnel arbolado que me había llevado hasta allí, cuando oigo un sonido que me hiela la sangre. Es el aullido de un lobo. Ronco, grave, prolongado y, lo que es peor, cercano. Muy cercano. Sin poder evitarlo, echo a correr por el camino. Solo puedo pensar en que lo tengo detrás, que ha vuelto para acabar conmigo de una vez por todas. No paro hasta que estoy delante del coche. Me subo y lo pongo en marcha, pero me tiemblan tanto las manos que casi no doy introducido la llave en el contacto. Estoy al borde de un ataque de pánico. Intento tranquilizarme un poco tras el volante cuando unos golpecitos en el cristal de la ventanilla me hacen pegar un grito y un salto. Mientras intento que el corazón no se me salga del pecho miro con miedo hacia la ventanilla. Es la anciana. La puñetera vieja de antes me ha dado un susto que casi me mata.
- ¿Atopaches o que buscabas, rapaz?- Y se ríe. Su risa es como un tenedor rascando una pizarra. Entonces se calla, me mira fijamente y continua.- Xa que andas atrás dos lobos sería millor que lle fixeras caso a o teu jefe e te puxeras o que te mandou.
            Sin pensarlo meto la mano en el bolsillo y saco el colgante que me ha mandado el señor J, me quedo mirándolo un instante y me vuelvo hacia la ventanilla de nuevo para preguntarle a la anciana como puede saber lo del colgante, pero tras el cristal no hay nadie. Me pongo el colgante y salgo de allí tan rápido como puedo.
            Cuando llego a Soutelo es la hora de comer. Como es Domingo la pulpeira está en el pueblo, así que decido comer pulpo. Pegada al mesón donde suelo comer se encuentra la Taberna dos Carteiros, y al lado es donde se instala la pulpeira. Le encargo una ración para tomar en la taberna y mientras espero pido una taza de albariño. Para tomar después del pulpo el camarero me recomienda los callos “Son la especialidad de la casa”, me dice, “los hace el dueño y llevan manitas de cerdo en vez de tripa; tiene que probarlos”. Así que pido callos de segundo, y unas filloas de postre. Cuando acabo le digo al camarero que felicite al dueño por los callos, estaban exquisitos. Salgo y le devuelvo a la pulpeira el plato de madera donde sirve el pulpo, después me encamino al hotel, tengo mucho en que pensar.
            Por la tarde hago algo de tiempo dando una vuelta por el pueblo. Paseo por el parque y la plaza dedicados al Gaiteiro de Soutelo, tomo un café en un viejo y cochambroso bar que hace tiempo fue una gasolinera en la que creció y trabajó el Gaiteiro. Continuo mi paseo y llego hasta el viejo pazo que hay escondido tras unos altos muros de piedra; por lo que me han dicho no hay otro igual en toda Galicia. Es de estilo modernista, con  cuatro plantas que se erigen alrededor de grandes terrazas, escaleras exteriores y grandes ventanales; finalizando en una terraza coronada con una cúpula que haría de quinta planta. A media tarde ya me he recorrido el pueblo de cabo a rabo y no sé qué hacer; estoy harto de darle vueltas al asunto, pero no consigo sacar nada en claro.
Veo que la biblioteca está abierta, lo cual me extraña siendo Domingo, pero al acercarme compruebo que es porque en la entrada han montado una pequeña feria del libro donde puedes comprar, vender o intercambiar libros. Picado por la curiosidad y por mi alma de lector infatigable y empedernido me acerco a curiosear entre los ejemplares expuestos. Hay de todo: novelas, ensayos filosóficos, tratados de historia y libros infantiles juntos en una curiosa armonía. Libros recién comprados y otros tan viejos que parecen deshacerse entre los dedos. Leo título tras título buscando algo interesante, pero muchas de las obras están en gallego y aunque ya lo entiendo bastante bien no me atrevo a comprar ninguno. Cuando me doy cuenta llevo casi dos horas leyendo un poco de aquí y de allá bajo la mirada de disgusto de la bibliotecaria y sus continuas tosecillas de descontento, puesto que aún no he comprado nada. Me dispongo a abandonar la búsqueda infructuosa de alguna novela interesante cuando mis ojos se entretienen con el título de un antiguo volumen encuadernado en cuero “Antiguas Leyendas Celtas y Gallegas”. Sin saber muy bien por qué cojo el ejemplar y empiezo a ojearlo sin demasiado interés hasta que llego a una página con el dibujo de una criatura medio hombre medio bestia cuyo rostro se parece mucho al colgante que me envió el señor J. Al pie de página una única palabra “Lobisome”. Cierro el libro, le pago a la bibliotecaria lo que pide por él y salgo a la calle.
