domingo, 23 de octubre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 3


III

            Tardo una hora en encontrar la dichosa aldea donde tiene su casa Delmito. Estos gallegos llaman aldea a cualquier cosa. La Devesa son dos casas viejas, casi en ruinas, antiguas tabernas de pueblo una a cada lado de la carretera, y en la que yo busco no hay nadie. En la otra me comentan que están todos en Pontevedra, en el Hospital Xeral, visitando  a Delmito que está allí ingresado por un infarto. Me comenta su vecino, además, que sigue en estado de shock. Maldita suerte la mía; no creo que pueda obtener información por esta vía.
            Vuelvo a la pensión y consigo hablar con la dueña. Se llama Dulcina y es una mujer de unos sesenta años, muy alegre y dicharachera y la persona más amable que me he encontrado hasta el momento. Tras unos minutos de charla intrascendente le comento que quiero visitar el molino que hay por aquí cerca.
- Ah, debe usted referirse al molino de la Ponte Nova, ¿verdad?
- Sí, así es. ¿Está muy lejos?
- No, que va. Desde aquí serán unos veinte minutos andando. Según salga del pueblo coja usted la carretera vieja y en cuanto cruce el río lo verá a mano derecha. Pero no es buena idea acercarse por allí estos días.
- ¿Por qué lo dice?
- Bueno, ya sabrá lo del hombre que mataron los lobos ¿verdad? Pues fue allí. Por eso haría bien en no ir por allí, o por lo menos no ir solo. Porque aún no los cazaron.
- No sabía que los del pueblo habían salido a cazarlos.
- Bueno, los de aquí salieron, claro que salieron; pero aún no consiguieron nada. Haber si tienen suerte pronto.
- Supongo que sí, de todos modos, ¿eso es legal?, ¿los de la Xunta y los ecologistas no dicen nada?
- Pues claro que dicen. Los ecologistas no paran de armar follón. Pero murió un hombre aquí al lado y la gente esta asustada. Es nuestro problema y nosotros debemos arreglarlo, ¿no cree usted?
- Hombre yo creo que sería más sensato dejarlo en manos de la Consellería o de la Policía.
- ¿Sí? ¿Usted cree? Pues está muy equivocado. La policía ya ha cerrado el caso y no van a hacer nada y los de la Consellería son unos inútiles, así que ya me dirá usted que van a hacer en estos montes que no conocen. Mire, el fin de semana próximo es la fiesta del cogumelo y la gente tiene miedo de salir a coger las setas y sin setas no va a haber fiesta. A mí ya me anularon dos reservas que tenía para todo el fin de semana, así que imagine usted que panorama. No, lo arreglaremos los de aquí, ya lo verá.
- Está bien. No quiero discutir. Pero prométame que me avisará si se entera de alguna novedad.
- Muy bien. Se lo prometo.
- Estupendo. Pues ahora, aprovechando que ha dejado de llover, me voy a dar un paseo hasta ese molino y así hago un poco de ejercicio.
- ¿Pero va a ir usted solo?
- Pues sí.
- ¡Ay miña naiciña querida! Tenga usted cuidado.
- Descuide.

