viernes, 21 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capítulos 1 y 2


I.

            Llueve. No para de llover. Llevo aquí dos días y no ha dejado de llover ni un segundo. Pero a la gente parece no importarle; estoy sentado en una mesa de la cafetería de la pensión y a través de la cristalera veo en la calle que la gente hace su vida sin importarles la lluvia. El pueblo en cuestión se llama Soutelo de Montes. Casas de piedra con tejados de tejas rojas o de pizarra negra a ambos lados de la carretera que va de Orense a Pontevedra; hay algunos bares, restaurantes y tiendas. Igual a tantos otros. Sin embargo Soutelo es muy conocido en toda Galicia ya que aquí nació el artista más grande que ha parido esta singular tierra. Avelino Cachafeiro, el Gaiteiro de Soutelo. Pero no es su música lo que  me ha traído hasta este pequeño rincón del interior de Galicia.
            Dos días y aun no tengo nada. Ya me advirtieron sobre eso. Que me costaría conseguir información. La gente de aquí es reservada. Y, para ser sinceros, el tema tampoco es agradable. Lo único que he averiguado hasta el momento es que el cadáver del señor Fontán apareció parcialmente despedazado cerca de aquí, después de que saliera a buscar cogumelos; parecía haber sido atacado por algún animal salvaje.
            A la policía local le ha tocado el gordo, pero en el mal sentido. Se sospecha que haya podido ser un lobo, o una manada, y los vecinos andan bastante exaltados por el tema; se oyen rumores de batidas de caza para acabar con todos los que encuentren, así que la Consellería do Medio Rural de la Xunta de Galicia, por medio de la Dirección Xeral de Conservación da Naturaleza está metiendo también las narices en el asunto. Y para acabar de rematar el asunto, varios grupos ecologistas han decidido organizar movilizaciones en defensa del lobo aquí, en el pueblo. Aún me pregunto que coño pinto yo en todo esto.
            Espero que mañana cambie mi suerte y pueda sacar por fin algo en claro. Por la mañana tengo cita con el inspector Darriba, de la policía local y con la forense.
            Empieza a oscurecer; creo que me voy a armar de valor y saldré a la calle para ir a cenar algo. Más abajo en la calle hay un mesón llamado “Pan de Soutelo” donde ponen unas tapas bastante decentes y además tienen un albariño casero cojonudo, aunque lo que le ha dado la fama son sus sensacionales bocadillos de jamón y su pan, de ahí el nombre.

II.

            Sigue lloviendo. De todos modos el trayecto en coche hasta Forcarey se me hace corto porque el paisaje es asombroso; todo verde hasta donde alcanza la vista, prados y carballeiras de un verde exuberante y casitas diseminadas aquí y allá. Cuando llego al pueblo me dirijo directamente al ayuntamiento, donde también se encuentran las dependencias de la policía local. El oficial de la entrada me indica el camino hasta el despacho del inspector. Llamo a la puerta y una voz me indica que pase. El despacho no es precisamente grande. Mobiliario estándar de oficina, un par de archivadores pegados a una pared y una ventana en la de enfrente, una pantalla de ordenador con su teclado y su ratón encima de la mesa y un montón de papeles y carpetas ocupando todo el espacio disponible y una foto del Rey en la pared de detrás de la mesa. El inspector Darriba es un hombre grande, alrededor del metro noventa y con un abdomen que indica que sus tiempos de atleta quedaron atrás hace mucho. Me tiende la mano y me da la bienvenida con una voz ronca típica del que empieza el día con un lingotazo de algo fuerte.
- Bueno, bueno. Así que quería usted saber algo sobre el caso del señor Fontán. ¿Y eso?
- ¿Perdón?
- Si hombre, que a qué debemos este interés, ¿era conocido suyo o algo?
- No. Yo no lo conocía. Y mi interés no es personal. Me han enviado aquí para averiguar que le pasó.