Me siento en un banco del parque y leo el texto que acompaña a la ilustración del lobisome. Cuando termino cierro el libro y veo que mis manos tiemblan otra vez. No me extraña. No son lobos lo que intentan cazar los vecinos del pueblo. Son lobisomes. Hombres lobo. Según las leyendas gallegas se trata de una maldición, eso no sería tan grave. Pero si hacemos caso a la mitología celta más antigua y oscura se trata de una raza de cazadores, los mejores cazadores y los más peligrosos; nunca se rinden y nunca pierden una presa. Mierda, estoy jodido. No, estamos jodidos, los aldeanos y yo. Esto puede acabar en una masacre tremenda, y no  tengo ni idea de cómo evitarlo. Saco mi arma y la miro con desesperación, si las leyendas son ciertas dispararles con ella no les hará nada, salvo cabrearles. Lo único que puede dañarles es la plata. Y yo solo tengo una pistola y la mierda de colgante que me ha mandado el señor J.
            Agarro el colgante para arrancarlo de mi cuello y en ese momento me doy cuenta. Es de plata. Y tiene la forma del rostro de un lobisome. Maldito señor J. Él lo sabía. Y me mando aquí sin decirme nada. Cabrón bastardo. Siempre me hace igual, pero hasta ahora nunca me había metido en una así. Supongo que si me ha mandado el colgante será por algo, alguna utilidad ha de tener. Mejor lo conservo.
            De vuelta a la pensión subo a mi habitación y me pego una ducha, me cambio de ropa y salgo hacia el mesón. Espero que la doctora Domínguez no tarde mucho en llegar, tengo que hablar con ella, aunque dudo que se crea lo que le voy a contar.

jueves, 27 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 5

V
Me levanto temprano, harto de dar vueltas en la cama. Apenas he dormido. Esta noche las pesadillas habituales se han visto desplazadas por unos ojos negros inyectados en sangre y unos colmillos enormes y afilados que me desgarraban la carne como si fuera mantequilla. Me pego una ducha rápida, me visto y salgo hacia el mesón para desayunar algo.
Estoy tomando un café en la barra y escuchando la cháchara intrascendente de los habituales mientras espero mi tostada con jamón. De pronto me doy cuenta de que el murmullo ha bajado de intensidad, haciéndose más confidencial. Levanto la vista del café para ver que ocurre. Se ha formado un corrillo de hombres alrededor de un paisano bajito y delgado, casi calvo que, en voz baja, da explicaciones a los demás. No consigo enterarme bien de lo que hablan así que me acerco con disimulo al grupito y afino el oído.
-… e tamén duas vacas mortas nun prado de Millerada frente a igrexa. Destripounas dende o pescozo ata as tetas.
- ¡Me cago no demo! Esto no puede seguir así. Tenemos que hacer otra batida hoy mismo.-el que habla es un hombre de unos setenta años, de más de metro noventa, flaco, con nariz aguileña y un enorme bigote debajo que le oculta por entero la boca.-Antes de que maten todas las vacas o a alguien más.
- Y los de Garellas, ¿consiguieron algo?- pregunta bastante alterado un hombretón con nariz de patata llena de venitas rojas. Lleva una copa de orujo en la mano y tiene la voz ronca como la grava.
- Nada. Llevan toda la noche de caza y nada. Perdieron el rastro. Son unos bichos muy listos esos cabrones, tal parece que borraran su rastro.
- Pues si ellos no son capaces de dar con los lobos, estamos jodidos.- dice con voz acobardada otro del grupito. Este es bastante más joven que el resto, no llegará a los cuarenta. Piel curtida por el sol, ancho de hombros, pelo rubio.
- ¿Y eso por qué?- pregunta el más alto
- Hombre, ellos son los mejores cazadores de la zona y si no son capaces ellos, pues…
- ¿Pues qué? No digas chorradas – interrumpe nariz de patata, cada vez más alterado.- Avisad a los demás y nos vemos aquí a las doce. Y si los tocapelotas de los ecologistas intentan algo se les plantan un par de ostias y asunto arreglado.