Me dirijo hacia el molino dando un paseo. No tengo prisa y por fin parece que la lluvia ha decidido concedernos una tregua, así que quiero disfrutar un poco del paisaje. Y no soy el único, ya que me cruzo con varios vecinos del lugar durante el trayecto; caminan a un ritmo vivo y varios incluso van en chándal, así que imagino que esta vieja carretera medio abandonada debe ser “la ruta del colesterol” del pueblo. Tardo una media hora en llegar al viejo puente de piedra desde donde se puede ver lo que queda del antiguo molino de agua, que ha sido restaurado y transformado en un pequeño hotel rural. Apenas queda rastro de la estructura original del molino. Cruzo el puente y cojo el  camino que lleva hasta la entrada del hotel, pero está cerrado. Da la impresión de llevar bastante tiempo así. Rodeo el hotel hasta llegar a la parte posterior del edificio, al lado del rio. Es aquí donde mejor se pueden apreciar las paredes del viejo molino y da la  impresión de que también han conservado parte de su interior incorporándola a alguno de los salones del hotel.
Cruzo el río por encima de unas rocas y me encuentro con la cinta policial que delimita el escenario donde se encontró el cuerpo. Es extraño que aún no la hayan retirado, pero me viene muy bien ya que no tengo que perder tiempo buscando el sitio exacto.
Lo primero que me llama la atención es el lugar en sí, un camino despejado, muy cercano al molino y visible desde la carretera. No creo que sea la elección ideal de un depredador para atacar a su presa. Inspecciono un poco los alrededores para intentar averiguar de dónde vinieron tanto el atacante como la víctima, pero no encuentro rastro alguno. No es de extrañar, han pasado varios días y la lluvia habrá borrado cualquier huella que pudiera quedar por la zona.
Llevo cerca de dos horas dando vueltas en círculos concéntricos cada vez más amplios buscando algo, lo que sea, cualquier pequeño indicio que me ayude a aclarar un poco que pasó realmente aquí; pero no encuentro nada, así que vuelvo al punto de partida. Me siento en una roca a la orilla del río tratando aclarar un poco las ideas con el murmullo del agua saltando entre las rocas a mi espalda. A mi lado está tirada, rota, una enorme rama de roble. La lluvia de estos días ha debido de hacer estragos entre la vegetación de estos bosques. Sin embargo la rama es demasiado gruesa como para que la lluvia haya podido con ella, y tampoco parece que esté podrida, es curioso. La examino con más detenimiento, pero solo observo unos arañazos en su corteza. Algún animal la habrá utilizado para afilarse las uñas. La zona por donde se ha roto y desprendido del tronco está intacta y efectivamente no hay rastro de podredumbre. No sé qué puede haber hecho que se rompiera. Levanto la vista buscando de donde ha caído la rama y decido subir al roble para verlo de cerca. Espero no matarme mientras trepo tronco arriba.
            Tardo bastante más de lo esperado pero consigo llegar arriba de una pieza. Agarrado con todas mis fuerzas al tronco del árbol inspecciono los restos de la rama pero no veo nada que me indique que no hayan sido el viento y la lluvia los responsables de su rotura y posterior caída. Mientras inicio el descenso me fijo en otro viejo roble, a unos cinco metros de este, que presenta también una serie de arañazos en su tronco más o menos a la misma altura que me encuentro yo ahora. Entonces los veo. En el arbol al que estoy agarrado, a medio metro por encima de mi cabeza, dos series de cuatro profundos arañazos en la corteza del tronco, una a cada lado del mismo, como si el animal que lo hubiera hecho estuviera agarrado al tronco como estoy yo ahora. Bajo todo lo rápido que puedo sin matarme y me dirijo al otro árbol. Las dos mismas series de arañazos. Esto no lo ha hecho un lobo. Más parece obra de un oso, por mucho que diga la forense que en esta zona no hay, pero no tampoco me cuadra. Echo un vistazo alrededor y veo los mismos arañazos en varios árboles así que sigo el rastro de árboles arañados mientras me interno más en el bosque que hay tras el molino donde el rastro desaparece de pronto. Tras unos minutos de búsqueda encuentro un rastro de matorrales rotos, arrancados y huellas de zapatos que se dirigen hacia el molino. Las sigo en sentido contrario pero desaparecen tras unos pocos metros y no consigo dar con ellas de nuevo.
Frustrado y confundido voy dándole vueltas al asunto mientras vuelvo al molino. No paro de preguntarme qué clase de animal puede saltar así de árbol en árbol y que tamaño debe tener para dejar esas marcas en los árboles. Voy pensando en gorilas y osos saltarines cuando oigo un ruido a mi espalda. Es un gruñido bajo, grave y escalofriante que hace que se me erice el pelo de la nuca. Me doy la vuelta muy despacio para ver de donde proviene el gruñido y me quedo clavado en el sitio, incapaz de dar crédito a lo que ven mis ojos.

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