martes, 1 de noviembre de 2011

Os lobos de Montes. Capitulo 7

VII
La noche está lluviosa de nuevo cuando entro en el mesón; pido un vino del país en la barra para quitarme el frio del cuerpo y me dirijo a las mesas; al fondo del local veo a la forense haciéndome gestos con la mano.
- Llegue pronto y cogí esta mesa que está un poco más retirada y es más tranquila.- Me dice mientras la saludo cortésmente y me siento frente a ella.
- Bien, buena idea.
- Sí, así estaremos tranquilos mientras me cuentas unas cuantas cosas.
- ¿Cómo dices?
- Venga, deja de hacerte el tonto ahora. Tienes muchas cosas que explicar, así que ya puedes ir empezando. Por ejemplo, ¿cómo sabias donde estaba la cabeza?
- ¿Qué? ¿De qué estás hablando?
- De esta mañana, joder. ¿Cómo sabías que la cabeza estaba entre las ramas de aquel árbol?, se la señalas al inspector Darriba y te largas, ¿tú sabes lo sospechoso que es eso?- Tiene razón y no me he parado a pensarlo. Tengo que explicárselo todo.
- Mira, no sabía que la cabeza estaría allí, como le dije al inspector, fue una casualidad.
- Venga ya.
- En serio, estaba buscando otra cosa y la vi por casualidad. Mira, tengo que…
- ¿Pero de verdad pretendes que me crea que la viste por casualidad? ¿Pero me tomas por idiota o qué?- Está levantando la voz más de lo que debería, la gente de otras mesas empieza a mirarnos.
- Mira, tranquilízate un poco y déjame que te lo explique todo, para eso he venido.
- Muy bien, pues empieza.
- Vale. Pero antes quiero preguntarte una cosa, ¿Cuándo recogisteis la cabeza os fijasteis en los arañazos que había en el árbol?
- ¡Sí! ¿Pero cómo…?
- Eso es lo que estaba buscando cuando vi la cabeza. Porque ya los he visto antes.- Y entonces se lo cuento. Todo. Mi paseo hasta la Ponte Nova, los arañazos en los árboles, mi encuentro con los lobo, la pelea que tuvieron, todo incluyendo la visita a la casa de los cazadores y mi hallazgo de esta tarde en la biblioteca.
- ¿pero tú estás de cachondeo o es que te has vuelto loco? El inspector Darriba seguramente tenga intención de interrogarte acerca de tu “hallazgo” de esta mañana y tú me sales con estas, estas…chorradas, joder. Lobos gigantes, definitivamente estás mal de la cabeza.
- Sabía que no me ibas a creer, yo tampoco me lo creería si estuviera en tu lugar. Pero tienes que creerme. Los tuve delante de mis narices, maldita sea, el cadáver de esta mañana podría haber sido yo. Necesito que me creas, porque como no consiga detener esto, puede terminar en una carnicería.
- ¿Pero cómo quieres que te crea? Me estas pidiendo que crea en una leyenda, en una fantasía. No puedo.
- Mira entiendo perfectamente tu reacción, yo antes también pensaba así, creía que todo eran fantasías y leyendas. Pero no te puedes ni imaginar la de cosas que he visto en los últimos tiempos. Y debo darte una mala noticia. Es real. Casi todo es real. Las leyendas populares suelen estar basadas en algo y ese algo, de un modo u otro, suele ser real. Créeme, mi trabajo es este, resolver los problemas que causan este tipo de criaturas.
- No, no…no puedo creerlo.
- No quieres creerlo. Doctora, piensa en las pruebas: las heridas en los cuerpos, ese mordisco inmenso en el cuerpo de esta mañana, los arañazos en los árboles, todo cuadra. Nada más puede hacer esto. Es un hombre lobo, un lobisome.

