jueves, 27 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 5

V
Me levanto temprano, harto de dar vueltas en la cama. Apenas he dormido. Esta noche las pesadillas habituales se han visto desplazadas por unos ojos negros inyectados en sangre y unos colmillos enormes y afilados que me desgarraban la carne como si fuera mantequilla. Me pego una ducha rápida, me visto y salgo hacia el mesón para desayunar algo.
Estoy tomando un café en la barra y escuchando la cháchara intrascendente de los habituales mientras espero mi tostada con jamón. De pronto me doy cuenta de que el murmullo ha bajado de intensidad, haciéndose más confidencial. Levanto la vista del café para ver que ocurre. Se ha formado un corrillo de hombres alrededor de un paisano bajito y delgado, casi calvo que, en voz baja, da explicaciones a los demás. No consigo enterarme bien de lo que hablan así que me acerco con disimulo al grupito y afino el oído.
-… e tamén duas vacas mortas nun prado de Millerada frente a igrexa. Destripounas dende o pescozo ata as tetas.
- ¡Me cago no demo! Esto no puede seguir así. Tenemos que hacer otra batida hoy mismo.-el que habla es un hombre de unos setenta años, de más de metro noventa, flaco, con nariz aguileña y un enorme bigote debajo que le oculta por entero la boca.-Antes de que maten todas las vacas o a alguien más.
- Y los de Garellas, ¿consiguieron algo?- pregunta bastante alterado un hombretón con nariz de patata llena de venitas rojas. Lleva una copa de orujo en la mano y tiene la voz ronca como la grava.
- Nada. Llevan toda la noche de caza y nada. Perdieron el rastro. Son unos bichos muy listos esos cabrones, tal parece que borraran su rastro.
- Pues si ellos no son capaces de dar con los lobos, estamos jodidos.- dice con voz acobardada otro del grupito. Este es bastante más joven que el resto, no llegará a los cuarenta. Piel curtida por el sol, ancho de hombros, pelo rubio.
- ¿Y eso por qué?- pregunta el más alto
- Hombre, ellos son los mejores cazadores de la zona y si no son capaces ellos, pues…
- ¿Pues qué? No digas chorradas – interrumpe nariz de patata, cada vez más alterado.- Avisad a los demás y nos vemos aquí a las doce. Y si los tocapelotas de los ecologistas intentan algo se les plantan un par de ostias y asunto arreglado.
- Coño, Edelmiro, tampoco te pases - el que acaba de intervenir es Sebas, el dueño del mesón, desde detrás de la barra.
- ¿Cómo que no me pase? Hay una manada de lobos por ahí comiéndose a la gente y a nuestras vacas y todavía vienen esos gilipollas a defenderlos. Una somanta de palos es lo que se merecen, hombre.
Mientras dice esto sale por la puerta, seguido del resto del grupo y dejan a Sebas recogiendo tazas de café y varias copas de los que les gusta empezar fuerte el día. Yo continúo con mi café, aunque ya está frio. Pido otro para tomar algo caliente acompañando a la tostada. Aprovecho que el mesón está vacío para hablar con Sebas.
- Oye, ¿de qué hablabais antes?
- ¿Quién? ¿Nosotros?
- Sí, hombre, el grupillo que tenías antes aquí formado. Estabais un poco alterados ¿no?
- ¿Nosotros? ¡Qué va!
- ¡Venga ya! Algo ha tenido que pasar para que estuvierais así.
- Bueno, sí que paso algo, sí.
- Cuéntame.
- Pues que hoy han encontrado dos vacas muertas en Millerada, un pueblo cerca de aquí. Las han destripado y creemos que han sido los lobos.
- ¿Dos vacas? Joder, pues sí que tenían hambre.
- Ya ves. Si mataron dos vacas es que debe ser una manada grande.
- Ya. O un lobo muy grande.
- Sí, claro- me mira de reojo con mala cara.- Mira, la gente está bastante alterada con este asunto como para que encima venga alguien de fuera haciendo bromas.