- Coño, Edelmiro, tampoco te pases - el que acaba de intervenir es Sebas, el dueño del mesón, desde detrás de la barra.
- ¿Cómo que no me pase? Hay una manada de lobos por ahí comiéndose a la gente y a nuestras vacas y todavía vienen esos gilipollas a defenderlos. Una somanta de palos es lo que se merecen, hombre.
Mientras dice esto sale por la puerta, seguido del resto del grupo y dejan a Sebas recogiendo tazas de café y varias copas de los que les gusta empezar fuerte el día. Yo continúo con mi café, aunque ya está frio. Pido otro para tomar algo caliente acompañando a la tostada. Aprovecho que el mesón está vacío para hablar con Sebas.
- Oye, ¿de qué hablabais antes?
- ¿Quién? ¿Nosotros?
- Sí, hombre, el grupillo que tenías antes aquí formado. Estabais un poco alterados ¿no?
- ¿Nosotros? ¡Qué va!
- ¡Venga ya! Algo ha tenido que pasar para que estuvierais así.
- Bueno, sí que paso algo, sí.
- Cuéntame.
- Pues que hoy han encontrado dos vacas muertas en Millerada, un pueblo cerca de aquí. Las han destripado y creemos que han sido los lobos.
- ¿Dos vacas? Joder, pues sí que tenían hambre.
- Ya ves. Si mataron dos vacas es que debe ser una manada grande.
- Ya. O un lobo muy grande.
- Sí, claro- me mira de reojo con mala cara.- Mira, la gente está bastante alterada con este asunto como para que encima venga alguien de fuera haciendo bromas.
- No lo decía en broma. Oye, otra cosa, ¿Quiénes son los de Garellas que comentabais?
- ¿Quiénes?- Aun está intentando asimilar lo del lobo grande.
- Los de Garellas.
- ¡Ah, sí! Son una familia de allí que tienen fama de ser los mejores cazadores de toda la región. Desde luego como rastreadores seguro que son los mejores.
- Sin embargo esta vez parece que no han tenido suerte, por lo que os he oído comentar.
- Pues sí. Y ya es raro ¿sabes? Cuando salen a cazar algo siempre lo consiguen, da igual el animal que sea. Claro que también es verdad que nunca han salido en una batida de lobos.
-¿Y?
- Coño, pues que el lobo es un animal muy listo. Sabe escapar, sabe esconderse, hasta saben borrar su rastro. Y si intentas acabar con los lobatos en su madriguera, cuando llegas la madre ya se los ha llevado a otro lado. Lo que te digo, son muy listos. No es como cazar a un pobre ciervo asustado o a un jabalí furioso que solo sabe atacar. El lobo es cazador, sabe cómo piensan los otros cazadores…y eso lo hace muy peligroso.
- Bueno es saberlo.
-Oye, por cierto, tendrás que buscar otro sitio donde comer hoy.
- ¿Y eso?
- Ya oíste antes. Va a haber batida.
- No sabía que tú cazabas.
- ¿Yo? No, no soy cazador. Pero hoy vamos a ir casi todos los hombres del pueblo. Tenemos que acabar pronto con esto, antes de que la zona coja mala fama y los negocios se resientan. Ya sabes que dentro de poco es la fiesta del cogumelo y tenemos miedo de que si esto no se ha solucionado no venga nadie.
- Ya, claro. Y encima con lo que le pasó al señor Fontán. Qué mala suerte el hombre.
- Pues sí. Según dijo la policía el pobre tenía un cesto lleno de boletus. Que desgracia. Como la gente se entere de que lo mataron mientras recogía setas, no va a venir ni Dios a la fiesta.
- Esperemos que no sea para tanto. Bueno Sebas, gracias por el café y la charla. Voy a seguir con lo mío.
            Mientras voy de vuelta al hotel me pregunto qué harían el grupo de cazadores si supieran cuál es su verdadera presa. Supongo que la mayoría se quedarían en sus casas, pero no todos; Edelmiro “nariz roja” seguro que no, su bravuconería y el alcohol le harían coger la escopeta igualmente y le llevarían a morir entre los dientes de esos lobos monstruosos. Creo que iré a hacerle una visita a la familia de cazadores de Garellas, quizás ellos puedan ayudarme con esto. Pero si nunca han salido en una batida no sé si sabrán mucho de lobos, ya veremos. Ya en mi habitación recojo mi arma y algo de munición y antes de salir agarro el chaquetón verde oliva porque el día ha amanecido nublado y no creo que acabe sin que llueva. Bajo a recepción con la intención de pedirle a Dulcina que me explique cómo se llega a Garellas y preguntarle que me puede decir de la familia de la que me ha hablado Sebas; pero cuando me ve sale rápidamente a mi encuentro, tiene la cara descompuesta y está muy nerviosa.