- ¡No!- de nuevo levanta demasiado la voz, todo el mesón se vuelve hacia nosotros sorprendido, la doctora se da cuenta y baja el volumen- ¡No!, soy médico, joder, un científico. ¿Cómo pretendes que crea en supersticiones absurdas? No puedo.
- Pues más vale que encuentres la manera de creer antes de que se te empiecen a acumular los cadáveres.
            Sin decir una palabra más la doctora se levanta y se va. La gente de las mesas más cercanas me mira con disimulo; pensarán que ha sido una cita que ha acabado mal. Mejor. Me acabo el vino, pago la cuenta y salgo a la calle, voy camino del hotel bajo la lluvia cuando veo a la doctora en una cabina intentando llamar por teléfono. Doy unos golpecitos en el cristal de la cabina.
- ¿Va todo bien?, ¿necesita ayuda?
- No, no, es solo el coche que no arranca y encima me he quedado sin batería en el móvil.
- Bueno, si ya se le han enfriado un poco los ánimos, puedo llevarla a su casa.
- No se moleste, ya estoy llamando a un taxi.- Me contesta. Si las miradas matasen ahora mismo me caería redondo al suelo. Definitivamente aún está de mal humor.
- ¡No es ninguna molestia mujer!- Ignoro por completo su cabreo, como si en el mesón no hubiera pasado nada.- Tengo el coche aquí mismo. Vamos.
            Nos metemos en el coche, arranco y tras poner la calefacción me incorporo al escaso tráfico nocturno.
- Doctora, yo estoy encantado de llevarla a su casa, pero tendrá que darme alguna pista, porque como adivino soy malísimo.
- Perdone, estaba distraída.- Se ha sonrojado. Me rio para intentar relajar un poco el ambiente y parece que funciona, ella también sonríe.- Tengo una casita en Cerdedo.
- Ajá. Y esto está por…
- Siga la carretera hacia Pontevedra y llegaremos en un ratito, está a unos diez kilómetros de aquí.
- Muy bien. Y dígame, doctora…
- Elia. Me llamo Elia, no doctora.
- De acuerdo, Elia. Bonito nombre. Y dime, ¿Cómo has acabado trabajando aquí?
- Bueno, cuando aprobé las oposiciones al cuerpo forense busqué plaza en algún sitio tranquilo y como  mi familia es toda de esta zona y tenemos casa aquí, pues me vine.
- Pero tú no eres de aquí ¿no? Tampoco tienes acento.- La doctora, Elia, me corrijo mentalmente, se sonroja un poco cuando le recuerdo la pullita que me soltó ella hace poco por lo del acento.
- No; yo nací y me crié en Barcelona, aquí tenemos la vieja casa del pueblo, aunque solo venimos en vacaciones, pero a mí me ha venido muy bien ahora que trabajo aquí.
- Desde luego. Te ahorras un dinerillo de un alquiler o una hipoteca.
- Pues sí. Y tal como está la cosa es un chollo poder ahorrarte unos euros. Hasta los médicos estamos notando la crisis. Además...¡Cuidado!
            Ocurre todo muy rápido. El grito de Elia no me pilla por sorpresa porque ya he visto lo que ocurre en la carretera delante nuestro, aun así piso el freno a fondo y pego un volantazo para no llevarme por delante a alguno de los enormes lobos de la manada que cruza al trote la carretera. Es una manada grande. Cuento diez lobos antes de que se pierdan en la noche. Todo ha sucedido en no más de dos segundos. Me giro hacia Elia; está pálida, con los ojos desorbitados y la mirada fija en el punto por donde han desaparecido los lobos. No reacciona.
- Elia, ¿estás bien?
- Yo…yo,…sí, creo…creo que sí.
- ¿Estas segura?
- No…Sí, sí. Eso eran…eran…pero, pero…no puede ser…no podían ser…
- Sí pueden ser. He intentado decírtelo antes. Son reales.
- Pero tan grandes…es imposible. No puede ser.
- Sí, muy grandes. Pero ahora necesito que reacciones. ¿Me crees ya?
- No lo sé. Es imposible.
- Maldita sea, reacciona de una vez. Necesito que me creas de una maldita vez, ¿no te das cuenta de lo que supone esto?
- ¿Qué? ¿A qué te refieres?
- Joder, espabila doctora. Por si era poco problema un lobo gigante, ahora tenemos una manada entera. Son como mínimo diez. Ya has visto lo que puede hacer uno, imagina lo que hará una manada. Esto puede acabar muy mal como no hagamos algo. Me cago en la leche, ya estaba acojonado cuando creía que solo eran uno o dos, ahora con tantos no sé qué coño vamos a poder hacer. ¿Queda mucho para llegar a tu casa?
-¿Eh? No, no, unos cinco minutos.
- Bien. Tengo que llamar a una persona; y por nuestro bien espero que pueda hablar con él. 

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