- No lo decía en broma. Oye, otra cosa, ¿Quiénes son los de Garellas que comentabais?
- ¿Quiénes?- Aun está intentando asimilar lo del lobo grande.
- Los de Garellas.
- ¡Ah, sí! Son una familia de allí que tienen fama de ser los mejores cazadores de toda la región. Desde luego como rastreadores seguro que son los mejores.
- Sin embargo esta vez parece que no han tenido suerte, por lo que os he oído comentar.
- Pues sí. Y ya es raro ¿sabes? Cuando salen a cazar algo siempre lo consiguen, da igual el animal que sea. Claro que también es verdad que nunca han salido en una batida de lobos.
-¿Y?
- Coño, pues que el lobo es un animal muy listo. Sabe escapar, sabe esconderse, hasta saben borrar su rastro. Y si intentas acabar con los lobatos en su madriguera, cuando llegas la madre ya se los ha llevado a otro lado. Lo que te digo, son muy listos. No es como cazar a un pobre ciervo asustado o a un jabalí furioso que solo sabe atacar. El lobo es cazador, sabe cómo piensan los otros cazadores…y eso lo hace muy peligroso.
- Bueno es saberlo.
-Oye, por cierto, tendrás que buscar otro sitio donde comer hoy.
- ¿Y eso?
- Ya oíste antes. Va a haber batida.
- No sabía que tú cazabas.
- ¿Yo? No, no soy cazador. Pero hoy vamos a ir casi todos los hombres del pueblo. Tenemos que acabar pronto con esto, antes de que la zona coja mala fama y los negocios se resientan. Ya sabes que dentro de poco es la fiesta del cogumelo y tenemos miedo de que si esto no se ha solucionado no venga nadie.
- Ya, claro. Y encima con lo que le pasó al señor Fontán. Qué mala suerte el hombre.
- Pues sí. Según dijo la policía el pobre tenía un cesto lleno de boletus. Que desgracia. Como la gente se entere de que lo mataron mientras recogía setas, no va a venir ni Dios a la fiesta.
- Esperemos que no sea para tanto. Bueno Sebas, gracias por el café y la charla. Voy a seguir con lo mío.
            Mientras voy de vuelta al hotel me pregunto qué harían el grupo de cazadores si supieran cuál es su verdadera presa. Supongo que la mayoría se quedarían en sus casas, pero no todos; Edelmiro “nariz roja” seguro que no, su bravuconería y el alcohol le harían coger la escopeta igualmente y le llevarían a morir entre los dientes de esos lobos monstruosos. Creo que iré a hacerle una visita a la familia de cazadores de Garellas, quizás ellos puedan ayudarme con esto. Pero si nunca han salido en una batida no sé si sabrán mucho de lobos, ya veremos. Ya en mi habitación recojo mi arma y algo de munición y antes de salir agarro el chaquetón verde oliva porque el día ha amanecido nublado y no creo que acabe sin que llueva. Bajo a recepción con la intención de pedirle a Dulcina que me explique cómo se llega a Garellas y preguntarle que me puede decir de la familia de la que me ha hablado Sebas; pero cuando me ve sale rápidamente a mi encuentro, tiene la cara descompuesta y está muy nerviosa.
- Menos mal que le encuentro, ahora iba a subir a su cuarto a buscarle.
- ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
- Han llamado preguntando por usted. Primero un policía y luego una doctora. ¡Ay meu Deus!
- La doctora Domínguez, y el otro habrá sido el inspector Darriba. ¿Le han dicho que querían?
- Quieren que vaya usted al campamento que hay al lado de Forcarey. Han encontrado otro muerto. ¡Ay qué desgraza!
- Mierda, ¿otro más? ¿Y dónde queda el campamento ese?
- Venga, ya le indico yo como se va.- A duras penas puede contener las lágrimas, pero consigue explicarme que el campamento se encuentra muy cerca de Forcarey, siguiendo la carretera hacia Silleda y que es un campamento de verano para chavales, por lo que ahora está cerrado. De todos modos llevo el gps del móvil así que espero no perderme. Cuando estoy saliendo por la puerta me llama de nuevo.