- Menos mal que le encuentro, ahora iba a subir a su cuarto a buscarle.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
- Han llamado preguntando por usted. Primero un policía y luego una doctora. ¡Ay meu Deus!
- La doctora Domínguez, y el otro habrá sido el inspector Darriba. ¿Le han dicho que querían?
- Quieren que vaya usted al campamento que hay al lado de Forcarey. Han encontrado otro muerto. ¡Ay qué desgraza!
- Mierda, ¿otro más? ¿Y dónde queda el campamento ese?
- Venga, ya le indico yo como se va.- A duras penas puede contener las lágrimas, pero consigue explicarme que el campamento se encuentra muy cerca de Forcarey, siguiendo la carretera hacia Silleda y que es un campamento de verano para chavales, por lo que ahora está cerrado. De todos modos llevo el gps del móvil así que espero no perderme. Cuando estoy saliendo por la puerta me llama de nuevo.
- Con los nervios casi se me olvida. Tenía usted correo.
- ¿Cómo dice?
- Si, que había un sobre para usted en el casillero de su habitación.- Me alarga un sobre. En el anverso vienen mi nombre y la dirección del hotel, pero no trae sello, ni remitente.
- ¿Quién se lo dio?
- Nadie, como le he dicho estaba en su casillero cuando llegué hace un rato.
Es extraño. Abro el sobre mientras me dirijo al coche. Dentro hay una nota y algo más. Una figurita tallada, parece una pequeña máscara, vagamente humanoide, con grandes orejas puntiagudas, ojos enormes y dientes afilados. Un cordón de cuero atraviesa los ojos; es un colgante. Me lo guardo en el bolsillo del pantalón y echo un vistazo a la nota mientras subo al coche. “Llévalo encima, podría hacerte falta. Sigue así, lo estás haciendo bien. J.”
Esto aclara el misterio de la procedencia de la nota. El señor J. Tan críptico como siempre. Arranco el coche y salgo hacia Forcarey. Por los altavoces suena Springsteen y vuelvo a recordar como conocí al señor J. Aquel maldito caso del asesino del espejo. La prensa no supo nunca cuánta razón tenían al ponerle ese nombre. Ni la prensa ni nadie. Aquel maldito demonio había poseído el cuerpo del conocido empresario Alfredo Martín Sepulveda. Alfredito.  Éramos amigos desde niños. Y aquella maldita aberración lo había utilizado para matar durante años. Había que detener aquello, pero yo no tenía valor para acabar con mi antiguo amigo; entonces apareció el señor J y me salvo la vida y atrapó al monstruo. Alfredo murió. O por lo menos su cuerpo, según me explicó el señor J su alma se había perdido hace años, cuando dejó entrar al demonio de los espejos. No conseguí que nadie me creyera en comisaría, me tomaron por loco. “Estrés laboral” fue el diagnóstico del psiquiatra que tuve que visitar. Estuve seis meses de baja y cuando me reincorporé la situación empeoró. Todo el mundo me trataba como si me fuera a romper. Y la investigación interna tampoco ayudó. No consiguieron esclarecer cual fue la causa de la muerte de Alfredo, pero todos me consideraban a mí responsable; aunque no llegaron a presentar cargos me relegaron a un trabajo de despacho. Así que cuando un día apareció el señor J y me ofreció trabajo no le costó mucho convencerme. Y menos después de explicarme en qué consistiría y cuanto me iba a pagar. Acepté sin dudarlo. Tenía una familia que mantener.
Cuando vuelvo a la realidad estoy llegando al campamento.  Aparco al lado de uno de los coches de la policía y cruzo un estrecho puente sobre el rio Lerez, el campamento está del otro lado. Me dirijo a la entrada, donde se encuentra la zona de deportes, aquí se puede jugar al baloncesto, futbito e incluso hay una zona para practicar escalada, es esta última la que se encuentra acordonada y donde está trabajando la doctora Domínguez. Al fondo hay varios edificios de piedra que será donde están situadas las camas, las duchas, los comedores y demás, así como una gran piscina donde se encuentra el inspector Dominguez junto con algunos agentes; veo que también hay una zona para acampada. Me dirijo hacia la doctora, está agachada sobre algo que parecen los restos de un cuerpo, recogiendo muestras y tomando fotos. Al cabo de unos minutos se incorpora y, al verme, me hace gestos para que me acerque. Un agente de la policía local, más blanco que una vela y con pinta de haber vomitado hasta la comida de ayer, me levanta la cinta policial para que pase.