- Ajá. Pues su patrón debe ser alguien importante. Ayer, antes de hablar con usted por teléfono, el capitán me llamó a su despacho; al parecer alguien de arriba quiere que le ayudemos a usted en todo lo que podamos. Nunca había visto al capitán tan nervioso. Entre usted y yo, es un poco tocahuevos el capitán, pero es buena persona. Así que dígame, ¿quién manda en usted?
- Me temo que eso es confidencial. Disculpe pero ¿me está interrogando? Porque no le veo ningún sentido a esto.
- ¿Cómo? No, por Dios, no. Es curiosidad. Verá, no acabo de ver claro el que le manden a usted a averiguar que le ocurrió al difunto señor Fontán cuando ya ha quedado claro que fue atacado por un animal salvaje. Un encuentro desafortunado.
- Ya, bueno, pero aun así comprenderá usted que tengo que ganarme mi sueldo. A mí me han pedido que venga e investigue así que yo vengo e investigo. No quiero molestar ni meterme en su trabajo, pero algo tengo que hacer. Y espero que pueda usted ayudarme en algo porque de momento no tengo nada.
- Ya, ya.- El inspector empieza a mostrarse inquieto, no le agrada saber que yo voy a seguir rondando por allí.- Mire tengo a los de la Xunta por un lado y a los ecologistas por otro dando por saco. Lo último que necesito es que venga usted también a meter las narices donde no le llaman.
- Bueno inspector, por eso no se preocupe, ni sabrá que estoy aquí. Y bien, ¿puede darme algo? ¿Algo que no haya salido en la prensa?
- ¿Cómo? No, no. Mire a la prensa ya le dimos todos los detalles. A fin de cuentas, aunque fue algo desagradable, el caso no tiene nada de particular.
- Si, eso ha quedado claro. Dígame inspector ¿ocurren muchas muertes por ataque animal en esta zona? Se dice que hay lobos y jabalíes por aquí, así que debe ser frecuente.
- Pues que yo recuerde no mucho. Heridas producidas por animales sí, además esta es zona ganadera, ya sabe. Pero muertes no, que yo recuerde, por lo menos en los últimos diez años.
- ¿Y no le parece extraño?
- ¿El qué?
- Pues que no haya habido ningún fallecido por ataque animal en los últimos diez años y ahora, de repente… 
- ¿A usted sí? Mire ya le he dicho que es frecuente que haya heridos, no solo por el ganado, también en las cacerías. Los jabalíes son animales peligrosos y todavía más si se sienten acorralados o están heridos. Y de los lobos mejor ni hablamos. Tarde o temprano tenía que ocurrir algo así. No le de más vueltas ¿entiende?- Esta claro que por ahí no voy a conseguir nada más, lo intento por otro lado.
- Sí, ya veo. Mire, otra cosa que quería preguntarle, ¿podría indicarme donde queda el lugar en el que encontraron el cuerpo? Me gustaría ir a echar un vistazo, ya sabe.
- Sí, hombre, como no. Me dijo que estaba usted alojado en la pensión de Soutelo, ¿no es así?
- Pues sí.
- Bien, entonces le queda cerca. Mire, a la salida del pueblo en dirección Pontevedra tiene usted que tirar por la carretera vieja, “las siete revueltas” le llaman, porque tiene muchas curvas en un tramo muy corto.- El inspector se mostraba algo más relajado ante la posibilidad de librarse de mi.- Bueno, pues cuando cruce un viejo puente de piedra, la Ponte Nova, verá un molino a mano derecha. Bien, pues en el río al lado del molino es donde encontraron el cadáver. ¿Lo entendió? No es difícil.
- Sí, creo que lo tengo claro. Más o menos.
- Y si no le pregunta a cualquiera del pueblo, todos conocen el sitio.
- Estupendo. Oiga y no sabrá usted donde vive la persona que encontró el cadáver.
- ¿Quién? ¿Delmito? ¿Para que quiere hablar con él?
- Solo quiero que me cuente lo que vio. Según la prensa estaba en estado de shock al lado del cadáver y repetía la misma palabra una y otra vez…
- Lobo- concluyó por mí el comisario-. El muy jodido. Por su culpa tengo todo este follón encima.