- Con los nervios casi se me olvida. Tenía usted correo.
- ¿Cómo dice?
- Si, que había un sobre para usted en el casillero de su habitación.- Me alarga un sobre. En el anverso vienen mi nombre y la dirección del hotel, pero no trae sello, ni remitente.
- ¿Quién se lo dio?
- Nadie, como le he dicho estaba en su casillero cuando llegué hace un rato.
Es extraño. Abro el sobre mientras me dirijo al coche. Dentro hay una nota y algo más. Una figurita tallada, parece una pequeña máscara, vagamente humanoide, con grandes orejas puntiagudas, ojos enormes y dientes afilados. Un cordón de cuero atraviesa los ojos; es un colgante. Me lo guardo en el bolsillo del pantalón y echo un vistazo a la nota mientras subo al coche. “Llévalo encima, podría hacerte falta. Sigue así, lo estás haciendo bien. J.”
Esto aclara el misterio de la procedencia de la nota. El señor J. Tan críptico como siempre. Arranco el coche y salgo hacia Forcarey. Por los altavoces suena Springsteen y vuelvo a recordar como conocí al señor J. Aquel maldito caso del asesino del espejo. La prensa no supo nunca cuánta razón tenían al ponerle ese nombre. Ni la prensa ni nadie. Aquel maldito demonio había poseído el cuerpo del conocido empresario Alfredo Martín Sepulveda. Alfredito.  Éramos amigos desde niños. Y aquella maldita aberración lo había utilizado para matar durante años. Había que detener aquello, pero yo no tenía valor para acabar con mi antiguo amigo; entonces apareció el señor J y me salvo la vida y atrapó al monstruo. Alfredo murió. O por lo menos su cuerpo, según me explicó el señor J su alma se había perdido hace años, cuando dejó entrar al demonio de los espejos. No conseguí que nadie me creyera en comisaría, me tomaron por loco. “Estrés laboral” fue el diagnóstico del psiquiatra que tuve que visitar. Estuve seis meses de baja y cuando me reincorporé la situación empeoró. Todo el mundo me trataba como si me fuera a romper. Y la investigación interna tampoco ayudó. No consiguieron esclarecer cual fue la causa de la muerte de Alfredo, pero todos me consideraban a mí responsable; aunque no llegaron a presentar cargos me relegaron a un trabajo de despacho. Así que cuando un día apareció el señor J y me ofreció trabajo no le costó mucho convencerme. Y menos después de explicarme en qué consistiría y cuanto me iba a pagar. Acepté sin dudarlo. Tenía una familia que mantener.
Cuando vuelvo a la realidad estoy llegando al campamento.  Aparco al lado de uno de los coches de la policía y cruzo un estrecho puente sobre el rio Lerez, el campamento está del otro lado. Me dirijo a la entrada, donde se encuentra la zona de deportes, aquí se puede jugar al baloncesto, futbito e incluso hay una zona para practicar escalada, es esta última la que se encuentra acordonada y donde está trabajando la doctora Domínguez. Al fondo hay varios edificios de piedra que será donde están situadas las camas, las duchas, los comedores y demás, así como una gran piscina donde se encuentra el inspector Dominguez junto con algunos agentes; veo que también hay una zona para acampada. Me dirijo hacia la doctora, está agachada sobre algo que parecen los restos de un cuerpo, recogiendo muestras y tomando fotos. Al cabo de unos minutos se incorpora y, al verme, me hace gestos para que me acerque. Un agente de la policía local, más blanco que una vela y con pinta de haber vomitado hasta la comida de ayer, me levanta la cinta policial para que pase.
- Venga, venga. Esto le va a gustar.- Me dice la forense con sorna.- Ha aparecido otro cuerpo devorado. Eche un vistazo.