- Venga, venga. Esto le va a gustar.- Me dice la forense con sorna.- Ha aparecido otro cuerpo devorado. Eche un vistazo.
Parece que la doctora encuentra muy divertido observar cómo se le revuelve el estómago al personal cuando ven el cuerpo.  Camino lentamente hacia ella y con cada paso voy advirtiendo nuevos detalles del estado del cadáver. Es horrible. Pecho y abdomen han sido desgarrados y, por lo que veo, han devorado la totalidad delos órganos internos. Brazos y piernas son poco más que huesos rotos con jirones de musculo y piel aún adheridos. Y le falta la cabeza. Intento con todas mis fuerzas contener las arcadas y no vomitar allí mismo. A duras penas lo consigo.
- ¿Se encuentra Bien?- Pregunta la doctora con gesto de preocupación. Ha debido notar, por el color verde de mi cara, que me pasa algo. Está disfrutando de mala manera, la condenada.
- Sí. Perfectamente. ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Usted qué cree? Otro muerto. Avisaron esta mañana, temprano. Al parecer alguien vio un coche que parecía abandonado en el cruce para Forcarey y cuando vio la sangre fue corriendo dar parte a la policía. Tenía que haber visto como estaba el coche, pero ya se lo han llevado al laboratorio; tenía el capó hundido, las dos ruedas delanteras reventadas y le faltaba la puerta del conductor, además el asiento estaba encharcado de sangre.
- ¿Cómo que faltaba la puerta del conductor?
- Pues eso, que no estaba. La habían arrancado y apareció entre unos arbustos a diez metros del coche, estaba destrozada.
-¿El coche era el del cadáver?
- Supongo que sí. Los agentes se limitaron a seguir el rastro de sangre. Acababa aquí. Parece que esta vez tenía hambre. Apenas ha dejado nada. Y la cabeza tampoco ha aparecido
- Y dígame doctora, ¿Qué cree que ha sido? ¿Un lobo?
- Espero que no. Porque si fue un lobo debe ser gigantesco.- Si supiera lo cierto que es eso que acaba de decir.- Además un lobo no podría hacer esos destrozos en el coche.
- Mire, ¿ve esa herida?- me señala el abdomen de la víctima- Por lo que he comprobado hasta ahora esa herida es resultado de un mordisco.
- Vale. ¿Y?- De momento es mejor que me haga el tonto, haber si consigo sacar algo en claro de todo esto.
- ¿Pero no lo entiende? Un único mordisco, joder. Y ahora dígame si ha visto usted alguna vez un lobo tan grande como para hacer esto.
No puedo decírselo. No lo creería. Cambio de tema.
- ¿Y saben ya de quién se trata? Porque sin cabeza…
- Ya. Pero hemos tenido suerte y hemos encontrado la cartera en un bolsillo de lo que queda de los pantalones. Es Abraham Quintero, un ingeniero que trabaja en el polígono industrial de Soutelo, y además vive allí cerca. Seguro que ha pasado por delante de su casa cuando venía hacia aquí. Es una casa blanca de planta baja con una finca enorme alrededor, como a un kilómetro y medio de Soutelo.  
- Ahora no caigo, pero lo comprobaré. ¿Sabe ya algo sobre la hora de la muerte?
- Poco, la verdad, porque apenas ha quedado nada con lo que trabajar. Pero sí le puedo decir que el ataque se produjo hace doce horas como máximo.
- A última hora de la tarde de ayer.
- Exacto. Mire, en cuanto pueda trabajar con los restos en el laboratorio tendré una hora más exacta.
- Perfecto. ¿Me hará el favor de avisarme cuando sepa algo?
- No hay problema. Pero mire, mejor le veo esta noche en Soutelo, en el mesón, y le pongo al corriente de todo mientras tapeamos.
- De acuerdo.- Esto sí que no me lo esperaba.- Espero que tenga novedades que contarme. Si me disculpa, voy a saludar al inspector.