- ¿Podría decirme donde vive?
- Si, claro. En La Devesa. Le queda de camino cuando vuelva a Soutelo. Es una Aldea pequeña que está después del desvío para Garellas, otro pueblecito de la zona, está a unos tres kilómetros de Soutelo. Pero no sé si lo encontrará ahí; tengo entendido que lo llevaron a Pontevedra, al Hospital Xeral. De todos modos si habla con él procure tener cuidado y no alterarlo mucho, es un hombre de salud delicada, ya ha tenido dos infartos hace unos años. ¿Me hará ese favor?
- Por supuesto, no se preocupe. Bueno, inspector, gracias por su ayuda. Y ahora si me disculpa tengo que ir a ver a su forense.
- Bien, bien. Salúdela de mi parte. Y no se meta en líos, ¿de acuerdo?
            Salgo del minúsculo despacho con la impresión de que sigo igual que antes de entrar. Lo único que me ha quedado claro es que al inspector Darriba no le hace demasiada gracia tenerme por aquí husmeando, ni pizca de gracia. Aunque lo disimula bastante bien.  Espero tener más suerte con la doctora Domínguez, la forense. Me dirijo a su despacho. Se encuentra en el sótano y es prácticamente idéntico al del inspector, pero más ordenado.
La puerta del despacho esta abierta, así que asomo la cabeza dentro.
- Buenos días, ¿la doctora Domínguez?
- Lo siento, hoy no es día de consulta. Vuelva mañana, por favor-. Ni siquiera aparta la mirada de la pantalla del ordenador. La forense ronda los cuarenta, menuda, delgada, pelo corto, moreno y ojos color miel. No es lo que me esperaba. Para nada.
- No, mire, yo quería hablar con usted por otro motivo. Es por el señor Fontán.
- ¿Cómo? ¿Quién es usted?
- Hablamos por teléfono ayer, ¿se acuerda? Estoy investigando las causas de la muerte del señor Fontán.
- Ah, ya. Perdone, es la costumbre. Así que las causas de la muerte. Pues mire, según parece murió por el ataque de algún animal salvaje.
- Sí, eso ya lo he oído. Pero esperaba que usted pudiera darme una información mas concreta.
- Ah, ¿quiere algo mas concreto? Pues mire, la víctima falleció a consecuencia de las heridas producidas en cuello y tórax. Tenía el cuello desgarrado y el tórax destrozado de un zarpazo. Además tenía un brazo seccionado, bueno, más bien arrancado a la altura del hombro. ¿Le parece mejor así?- Esta tratando de impresionarme, de intimidarme, pero no voy a caer tan fácilmente. Estoy acostumbrado a los datos desagradables. Mi estomago aguanta lo que le echen.
- Mucho mejor.- Tranquilidad total, estomago de acero.- Entonces, ¿cree que fue un lobo?
- ¿Esta de coña? Mire, por el tamaño de las heridas tendría que ser un lobo más grande que un buey, o una manada de lobos enormes. No, parece más bien cosa de un oso, lo cual es muy extraño.
- ¿Por qué? 
- Porque no hay osos por esta zona. ¿Pero de donde viene usted? De aquí no es, está claro, no tiene acento.
- Vengo de Madrid. Y según tengo entendido las últimas poblaciones de osos de la península se encuentran en Asturias -. Gracias documentales de la 2.
- Muy bien, señorito de la capital. Debo reconocer que yo tuve que preguntarle a un amigo zoólogo. Y las últimas poblaciones son mas bien unos pocos ejemplares sueltos. Pero hace ya mucho tiempo que no hay osos en Galicia.
- ¿Y no podría ser de un circo?
- No. Ya lo hemos investigado. En esta época del año están todos por el sur. Por el clima, ya sabe.
- Ya. ¿Y de un particular?- Me está impresionando, por fin alguien que parece hacer bien su trabajo y que no le importa compartir la información.
- Tampoco. Nadie tiene un oso que nosotros sepamos en un radio de doscientos kilómetros. Y antes de que lo pregunte, nadie ha echado de menos un oso en los últimos días.