Parece que la doctora encuentra muy divertido observar cómo se le revuelve el estómago al personal cuando ven el cuerpo.  Camino lentamente hacia ella y con cada paso voy advirtiendo nuevos detalles del estado del cadáver. Es horrible. Pecho y abdomen han sido desgarrados y, por lo que veo, han devorado la totalidad delos órganos internos. Brazos y piernas son poco más que huesos rotos con jirones de musculo y piel aún adheridos. Y le falta la cabeza. Intento con todas mis fuerzas contener las arcadas y no vomitar allí mismo. A duras penas lo consigo.
- ¿Se encuentra Bien?- Pregunta la doctora con gesto de preocupación. Ha debido notar, por el color verde de mi cara, que me pasa algo. Está disfrutando de mala manera, la condenada.
- Sí. Perfectamente. ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Usted qué cree? Otro muerto. Avisaron esta mañana, temprano. Al parecer alguien vio un coche que parecía abandonado en el cruce para Forcarey y cuando vio la sangre fue corriendo dar parte a la policía. Tenía que haber visto como estaba el coche, pero ya se lo han llevado al laboratorio; tenía el capó hundido, las dos ruedas delanteras reventadas y le faltaba la puerta del conductor, además el asiento estaba encharcado de sangre.
- ¿Cómo que faltaba la puerta del conductor?
- Pues eso, que no estaba. La habían arrancado y apareció entre unos arbustos a diez metros del coche, estaba destrozada.
-¿El coche era el del cadáver?
- Supongo que sí. Los agentes se limitaron a seguir el rastro de sangre. Acababa aquí. Parece que esta vez tenía hambre. Apenas ha dejado nada. Y la cabeza tampoco ha aparecido
- Y dígame doctora, ¿Qué cree que ha sido? ¿Un lobo?
- Espero que no. Porque si fue un lobo debe ser gigantesco.- Si supiera lo cierto que es eso que acaba de decir.- Además un lobo no podría hacer esos destrozos en el coche.
- Mire, ¿ve esa herida?- me señala el abdomen de la víctima- Por lo que he comprobado hasta ahora esa herida es resultado de un mordisco.
- Vale. ¿Y?- De momento es mejor que me haga el tonto, haber si consigo sacar algo en claro de todo esto.
- ¿Pero no lo entiende? Un único mordisco, joder. Y ahora dígame si ha visto usted alguna vez un lobo tan grande como para hacer esto.
No puedo decírselo. No lo creería. Cambio de tema.
- ¿Y saben ya de quién se trata? Porque sin cabeza…
- Ya. Pero hemos tenido suerte y hemos encontrado la cartera en un bolsillo de lo que queda de los pantalones. Es Abraham Quintero, un ingeniero que trabaja en el polígono industrial de Soutelo, y además vive allí cerca. Seguro que ha pasado por delante de su casa cuando venía hacia aquí. Es una casa blanca de planta baja con una finca enorme alrededor, como a un kilómetro y medio de Soutelo.  
- Ahora no caigo, pero lo comprobaré. ¿Sabe ya algo sobre la hora de la muerte?
- Poco, la verdad, porque apenas ha quedado nada con lo que trabajar. Pero sí le puedo decir que el ataque se produjo hace doce horas como máximo.
- A última hora de la tarde de ayer.
- Exacto. Mire, en cuanto pueda trabajar con los restos en el laboratorio tendré una hora más exacta.
- Perfecto. ¿Me hará el favor de avisarme cuando sepa algo?
- No hay problema. Pero mire, mejor le veo esta noche en Soutelo, en el mesón, y le pongo al corriente de todo mientras tapeamos.
- De acuerdo.- Esto sí que no me lo esperaba.- Espero que tenga novedades que contarme. Si me disculpa, voy a saludar al inspector.
Me encamino hacia la piscina pensando en el estado del cadáver y en mi encuentro de ayer por la tarde. Podría haber sido yo. Entonces me acuerdo de los arañazos en los árboles. La zona donde se encuentra el cuerpo está despejada, no hay árboles a menos de diez metros. De todos modos busco con la mirada entre las ramas de los más cercanos. Y ahí están, las dos series de arañazos, en un par de árboles cercanos a la zona de escalada. También veo algo más.