Me encamino hacia la piscina pensando en el estado del cadáver y en mi encuentro de ayer por la tarde. Podría haber sido yo. Entonces me acuerdo de los arañazos en los árboles. La zona donde se encuentra el cuerpo está despejada, no hay árboles a menos de diez metros. De todos modos busco con la mirada entre las ramas de los más cercanos. Y ahí están, las dos series de arañazos, en un par de árboles cercanos a la zona de escalada. También veo algo más.
- ¡Inspector!- Mi llamada repentina le sorprende y da un respingo. También se han sorprendido la doctora y el resto de agentes, todos me miran. El inspector Domínguez se recompone y se dirige hacia mí con cara de cabreo. El resto vuelven a lo suyo entre cuchicheos.
- Buenos días. Oiga, una cosa es que le ofrezcamos nuestra colaboración y otra es que nos falte al respeto de esta manera. ¿Usted cree que esa es manera de llamar a un oficial de la policía? Le voy a decir una cosa…
-Inspector, cállese un momento. No pretendía faltarle al respeto. Sólo quiero que vea una cosa.- Señalo hacia los árboles.
- ¿Que quiere enseñarme? Yo no veo nada.
-Arriba inspector, entre las ramas. Fíjese bien.
- No sé a qué se…¡Manda carallo!- Ahora ya la ha visto.- ¡Albertito!¡Agente Portos!¡Pero corra, coño!- El agente Portos es alto y flaco como una flauta, le sobra uniforme por todos lados y con los gritos del inspector corre trastabilleando hasta llegar a nuestra altura.
- Señor.- Se pone firme temblando, está colorado por la carrera y la vergüenza.
- ¡Ni señor ni leches! ¿Dónde coño habéis estado buscando la cabeza? ¿Y cómo la habéis estado buscando? Haga el favor de llamar a la central y que manden a alguien con una escalera para bajarla de ahí arriba.- El inspector dispara las palabras sin hacer pausas mientras adelanta la cabeza hacia su subalterno, que retrocede acobardado, debe tener miedo de que el viejo mastín le lance una dentellada.
- Sí señor.- El agente levanta la mirada hacía la cabeza y se pone más blanco que una vela; se da la vuelta y sale corriendo hacia unos arbustos para vomitar.
- Pero, ¿Cómo sabía usted que estaba ahí?- pregunta el inspector.
- No lo sabía, la he visto por casualidad.
- Carallo con la casualidad.   
-Pues sí. Mire inspector, quería preguntarle acerca de una familia de Garellas que me han comentado son los mejores cazadores de por aquí. ¿Los conoce?
-¿A los de Garellas?
- Sí, inspector. De Garellas. Cazadores.- Esta manera de ser de los gallegos, respondiendo con otra pregunta me pone nervioso.
- Sí, ya se a quienes se refiere; la familia Breogán. Buena gente, aunque un poco reservados. ¿Y qué quiere de ellos?
- Bueno, he oído que habían salido de caza sin mucho éxito, intentando abatir a los lobos que han hecho esto. Quisiera charlar con ellos sobre el asunto.
- Pues que tenga suerte, como le he dicho, son bastante reservados. No se relacionan apenas con los vecinos, así que no creo que le digan a usted nada.
- Bueno, no crea, puedo ser muy persuasivo si hace falta.
- No, con esta gente no hay persuasión que valga. Va a darse el paseo para nada.
- Ya veremos. Hasta luego inspector, que tenga un buen día.
- Igualmente.
            El inspector se da la vuelta y se dirige hacia sus hombres con paso decidido. Me temo que les va a caer una bronca de cuidado. Paso de nuevo junto a la doctora y me despido con la mano, ella me contesta con un gesto, recordándome la cita de esta noche. Subo al coche y me pongo en marcha hacia Garellas.
No sé si el inspector se habrá tragado lo de la casualidad, pero no tengo ganas de quedarme todo el día en comisaría explicándole lo que buscaba realmente. No iba a creerme. No se lo creería nadie. ¿Quién iba a creer que ese destrozo lo hizo un lobo gigante? Quizás la doctora, pero lo dudo, aunque tenga la evidencia delante, resulta difícil de creer. Casi no  me lo creo ni yo, y eso que casi me mata. Pero si es un lobo, ¿cómo coño hace para subir a esa altura y saltar de un árbol a otro? Hay algo en todo esto que no encaja, y de momento no tengo idea de que puede ser. Espero que la gente que voy a visitar, la familia Breogan, me ayuden a aclarar un poco todo este lío.