- Vale, nada de osos entonces.
- Nada de osos.
- Y si no fue un oso, ¿qué pudo ser?
- No tengo ni idea. Yo he concluido con mi parte de la investigación y he presentado el informe pertinente al inspector Darriba, informando de que no hay datos suficientes para saber que animal fue el responsable del ataque. Ahora ya es cosa de la policía o de la gente de la Xunta encontrar al animal.
- Pero si no fue un oso, ni un lobo, ¿qué otro animal puede haber echo esto? ¿Un jabalí?
- ¿Qué? No. Oiga, no tiene usted ni idea de animales salvajes, ¿verdad? - Ahí me ha pillado, era absurdo negarlo.
- Estoy aprendiendo sobre la marcha, y aprendo rápido, no se preocupe. ¿Por qué lo dice?
- Bien, mire, para empezar un jabalí tiene pezuñas, no zarpas, con lo cual no podría haberle producido estas heridas en el tórax.- Me enseña las fotos, en una de ellas pueden verse  cuatro heridas longitudinales que van desde el hombro izquierdo hasta el flanco derecho, por debajo de las costillas. Otra es una imagen del cuello, desgarrado, le han arrancado parte de la garganta y pueden verse las vértebras.- Y como supondrá, un jabalí no suele hacer esto, son principalmente vegetarianos.
- Y para acabar de rematarlo -continua la doctora con cara de fastidio- las muestras de pelo que encontramos no han servido de nada.
- Perdón, ¿cómo dice?, ¿Qué muestras?
- Verá, encontramos un pequeño mechón de pelo en una de las manos del cadáver. Pensamos que se lo habría arrancado al animal al defenderse del ataque, así que las mandamos al laboratorio. Pero no ha servido de nada. Los resultados llegaron hace un rato y parece que la muestra sufrió algún tipo de contaminación y es inservible.
- ¿Cómo que contaminación?, ¿qué quiere decir?
- Mire no se que ha pasado, pero la muestra estaba contaminada. Había trazas de ADN canino, pero también de ADN humano. Inservible. Algún novato del laboratorio habrá contaminado la muestra.
- No puede ser.
- ¡Oh, sí! Ya le digo yo que sí.
- Pero ¿Cómo…?
- No lo se. Tenemos poco personal y mucho trabajo…
- Venga ya, ¿entonces no tiene nada?
- Mucho me temo que no.
            Esto es frustrante. Me despido de la doctora y salgo de allí. Esperaba que ella me hubiera podido ayudar, que hubiera arrojado algo de luz sobre el asunto, como se suele decir. Y nada. De momento todo el mundo me dice que ha sido un accidente, un caso de mala suerte.  Pero, para empezar no saben que clase de animal ha sido el que mató al señor Fontán. Y además, si se tratara solo de eso yo no estaría aquí haciendo preguntas. No, tiene que haber algo más. Y seguro que no me va a gustar. Nunca me gusta. Pero ese es mi trabajo ahora.
            Es la hora de comer así que entro en un restaurante de la calle principal, cerca del ayuntamiento, que se llamaba Victoria. Uno de los agentes de la entrada me ha dicho que pida richada, que aunque tardarán un poco en hacerla merece la pena. Pido también un revuelto de boletus de primero para que la espera no sea tan larga. Cuando me traen la richada y la pruebo no puedo sino darle la razón al agente; es un guiso de carne de ternera exquisito, con unos cachelos tiernos que se deshacen en la boca, lo acompaño de un tinto del país que sirve para resaltar aún más el sabor dela carne. Después de comer, mientras tomo un café intento ponerme en contacto con el señor J., mi jefe. No lo consigo, no le gustan demasiado los móviles. Bueno, no le gusta la tecnología en general. Pago la cuenta, sorprendentemente barata para todo lo que he comido, y voy hacia el coche. Tengo intención de ir a visitar al tal Delmito, si logro encontrar su casa; y luego, si aún me da tiempo iré a esa Ponte Nova a echar un vistazo. 

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