- ¡Inspector!- Mi llamada repentina le sorprende y da un respingo. También se han sorprendido la doctora y el resto de agentes, todos me miran. El inspector Domínguez se recompone y se dirige hacia mí con cara de cabreo. El resto vuelven a lo suyo entre cuchicheos.
- Buenos días. Oiga, una cosa es que le ofrezcamos nuestra colaboración y otra es que nos falte al respeto de esta manera. ¿Usted cree que esa es manera de llamar a un oficial de la policía? Le voy a decir una cosa…
-Inspector, cállese un momento. No pretendía faltarle al respeto. Sólo quiero que vea una cosa.- Señalo hacia los árboles.
- ¿Que quiere enseñarme? Yo no veo nada.
-Arriba inspector, entre las ramas. Fíjese bien.
- No sé a qué se…¡Manda carallo!- Ahora ya la ha visto.- ¡Albertito!¡Agente Portos!¡Pero corra, coño!- El agente Portos es alto y flaco como una flauta, le sobra uniforme por todos lados y con los gritos del inspector corre trastabilleando hasta llegar a nuestra altura.
- Señor.- Se pone firme temblando, está colorado por la carrera y la vergüenza.
- ¡Ni señor ni leches! ¿Dónde coño habéis estado buscando la cabeza? ¿Y cómo la habéis estado buscando? Haga el favor de llamar a la central y que manden a alguien con una escalera para bajarla de ahí arriba.- El inspector dispara las palabras sin hacer pausas mientras adelanta la cabeza hacia su subalterno, que retrocede acobardado, debe tener miedo de que el viejo mastín le lance una dentellada.
- Sí señor.- El agente levanta la mirada hacía la cabeza y se pone más blanco que una vela; se da la vuelta y sale corriendo hacia unos arbustos para vomitar.
- Pero, ¿Cómo sabía usted que estaba ahí?- pregunta el inspector.
- No lo sabía, la he visto por casualidad.
- Carallo con la casualidad.   
-Pues sí. Mire inspector, quería preguntarle acerca de una familia de Garellas que me han comentado son los mejores cazadores de por aquí. ¿Los conoce?
-¿A los de Garellas?
- Sí, inspector. De Garellas. Cazadores.- Esta manera de ser de los gallegos, respondiendo con otra pregunta me pone nervioso.
- Sí, ya se a quienes se refiere; la familia Breogán. Buena gente, aunque un poco reservados. ¿Y qué quiere de ellos?
- Bueno, he oído que habían salido de caza sin mucho éxito, intentando abatir a los lobos que han hecho esto. Quisiera charlar con ellos sobre el asunto.
- Pues que tenga suerte, como le he dicho, son bastante reservados. No se relacionan apenas con los vecinos, así que no creo que le digan a usted nada.
- Bueno, no crea, puedo ser muy persuasivo si hace falta.
- No, con esta gente no hay persuasión que valga. Va a darse el paseo para nada.
- Ya veremos. Hasta luego inspector, que tenga un buen día.
- Igualmente.
            El inspector se da la vuelta y se dirige hacia sus hombres con paso decidido. Me temo que les va a caer una bronca de cuidado. Paso de nuevo junto a la doctora y me despido con la mano, ella me contesta con un gesto, recordándome la cita de esta noche. Subo al coche y me pongo en marcha hacia Garellas.
No sé si el inspector se habrá tragado lo de la casualidad, pero no tengo ganas de quedarme todo el día en comisaría explicándole lo que buscaba realmente. No iba a creerme. No se lo creería nadie. ¿Quién iba a creer que ese destrozo lo hizo un lobo gigante? Quizás la doctora, pero lo dudo, aunque tenga la evidencia delante, resulta difícil de creer. Casi no  me lo creo ni yo, y eso que casi me mata. Pero si es un lobo, ¿cómo coño hace para subir a esa altura y saltar de un árbol a otro? Hay algo en todo esto que no encaja, y de momento no tengo idea de que puede ser. Espero que la gente que voy a visitar, la familia Breogan, me ayuden a aclarar un poco todo este lío.

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